lunes, 12 de febrero de 2018

Barcos






Desde mi ventana veo los barcos en el mar esperando entrar al puerto.
Cada vez hay más. Ahora hay nueve.
De día se van acomodando según el modo en el que sopla el viento.
De noche las luces prendidas de cada uno de ellos hacen pensar que acá enfrente el mar tiene otra orilla y que en esa otra orilla hay una ciudad.

Hace dos días que el viento no nos deja salir, parece que llueve pero es la espuma de las olas que vuela por el aire y nos moja apenas salimos un poco a mirar cómo el mar pega en las piedras justo acá, abajo nuestro.
Cada año se detiene un poco el tiempo y también el espacio, somos un poco esa ciudad de enfrente que dibujan las luces de los barcos.
Y cada año pienso en las mismas palabras para inventarla: espuma, furia, piedras, viento; ya no se me ocurren muchas cosas más.
Lucía sacó una foto a un círculo de piedras adentro del que los chicos habían prendido un fuego y anotó el crepitar de las piedras.
Siempre a alguien se le va ocurriendo algo diferente con las mismas palabras.

La otra mañana en medio de mi caminata diaria ví venir unos perros por el camino de arena que bordea los acantilados.
Me llamó la atención lo rápido que corrían y que tenían unas orejas demasiado puntiagudas. Cuando se acercaron me dí cuenta de que eran liebres, se metieron muy rápido entre la vegetación de los médanos y no llegué a sacarles una foto.
Otra cosa que estoy aprendiendo en este verano es que todo pasa por Instagram.
También hay lechuzas que aparecen a la noche y como siempre cangrejos aunque este año el cangrejal está tapado por el mar.

Ayer llegó Valen, ya estamos los doce.
Les cuento historias de veranos pasados.
Uno, que estaba embarazada de Sonsi y todas las tardes me dormía la siesta con Maite que era muy chiquita.
Otro, que estaba embarazada de Felipe, que me hice acá el evatest y que me daba asco toda la comida, hasta una tarde que comí un tostado.
Pero son recuerdos lejanos, como de vidas ajenas.

En medio del viento bajamos a la playa con Toto, jugamos al veo veo y miramos cómo las olas se vuelven gigantes del color de los dinosaurios.
Las chicas aprendieron a jugar al truco, juegan todas las hermanas juntas, menos Loli que juega a la casita robada.
Los varones me abrazan a cada rato y me piden los play mobil de los Ghostbusters.
En la ciudad de enfrente, en esa de las luces de los barcos alguien espera un hijo y vomita todas las mañanas, alguien duerme la siesta, alguien decide, alguien se estremece con otros recuerdos.

Febrero sigue su marcha inexorable y todos esperamos casi por costumbre.
A lo mejor algún año cambia, el día no llega.
Pero siempre llega.
A veces el mar se come todo, otras destila un diamante.



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