lunes, 1 de enero de 2018

Tatuaje








Cuando nuestras hijas nacieron decidimos no agujerearles las orejas a ninguna.
Entonces, cuando cumplieron dieciocho lo primero que hicieron fue ir a la Bond a ponerse aros. Valen en la nariz, Pili en la oreja.
Ahora ya van por el quinto o el sexto en cada oreja. Tienen aritos desde el lóbulo hasta la parte de arriba de la oreja que no sé cómo se llama.
La otra noche nos quedamos hablando sobre los lugares donde es más peligroso hacerse agujeros y los que duelen más.
De ahí derivamos al tema de los tatuajes.
Ninguna de las dos se anima por ahora, pero lo tienen como una posibilidad.
Y yo me volví a acordar de algunas cosas

En 2008 Meneca me trajo de regalo de Francia una F inicial del Leccionario de Montmajour, del siglo XII.
A Patricio le trajo una P.
Como hacía poco que me había comprado el Clio se me ocurrió agrandarla, hacerle un vinilo y pegarla en la puerta de adelante. El hombre que me lo hizo no era muy amigable y como leyó la imagen horizontal y no vertical no la entendió y me preguntó de bastante mal modo si eso era un trabuco o alguna otra arma antigua. “No señor”, le contesté, “es la inicial de mi nombre y la del nombre de mi hijo que se murió el año pasado”. Terminó rápido su trabajo sin levantar la vista de la F que quedó perfecta.
Y el Clío quedó bien tuneado.
Meses después le estuve dando vueltas a la idea de tatuarme la F en alguna parte del cuerpo, me llevaba para siempre además de las iniciales de los nombres la fuerza que necesitaba tanto.

Casi diez años después, con la certeza de que ya no me tatúo, con la F tuneando ahora el Nissan en su azul eléctrico, con el 2017 cerrado vuelvo a pensar en la F.
En el origen vuelve a estar Meneca, el libro que armamos con Gloria y la cantidad de historias que nos quedaron por el camino.
También Patricio con quien dimos un seminario en este año, que nos dejó volver un poco a esas otras épocas en las que nos reíamos todos los días de cualquier cosa.

La F sigue siendo la fuerza que cruzó 2017 pero no fue mía: la fuerza de mi mamá que ya sin poder moverse me llamó el 24 de marzo a la mañana para decirme que por favor no me olvidara de pasar, que quería darme un abrazo el día de mi cumple o el día ese en el sanatorio, en el que me confundió con Maite “por lo negra y por lo linda” o cuando ya al final me preguntó dónde era la fiesta de casamiento que teníamos y al contestarle yo "en el Zamorano" se quedó tranquila.
La fuerza de mis tres hijas más grandes que me sostuvieron cuando yo dejé de ser hija y por supuesto la fuerza de Luis, de su compañía y de su calma.

Hubo otras fuerzas, también tristes, tampoco mías: la fuerza de Milagro, cuando la abracé llorando y me dijo en el medio del patio del penal: “Acá no se viene a moquear”; la fuerza de la mamá de Santiago a la que no me dio el alma para abrazar cuando la vi sentada al lado del cajón de su hijo.

La F de fútbol. Tres, cuatro días por semana parada abajo del arco, explotando de alegría cuando podía volar un poco y al acariciar la pelota en el ángulo la mandaba al corner. Sentir cada partido, pese a las heridas de guerra: dedos violetas, cabeza rota, rodillas sangrando; como una de las mejores cosas del año que se fue.

La familia, la de los doce que somos y la de todas y todos que nos acompañan.
Valen y Pili paseando por España. Maite creciendo. Sonsi creciendo. Consu cruzando el Riachuelo con el atardecer rosa atrás. Ruli razonando como adulta. Octi loco por Spiderman. Estani escribiendo Esti “Bruno”Luján en su primera prueba de 1er grado porque es Batman. Loli en su burbuja de pequeños ponies. Toto que parece un bebé.
Raquel que en 2017 vino tres veces.
Mi hermano. Su familia en Sevilla.
Todo con Vero: elijo el sol explotándonos en la cabeza en esa marcha de mitad de marzo, cuando Vero me abrazó tan fuerte después de que le dije que mi mamá se iba a morir el día de mi cumple porque a veces en la vida me pasan así las cosas .
Enru, cuando me visitó de paso para su facultad.
Las cervezas con Coni.
Los piscos sour con María ese mediodía de sol en La mar.
Los viajes con Xime, su graduación como copilota experta con un excelente manejo del google maps que permitió atravesar La Banda en menos de una hora; el día que le convidamos hojas de coca a medio congreso, el día que nos escapamos al Aconcagua, el día que descubrimos casi por casualidad la bodega.
La bodega a la que volví con Luis hace poco y en la que vamos a festejar alguna vez algo.
Claudio y Amali que el jueves santo se llevaron a Consu y a los cuatro más chiquitos a pasar todo el día con ellos.
La mesa de fin de año con amigos queridos. Las compañías. Las buenas noticias.

Las fiestas, la comunión de Consu, los cumples de todos, las pijamadas de Octi y Estani, las pool parties de Maite llenas de adolescentes que dejaron todo embarrado, las fiestas en Serrano sobre las que en algún momento voy a escribir, la del aniversario del Zamorano que me perdí porque volaba de fiebre, de gripe y de tristeza.

Fabi que nunca dudó en encontrarse conmigo cada vez que se lo pedí. La primera vez me aconsejó, me alivió y ya en las siguientes me contó historias buenísimas.

La fe. No cualquiera. La de Solange, una nena hermosa, recibiendo la confirmación y convirtiéndome en su madrina.
La de Luis y Fran y el padre Paco; la de las milanesas en la Isla Maciel, la de la tarde de mayo en la inauguración de la capilla, la del mediodía de diciembre pintando el mural y compartiendo tantas cosas.
La que nos llevó caminando a Luján riéndonos casi todo el viaje.
La de Mariano, que me mandó el mejor mensaje cuando empezaba el domingo de Pascua y me copió Abril en Managua en mi pen drive de música para el auto.

Y por supuesto que sigue siendo la F de Felipe. De diez años de jabalíes y diamantes, del rayo que no cesa y que lastima en el recuerdo, pero también en la posibilidad del olvido.

La letra de lo que falta, los proyectos. Historias de la arquera soviética, de las canchas de fútbol, seguir retomando las sevillanas con Noelia; acompañar mucho a Sonsi en el esfuerzo que le toca, jugar dos o tres campeonatos, cambiar los guantes; transitar con Loli y Toto el último año del jardín que significa abandonar el jardín para siempre después de 17 años; seguir acompañándonos todos, seguir llenando de vida esta F que no vale la pena tatuarme en la piel porque la llevo tatuada en las venas.

Felicidades

4 comentarios:

  1. Hace rato no te leo! Y me reencontre, como siempre, con la emoción, la nostalgia y la alegria!!! T quiero mucho!!! Gracias!!!

    ResponderEliminar
  2. Hermoso... Son palabras q suenan a musica.. A la armonia mas perfecta!!!

    ResponderEliminar
  3. G de gracias infinitas por compartir tu fuerza

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar