I
Un
martes, hace ya un mes, nos fuimos con Xime a Mendoza. El Nissan volvió a salir
a la ruta después de haber estudiado a conciencia el mapa de Argentina con la
copiloto, con Paula, con Enru y con todo aquel que me quisiera escuchar, para
ver cuál era el mejor camino para evitar el desvío de la inundación de la ruta
7. Fuimos a un congreso, sin los trabajos terminados, pero con las ideas en la
cabeza; por suerte leíamos el último
día. Atravesamos cinco provincias y llegamos
a Mendoza a la noche, no muy tarde.
El
miércoles estuvimos hasta el mediodía en el congreso. Después del lunch de
bienvenida en el que se reactivó muy gratamente el comando Nápoles, nos
escapamos hasta el pie del Aconcagua. Era la primera vez que manejaba en la
montaña, en una ruta en la que pasaban los camiones por los costados, mucho más
rápido que los que nos tocaban bocinazos cuando hace ocho años en viaje a
Salta, no encontrábamos ningún lugar a la noche para parar a dormir.
Cuando
volvíamos a Mendoza nos confundimos y tomamos la autopista para el otro lado,
llegamos al hotel bastante tarde y cansadas; comimos una hamburguesa de
remolacha y quinoa, yo con IPA, Xime con cerveza roja y nos quedamos un rato
largo intentando escribir algo coherente para leer el viernes.
El
jueves fuimos muy temprano al congreso. Otra vez al mediodía nos escabullimos,
ahora rumbo al valle de Uco. Nos perdimos nuevamente pero con suerte:
encontramos una bodega lindísima donde almorzamos con vino rosado y nos aprovisionamos para
fiestas de acá a un año. Como nos quedó la mitad de la botella del almuerzo nos
la trajimos. Tuvimos que volver un rato al congreso y después ya fuimos al
hotel a seguir escribiendo los trabajos. Cuando los terminamos, a las cuatro de
la mañana brindamos con el vino que nos había sobrado.
El
viernes a las siete ya estábamos en pie con nuestras comunicaciones listas y
prolijas. Después de leer y de almorzar empezamos el regreso.
Esa
noche nos quedamos en San Luis en un hotel en el que la poca señal que había no
me impidió saber que Pili había quedado bajo los gases de la policía en la
Plaza de Mayo cuando salía del colegio luego de haber estado, junto con Luis y
con Valen, preguntando dónde está Santiago.
El
sábado a la mañana dormí hasta cualquier hora y salimos casi al mediodía. A
pesar de tanto mapa y de tanto aparato nos perdimos por vigésima vez y
terminamos en la ruta 9 vieja. Llegamos a Buenos Aires tardísimo, agotadas y
con la profecía de Xime -aquella con la
que me convenció para ir: “Vas a ver que la vamos a pasar bien y nos vamos a
reir como siempre”- cumplida.
II
Ya
hace diez días que Valen y Pili volvieron de España. Partieron un lunes a la
noche; fuimos todos a despedirlas a
Ezeiza, siempre vamos todos a despedir a los que viajan. Valen se llevó una valija
rosa que se había comprado en NY con cuatro ruedas; Pili, una mediana de la
abuela, de un juego que tiene además una más chica que yo había llevado a
Mendoza y una más grande que hasta hace
una semana pensé que estaba perdida.
La
primera parte del viaje la pasaron en Zamora. Tenían que visitar el pueblo de
su abuelo. Antes de que se subieran al avión les dí una foto en la que estoy yo
hace veintitrés años parada frente a una casa de piedra y les escribí
atrás “Esta es la casa donde nació
Abelino, espero que cuando la encuentren se acuerden de su abuelo que estaría
tan orgulloso de ustedes como lo estoy yo” Les escribí también que esperaba que
les gustara España tanto como me gusta a mí y que las quería mucho. Supuse que
la carta las haría reir y que no la iban
a tomar demasiado en serio.
El
día que fueron a San Cristóbal me mandaron una foto de otra casa, y un audio en
el que me explicaban que esa era donde había nacido Abelino, que la que yo
tenía la foto era un comercio, o un corral o que no sabían muy bien qué. “Por
las dudas”, me decían “también nos sacamos una foto en la que vos nos dijiste”.
Después Pili me contó que se había emocionado y que en algunas partes del viaje
había llorado de la emoción. La última noche nos mandaron un video y contaban
que habían cantado “Que viva España”.
Cuando
terminaron la semana en Zamora se separaron: Valen se fue a Barcelona y Pili a
Granada. Se reencontraron en Sevilla en
la casa de su tío, estuvieron con sus primos. Después pasearon por Madrid.
Trajeron chorizo, turrones y a mí un vestido lindísimo lleno de flores. Pili
rompió la valija mediana de la abuela en algún viaje en tren así que en Sevilla
la cambió por la grande que tenía el tío que también mandó regalos para todos.
Tomaron sol, recorrieron museos, palacios y catedrales, comieron tapas y tomaron
tinto de verano. Ahora están retomando sus cosas: facultad, trabajo, salidas.
III
El
dormitorio de los varones, otro de los
lugares.
La
cama de Toto constantemente deshecha y sin guardar debajo de la de Estani porque
la cantidad de ropa tirada en el piso no le deja lugar. Uno de estos sábados
les ordené los placards y les pegué carteles en los estantes para que se
organizaran: remeras de superhéroes, camisetas de fútbol, remeras de
dinosaurios, jeans, calzoncillos, mallas. Cuando saqué los cajones se me cayó
el primero, el más alto en el dedo gordo del pie; me largué a llorar no tanto
por el dolor sino por el miedo a que se me acabara el fútbol y la caminata a
Luján pero sólo fue un minuto, después se me pasó. A pesar de que los tres casi
lloraron conmigo, al día siguiente estaba todo desordenado otra vez. En la
única pared que queda libre, sin camas ni placares hay siempre un fila de
zapatillas y medias como si fueran autitos. A Toto el otro día se le ocurrió
hacer pis en una sartén de juguete, lo que se goteó al piso del cuarto lo
limpió con un pantalón y el resto lo tiró en el piso del balcón.
Igual
los prefiero así, desordenando su cuarto que paseando por el mundo mostrándonos
lo rápido que crecen.