jueves, 22 de agosto de 2019

XIX


Miro por la ventana
a veces algunos autos tapan la entrada del garage,
les pongo en el parabrisas un cartón en el que escribí
No estacionar
con una fibra negra, gruesa.
Es por si tengo que salir rápido,
a jugar un partido,
o a parir un hijo.

Ya no baja la barrera,
subieron el tren a un puente de cemento horrible,
si ningún auto me tapa la entrada
llegaría bien a la sala de partos.
Los bebés nacen con una costra en la cabeza, traen pedazos
de la madre pegoteados en el pelo.

En mi escritorio tengo una piedra esmaltada de colores
es una mujer con un bebé en brazos,
la compré un verano en Quequén en un negocio que estaba en la playa.
Al verano siguiente había soplado el viento
el negocio se había llenado de arena y ya no estaba.
La piedra podría ser para un pesebre: María con Jesús;
también podría ser cualquier madre con
cualquier hijo en la felicidad de los
colores.

En mi escritorio también tengo una foto.
La foto es con mi nene en el zoológico.
Los dos tenemos rulos
pero creo que el zoológico tampoco existe más
como las vías del tren
que ya no cruzo,
ahora paso abajo del puente con mi bici
cuando voy a la terraza de Malcom a entrenar.


Antes de nosotras entrenan unos chicos,
deben tener diecinueve años,
la próxima vez que los vea les voy a preguntar si
nacieron rápido,
si a las madres les dieron peridural para que no les
dolieran mucho las contracciones,
si la noche que nacieron llovía y hacía frío;
les voy a preguntar también
qué hace un chico a los 19 años.
Pero eso la próxima vez que suba a la terraza
de Malcom.

Ahora vuelvo a mirar por la ventana,
no hay autos tapando mi garage,
hay vidrios que cortan.
Ya se escucha el ruido a lo lejos,
es el tren atravesando el puente de cemento,
o es el jabalí que viene a llenar de sangre los
colores
de mi piedra esmaltada;
a volver rosas las flores blancas
o rojas.

En otro lado en agosto florece un cerezo;
en algún lugar,
alguien entra a una sala de partos.