Casi todos los domingos mi mamá venía a
almorzar con nosotros, tocaba dos timbres cortos pero vibrantes; cuando el
timbre sonaba así ya sabíamos que era ella. A veces traía bolsas con cosas que
no podía bajar sola del auto, entonces se escuchaba la bocina del auto; no el timbre
y las chicas se peleaban porque ninguna quería salir a ayudarla. Después de
comer se quedaba toda la tarde; si había sol se iba a leer al jardín.
Cuando yo era chica los domingos paseábamos bastante. En estos días, no sé por qué, me estuve acordando mucho de
un teatro que quedaba en una galería por Santa Fe y Pueyrredón. Teatrón me
parece que era el nombre. Me llamaba la atención porque era un anfiteatro en miniatura. Los
días de semana cruzaba la ciudad hasta mi jardín de infantes. Era en una escuela de la Boca que tenía un
consultorio. Mi mamá atendía ahí, por eso terminé en ese jardín. Pero iba solo lunes, martes y jueves; miércoles y viernes me
quedaba en casa. En esos cruces de la ciudad desde Palermo hasta la Boca mi
mamá me enseñó a leer: me acuerdo de un cartel de Fanta que estaba en Constitución. No hace mucho, uno de esos domingos que vino a almorzar a casa me
trajo una carta que había encontrado que yo le había escrito ni bien había
aprendido a escribir. “Parecen arañas en vez de letras” le dije y me reí “No”- me dijo emocionada- “eras muy chiquita”.
Hubo, hace poco, otros domingos. Los pasamos en
el sanatorio. A la madrugada llegaba siempre Pili, que en vez de volver a
dormir a casa de sus salidas se iba directo a estar con su abuela, una vez la acompañó Clarita. Y después Valen, que no
faltó ni un día y Maite que iba antes y después de ir al colegio y Consu que una vez nos avisó que se quedaba ella porque con ella la abuela comía y Sonsi que le volvió a agarrar broncoespasmo y Ruli que me dio tantos abrazos. Y Luis que me
reemplazó en los peores momentos. Y Marisú que me enseñó cosas de mi mamá que
yo no conocía, que me trajo infinitos cafés y que lloró conmigo. Y mi hermano
con el que nos pudimos dar todos los abrazos que nos faltaban. Y Raquel que,
como siempre que viene de visita desde que tengo cinco años, me recuerda lo
bueno que es tener una tía y lo malo que es tenerla lejos.
Una de sus mejores amigas cuando vino a verla ya en los últimos días le recordó que tenían que irse juntas a Sevilla, “Sí” le contestó mamá- “andá
vos primero que yo después viajo”. Con Enru nos pusimos a llorar. Cuando le
conté a Vero la escena nos prometimos cumplir con nuestro sueño de irnos en
barco y hacer el camino de Santiago.
El día que la despedimos, su casa de Plaza se
llenó de gente que tenía historias para mí no tan conocidas. Y de otra que
tenía historias conocidas. A mí lo que
se me ocurrió contar fue la vez que entré llorando a su consultorio porque me
acababa de enterar que estaba embarazada de gemelos y solucionó todo bien
rápido diciéndome “Pensé que me ibas a decir que tenías un chico muerto en la
panza; ¿cómo llorás por eso? Van a ser chiquitos en el verano,para las nenas
tenés la pileta y vos te podés quedar con los bebes recién nacidos” .
Hoy a la noche, como algunos domingos, fuimos a comer pizza a Croxi. Primero Luis dejó el auto muy lejos del cordón.”Parecés la abuela” le dijo Pili. Después se empezaron a acordar de todas las películas que habían ido a ver al cine con la abuela y Valen contó algunas historias del octubre pasado cuando estuvieron en las playas del sur de Italia. Consu dijo “Pobre abuela “; Pili le preguntó “¿Por qué pobre? Si tuvo una buena vida” a lo que Consu respondió “Porque nos dio mucho y le devolvimos poco”. “¿Por qué te parece eso?” le pregunté- “porque a veces no la saludábamos” contestó muy convencida. Nos acordamos de las cartas que los Reyes Magos les dejaban en su casa que eran siempre como diplomas al mérito con algunas reconvenciones; de los carteles que les había hecho a cada uno para los cumpleaños con los personajes de Disney que le salían peores que los de los trencitos de la alegría y de algunas cosas más.Y entonces, me dí cuenta de que aunque hoy no habían sonado los dos timbres cortos pero vibrantes, seguía compartiendo el domingo con nosotros.
Me dejó algunos mandatos, cosas que me animó a
hacer y que ahora las tengo que hacer indefectiblemente: visitar a Milagro en
la cárcel, caminar otra vez a Luján, comprarles las pulseras de oro a las
nietas que faltan.
Me dejó otros mandatos tácitos, cosas que me
enseñó a lo largo de estos cuarenta y seis años que estuvimos juntas: apasionarse siempre por lo que
uno hace, seguir adelante como sea y tratar de volver la mirada para ayudar al que
uno tiene al lado.Algo de todo eso se queda en mí y en mis hijos.
Igualmente la voy a extrañar muchísimo.