Desde
mi ventana veo los barcos en el mar esperando entrar al puerto.
Cada
vez hay más. Ahora hay nueve.
De
día se van acomodando según el modo en el que sopla el viento.
De
noche las luces prendidas de cada uno de ellos hacen pensar que acá
enfrente el mar tiene otra orilla y que en esa otra orilla hay una
ciudad.
Hace
dos días que el viento no nos deja salir, parece que llueve pero es
la espuma de las olas que vuela por el aire y nos moja apenas salimos
un poco a mirar cómo el mar pega en las piedras justo acá, abajo
nuestro.
Cada
año se detiene un poco el tiempo y también el espacio, somos un
poco esa ciudad de enfrente que dibujan las luces de los barcos.
Y
cada año pienso en las mismas palabras para inventarla: espuma,
furia, piedras, viento; ya no se me ocurren muchas cosas más.
Lucía
sacó una foto a un círculo de piedras adentro del que los chicos
habían prendido un fuego y anotó el crepitar de las piedras.
Siempre
a alguien se le va ocurriendo algo diferente con las mismas palabras.
Pero pasa casi siempre lo mismo.
La
otra mañana en medio de mi caminata diaria ví venir unos perros por
el camino de arena que bordea los acantilados.
Me
llamó la atención lo rápido que corrían y que tenían unas orejas
demasiado puntiagudas. Cuando se acercaron me dí cuenta de que eran
liebres, se metieron muy rápido entre la vegetación de los médanos
y no llegué a sacarles una foto.
Otra
cosa que estoy aprendiendo en este verano es que todo pasa por
Instagram.
También
hay lechuzas que aparecen a la noche y como siempre cangrejos aunque
este año el cangrejal está tapado por el mar.
Ayer
llegó Valen, ya estamos los doce.
Les
cuento historias de veranos pasados.
Uno,
que estaba embarazada de Sonsi y todas las tardes me dormía la
siesta con Maite que era muy chiquita.
Otro,
que estaba embarazada de Felipe, que me hice acá el evatest y que me
daba asco toda la comida, hasta una tarde que comí un tostado.
Pero
son recuerdos lejanos, como de vidas ajenas.
En
medio del viento bajamos a la playa con Toto, jugamos al veo veo y
miramos cómo las olas se vuelven gigantes del color de los
dinosaurios.
Las
chicas aprendieron a jugar al truco, juegan todas las hermanas
juntas, menos Loli que juega a la casita robada.
Los
varones me abrazan a cada rato y me piden los play mobil de los
Ghostbusters.
En
la ciudad de enfrente, en esa de las luces de los barcos alguien
espera un hijo y vomita todas las mañanas, alguien duerme la siesta,
alguien decide, alguien se estremece con otros recuerdos.
Febrero
sigue su marcha inexorable y todos esperamos casi por costumbre.
A lo
mejor algún año cambia, el día no llega.
Pero
siempre llega.
A
veces el mar se come todo, otras destila un diamante.
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