viernes, 16 de febrero de 2018

Backyardigans








Los ultimos días del verano de 2007 Sonsi y Maite que eran chiquitas se la pasaban mirando los backyardigans.
Sería como una maratón de Discovery Kids o Nickleodeon algo porque hace once años no había demasiadas posibilidades más allá de la tele.
No como ahora que Loli se la pasa viendo My little pony por Netflix o por you tube y recita por fonética los nombres de los ponys. Por eso cuando se los preguntamos cree que nos estamos riendo de ella, pero en realidad es que no entendemos cómo se llaman.
Igual Sonsi además de ver los backyardigans venía todas las mañanas a pedirnos a Luis y a mí que le preparáramos el nesquick. Era el único modo en que nos levantábamos de la cama y empezábamos el día.
Las voces de los backyardigans, unos híbridos entre animales, nenes y nenas, era el sonido con el que identifico toda esa época.
Lo primero que pensaba era que unos días antes también Felipe miraba la tele con ellas.
Tiempos espantosos, tempestades.
Había un capítulo en especial, el de playa Tiki, un paraíso de surfistas escondido, del que nadie podía indicar el camino y que se le revelaba a los verdaderos surfers casi por casualidad. Los backyardigans buscaban allí la ola perfecta, creían que era una playa pero no, otra pero no, hasta que se daban cuenta de que playa Tiki de algún modo estaba dentro de ellos.
A las nenas casi que era el capítulo que más les gustaba.
Pero yo tenía la certeza, en esas mañanas terribles, de que la playa Tiki se había vuelto para siempre un lugar inalcanzable.


Casi nunca sueño con Felipe pero todos los días me acuerdo de él.
No sólo me acuerdo pienso cómo sería ahora, si saldría a la noche al pub de Quequén con Pili, si hubiera ido a clases de surf como Consu y Ruli y ahora casi con 18 años estaría buscando la ola perfecta, si se hubiera quedado en Buenos Aires con Valen, si tendría una novia o un novio.
A veces gente que no lo conoció ve fotos y me pregunta si es Toto. Y yo les digo que no, que no es Toto.
Que Felipe está repartido en sus tres hermanos y en sus siete hermanas.
Creo que le hubiera tenido a Estani toda la paciencia del mundo y sé que Octi hubiera sido su hermano preferido.
Una de las pocas veces que soñé con él estaba durmiendo, lo cuidaba Ceci que me decía “no lo despiertes que duerme lo más tranquilo”. Después, cuando le conté el sueño me dijo “Que Felipe sea un despertador para nosotros”.
En ese momento no entendí. Ahora creo que entiendo un poco más o por lo menos estoy reflexionando en esa línea.
Hoy estoy acá sentada mirando cómo el mar brilla porque acaba de salirle el sol encima.
Pero no brilla en plateado, brilla en blanco por lo despejado que está el cielo.
Ayer la marea bajó de golpe, el mar abandonó el cangrejal, los chicos encontraron estrellas de mar y abajo de casa apareció la playa que hace como tres años había desaparecido.
Dicen que Quequén es así: que algunos veranos emergen playas submarinas y otros no. Como la playa Tiki donde está la ola perfecta.
La seguimos buscando.
Once años después cambié la certeza de la imposibilidad de alcanzarla, por la duda.
Y ya es un montón.






lunes, 12 de febrero de 2018

Barcos






Desde mi ventana veo los barcos en el mar esperando entrar al puerto.
Cada vez hay más. Ahora hay nueve.
De día se van acomodando según el modo en el que sopla el viento.
De noche las luces prendidas de cada uno de ellos hacen pensar que acá enfrente el mar tiene otra orilla y que en esa otra orilla hay una ciudad.

Hace dos días que el viento no nos deja salir, parece que llueve pero es la espuma de las olas que vuela por el aire y nos moja apenas salimos un poco a mirar cómo el mar pega en las piedras justo acá, abajo nuestro.
Cada año se detiene un poco el tiempo y también el espacio, somos un poco esa ciudad de enfrente que dibujan las luces de los barcos.
Y cada año pienso en las mismas palabras para inventarla: espuma, furia, piedras, viento; ya no se me ocurren muchas cosas más.
Lucía sacó una foto a un círculo de piedras adentro del que los chicos habían prendido un fuego y anotó el crepitar de las piedras.
Siempre a alguien se le va ocurriendo algo diferente con las mismas palabras.

La otra mañana en medio de mi caminata diaria ví venir unos perros por el camino de arena que bordea los acantilados.
Me llamó la atención lo rápido que corrían y que tenían unas orejas demasiado puntiagudas. Cuando se acercaron me dí cuenta de que eran liebres, se metieron muy rápido entre la vegetación de los médanos y no llegué a sacarles una foto.
Otra cosa que estoy aprendiendo en este verano es que todo pasa por Instagram.
También hay lechuzas que aparecen a la noche y como siempre cangrejos aunque este año el cangrejal está tapado por el mar.

Ayer llegó Valen, ya estamos los doce.
Les cuento historias de veranos pasados.
Uno, que estaba embarazada de Sonsi y todas las tardes me dormía la siesta con Maite que era muy chiquita.
Otro, que estaba embarazada de Felipe, que me hice acá el evatest y que me daba asco toda la comida, hasta una tarde que comí un tostado.
Pero son recuerdos lejanos, como de vidas ajenas.

En medio del viento bajamos a la playa con Toto, jugamos al veo veo y miramos cómo las olas se vuelven gigantes del color de los dinosaurios.
Las chicas aprendieron a jugar al truco, juegan todas las hermanas juntas, menos Loli que juega a la casita robada.
Los varones me abrazan a cada rato y me piden los play mobil de los Ghostbusters.
En la ciudad de enfrente, en esa de las luces de los barcos alguien espera un hijo y vomita todas las mañanas, alguien duerme la siesta, alguien decide, alguien se estremece con otros recuerdos.

Febrero sigue su marcha inexorable y todos esperamos casi por costumbre.
A lo mejor algún año cambia, el día no llega.
Pero siempre llega.
A veces el mar se come todo, otras destila un diamante.