Ya
estamos casi en la mitad de octubre y todavía no comí alcauciles. Cuando tenía
siete años algún día después del día de la madre se murió mi abuela. Se fueron
todos al cementerio y yo me fui a la casa de mis otros abuelos. Había
alcauciles para almorzar. Desde ahí que los alcauciles quedaron directamente
ligados con el mes de octubre, con el sol que empieza a pegar más fuerte en el
momento más alto de la primavera y con las personas y el tiempo que se van yendo.
Este
octubre lo empecé en el medio de la oscuridad; llegando a Luján después de
caminar todo el día. Salimos a la mañana desde Liniers, con Ceci y María que ya
una semana antes, después de unos cuantos piscos sours, me había dado el dinero
para que la anotara. El camino estuvo increíble: como siempre nos reímos, nos
cansamos, nos encontramos con gente, contamos historias. María había
llevado una batería de productos para
las ampollas: vendas, siliconas, curitas y también cosas raras para comer como
almendras y dátiles. Ya de noche me quedé sola en la peor parte, en la que no hay
nada, ni luz. Caminé sola un rato largo hasta que alcancé a otros amigos.
Caminé sola pero no tanto: más temprano había seleccionado veinte personas que
quiero muchísimo para que me acompañaran x wa. Algunas me mandaron mensajes
lindísimos y otras me fueron contando historias conjurando la soledad y el
cansancio. Pili me escribió que si afrontaba la peregrinación con la fuerza con
la que afrontaba la vida llegaba seguro. Mientras les estaba leyendo ese
mensaje a unos amigos me llevé puesto un lomo de burro justo con una uña que se
me estaba saliendo, pensé que me caía ahí y quedaba y me dio mucha risa.
En
Luján, cuando llegué a la plaza, me acordé de este enero en el que fuimos con
mi mamá, mi tía y Maite. Y mamá me dijo “Seguro que este año volvés a venir
caminando ¿no?”. En aquel momento le había contestado que sí tan segura que en
ningún momento del camino tuve dudas de que no iba a llegar. Y antes de llegar
al puesto a comerme una hamburguesa y a reencontrarme en el colectivo con Ceci
y con María lloré un poco.
El
mes sigue con mucho fútbol. No tengo demasiadas ganas de hacer nada, con
excepción de jugar. Amistosos, torneos. Miércoles, viernes, sábados y domingos.
La sensación que de haber nacido después hubiera llegado al fútbol mucho antes,
hubiera disfrutado mucho más. Como Consu ahora, por ejemplo. Me compré un par de remeras de
arquera y conseguí por Mercado Libre una camiseta homenaje a Lev Yashin, toda
negra con las letras CCCP. Pero por ahora no me la puedo estrenar. El domingo pasado
entraba una delantera al área, venía sola, sin marca, Traía la pelota bastante
adelantada, me tiré al piso para sacársela, la agarré pero la chica siguió de
largo y se me cayó encima. El golpe no fue tan fuerte pero sentí como un
puntazo en el cerebro que no me dejaba incorporar. Me llevé el guante a la
cabeza como para amortiguar el golpe o para calmar el ardor y lo saqué todo
rojo de sangre. Desde el suelo miré a la chica y le pregunté si tenía pulseras
o anillos, “no, no” me contestó mientras se tapaba con una mano la muñeca de la
otra. Mis compañeras de equipo se asustaron, yo intenté tranquilizarlas
diciéndoles que la cabeza sangra bastante. Consu llamó a Luis desde un celular
prestado y me vinieron a buscar todos en seguida. En la guardia me suturaron y me hicieron un vendaje gigante que se me salió mientras dormía. El
lunes me armé yo un parche con cintas pegadas en el pelo. Ahora ya me saqué
todo.
Octubre
avanza con proyectos. Presentar el libro de Meneca, seguir escribiendo sobre la
arquera soviética, cuadricular la ciudad en busca de lugares perdidos y otros
disparates más. Menos el primero son todos delirios, por eso si se concretaran
sería fantástico.
Por
ahora voy a pasar el día de la madre con dos puntos en la cabeza. Mi anhelo era
jugar el torneo de los domingos. Pero no va a poder ser; por la cabeza y porque
los partidos se pasaron al lunes. Tengo otros anhelos para el domingo, algunos
posibles y otros no. El mayor es que el día se pase rápido; ahora la
tristeza que no tiene nombre es para abajo pero también para arriba porque me estoy
dando cuenta de algo que me decía el otro día Diego: llega una edad en la que la palabra huérfano ya no sirve.
Aunque a lo mejor todo se soluciona con el sabor de
un par de alcauciles.
La casaca de la "araña negra", qué maravilla. Lindísimo relato.
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