viernes, 18 de octubre de 2019

Filomena



Cada octubre se muere mi abuela,
se muere Corina,
se muere Néstor en la tele.

Cada octubre se cae la última mandarina del árbol
mientras van saliendo los azahares
para el próximo otoño.

Cada octubre como alcauciles y en algún lado
siempre se me mezcla su olor con el de la pintura fresca:
la del sanatorio donde se murió mi abuela,
la de los pintores en casa en 1987,
la del instituto esta semana.

Cada octubre nacen mis gemelos y llueve afuera
mientras espero
poder levantarme de la cama
para ir a verlos a neo donde están conectados a
aparatos
pero para vivir,
no como Felipe
que también estaba internado entre cables cuando
lo íbamos a ver después de lavarnos las manos
con desinfectante,
igual que antes de alzar a Octi y a Estani
pero no.

Este octubre como alcauciles,
explico en clase cómo el primer verso de Filomena
“Dulcísima de amor, ave engañada”
se parece tanto a cualquier verso de Góngora;
gano un concurso de relatos en twitter que organizan las Abuelas
y me acuerdo de la primera
vez que gané un concurso de poesía; era en el Cole,
también en octubre,
y me enteré que había ganado el mismo día que se moría Corina.

Este octubre no se muere nadie,
solo espero
que se revienten mis ampollas,
que llegue el día de la madre,
que los chicos cumplan nueve años,
que Sonsi y Maitu se hagan aritos en la nariz,
que cambie el gobierno,
y que se lleven un árbol tirado en la vereda al que la lluvia desgarró una de estas noches.

Mientras, se acaban los alcauciles y
Filomena,
el cuerpo en soledades consumido,
se transforma en ruiseñor.