martes, 31 de diciembre de 2019

Stickers





Como si el año hubiera pasado en stickers. Reales, imaginarios, virtuales.

Los innumerables que había en el lugar donde me tatué. La felicidad de esa mañana de sol volviendo por la bicisenda, con mi bici nueva, con un plástico cubriéndome la F del brazo y la alegría de tener otra vez a mi chiquito conmigo para siempre.

Los de la cárcel, pegados en las columnas de la vereda en la que hacían cola en medio del frío y de la lluvia las mujeres cargadas con niñes y con bolsas de colores llenas de comida.

Los de todas las ventanas de los desayunos, hasta el de la mañana que escuché “no te digo que te vayas, te pido que te vayas”.

Los de La Fuerza el día que me despidieron mis amigas lujaneras. Los de la pastilla que me recetó Fabi para poder volar.

Los de Patricia que me subió al avión.

Los de los pájaros pegados en los vidrios de Neuchatel, que no eran ruiseñores, aunque parecían.

Los del dormitorio de mi preciosa sobrina sevillana.

Los de las ventanas de la casa de Abelino en San Cristóbal, cuando cambiaron las tablas por vidrios

Los de Luján.

Los de Coni, siempre.

Los que pensamos con Xime para las carpetas del congreso de La Filomena mientras recorríamos lugares para llevar a comer a las personas y lo diseñábamos en nuestras computadoras invisibles tomando mucho vermut otra vez en La Fuerza.

Los del dibujo de mi tweet que todavía no decidí si hacer sticker o tatuármelo en alguna parte del cuerpo.

Los de la copa Gesell que eran más tatuajes que stickers.

Como el que una piba tenía tatuado en la pantorrilla: una pelota y arriba la leyenda Mis piernas van a dejar de jugar el día que mi corazón deje de latir que yo decidí tatuarme esas noches en las que nos reíamos en el balcón hecho de troncos cuando salíamos a ver la luna y a sentarnos en las barandas que casi se caían pero cambiado por Mis manos van a dejar de atajar el día que mi corazón deje de latir.

El que imaginamos mientras caminábamos en caravana por el Parque de la Memoria, tal vez un poco asustados con el río que se abría gigante detrás del muro y del cielo casi blanco de tan gris la tarde que con Xime se nos había ocurrido que esa era la mejor excursión para hacer en medio de la poesía de Lope.


Los del negocio al que llevé a Sonsi y a Maite a agujerearse la nariz y terminé yo con aritos en las orejas.

La Plata, las tres veces que fui.

El del recuerdo de la fiesta de egresados de Consu, después de que entró al Pelle, de que salió campeona con su equipo y de que tuvo que despedirse de su amiga crack.

El de Ruli actuando, cantando Cactus y tocando el ukelele.

El que hizo Sue que pegamos en las bicis que van a usar los chicos de la casa de Salvador que tienen la misma edad que tendría ahora Felipe; ese mismo día en el que terminamos con Luis al amanecer en un recital de Eté al que llegamos tardísimo después de subir una escalera vieja y pensamos que ya se había acabado porque en Montevideo siempre empiezan super puntuales, pero en realidad todavía no habían arrancado, ahí también había stickers y cerveza caliente.

El de Vero que ya no sé que deberia decir, lo mismo que todos los años anteriores pero siempre un poco más.

Ahora pienso en los stickers que me gustarían para 2020

los scouts en Bariloche,
el cumple de amigues en Roma,
la playa de piedras que queman en Quequén,
mis guantes atajando las pelotas más difíciles.
Madrid con Luis o Montevideo rock con Luis o el barrio Eva Perón con Luis o no importa dónde.
Todas las cervezas con todes les amigues.

Y además de stickers también algunos deseos:

Que Valen nos siga enseñando a vivir.
que Pili no se nuble,
que Maite sea la misma Maite de siempre, la que me rescata,
que Sonsi nos haga reir,
que Consu esquive defensoras gigantes y se la coloque a las arqueras en los ángulos.
que Ruli cante con su voz amorosa canciones esdrújulas,
que Octi dibuje infinitos estadios,
que Estani tenga un cello,
que Toto se porte mejor pero que me siga abrazando como me abraza ahora cuando hace kilombo.
que Loli encuentre un unicornio
Que las morsas morseadoras sigan morseando.
Que mis viejos me sigan aconsejando aunque a veces no les haga caso.
Que la derecha pierda fuerza y lo festejemos en La Fuerza.
Que nadie ni nada nos duela más que agujerearnos las orejas.