sábado, 22 de agosto de 2015

Quince




Un chico de quince años sale del cole cuando la tarde se empieza a poner esmeralda; va al mismo colegio que su hermana pero vuelve cada uno por su lado.
A veces se queda un rato más en el observatorio. Le siguen interesando los planetas como cuando era más chico.
Después toma el subte.
No hace la combinación, no le gusta ese olor que hay desde siempre en los pasillos donde la D se junta con la B. Se baja en Olleros y camina hasta la casa.
Tiene como ocho materias abajo. No estudia nada, odia el latín y el francés.
Le gusta levantarse temprano los sábados para ir a jugar un rato a la pelota con los amigos.
Finalmente se hizo de Boca, no ve más a sus compañeros de la primaria, los de Excursio; algunos domingos acompaña a la cancha al padre, dejan el auto por Casa Amarilla y caminan por esa calle a la que la Doce le tapa el cielo con una bandera gigante.
Azul y oro.
Este año empezaron a llevar a Consu.
Y una vez que jugaban contra Banfield también a Octi y a Estani.
Ahí el chico se acordó de que también a él cuando tenía cuatro el papá lo llevó a la Bombonera a ver Boca Banfield, se acordó porque en vez de Banfield decía Garfield: Boca- Garfield.
Todavía no va a las fiestas de los viernes porque está en segundo. Va a poder ir en tercero, si pasa de año porque con tantas materias abajo a lo mejor se queda libre.
Empezó a tener fiestas de quince, le compraron un traje que usa con converse blancas, odia la corbata, igual que el padre.
Se está dejando los rulos más altos que de costumbre. Y casi que ya le cambió la voz.
Las hermanas más grandes creen que todavía no le gusta nadie, pero no saben.

De todas formas, para sus papás sigue siendo el mismo bebito que los hizo salir corriendo una noche porque quería nacer antes.
Al día siguiente ya tenía la habitación llena de gente, con sus hermanas que no tuvieron mejor idea que empezar a tirarse una pelota por encima de la cunita.
Esas cunitas buenísimas que hay en los sanatorios, de acrílico brillante con patas de aluminio. Cuando nació se usaba acostarlos boca abajo, limpiarlos con óleo y despertarlos para que tomaran la teta. En quince años los protocolos de la puericultura cambiaron muchas veces, a los hermanos que siguieron les tocó boca arriba, de costado, otra vez boca abajo, toallitas, algodón sin nada, otra vez óleo.
Tenía mucho pelo y muy negro, salió así de la panza.
La mamá por eso está segura de que es mentira la relación entre el pelo de los bebés y la acidez porque en ese embarazo no le pasó nada y de todos sus hijos fue el que nació con más pelo.
Pero no lo pelaron porque justo el día que lo traían de vuelta a casa llovía y hacía mucho frío, aunque la parte más fría del invierno ya había pasado.
Por eso se le hicieron rulos, los mismos que ahora se está dejando largos, pero para arriba, como usan los chicos de quince.

Algunas tardes sus papás lo esperan que vuelva del cole.
Para merendar los tres juntos nesquik con galletitas. Para hablar de tantas cosas.
Nunca viene.
Cuando termine de crecer va a ser un negro precioso.
Por ahora, en algún lado, cumple quince.









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