viernes, 26 de octubre de 2018

Día de la madre

Empecé el día de la madre en un recital de Franny Glass, un uruguayo que le gusta a Luis.
Después tocó Niños envueltos, un grupo que tiene una canción que se llama Navarro Montoya. Cuando se terminó fuimos a tomar cerveza a la vuelta de lo de Vero, donde había ido yo con Vero el día que le dieron el diploma a Pili.
Para la entrega de diplomas Pili tenía un vestido hermoso que compramos un lunes a la tarde que hacía mucho calor. El sol reventaba el asfalto en la esquina de Superí y Pampa.
La noche del recital de Franny Glass no fuimos a The Oldest porque la última vez que había comido ahí con Luis yo me había largado a llorar.
Cuando volvimos Valen se había ido a una fiesta y Pili se estaba yendo con Clari y unas botellas de vino a la misma fiesta.
A la mañana temprano me fui a jugar un partido. En casa nadie se había levantado todavía. Perdimos.
El día de la madre ideal era victoria y todas mis hijas e hijos viendo el partido sentados en el borde del cemento.
En casa comimos pulpo.
El celu me estallaba de mensajes, más que en Navidad como me dijo Vero.
¿Más hijos e hijas te harían más madre, o mejor madre? Tal vez con menos sea todo más fácil, o más difícil.
Cuando terminamos de comer les dije a los más chicos que a veces me enojo demasiado, a las más grandes que a veces no me doy cuenta de que crecieron y de que las decisiones que toman no son las que yo tomaría.
Me escucharon sin decir nada.
De todas formas después hicieron entre los diez un reglamento de convivencia que pegaron en la heladera.
Es cierto que me enojo bastante últimamente.
Es cierto también que suceden cosas como Octi que lo manda a Toto a que le corte el pelo y el otro se lo corta. O Loli decide cortarse sola el flequillo. O Ruli busca algo filoso para sacarse una cosa del diente.
Y es cierto también que nada de lo que le digo a las más grandes parece interesarles. Y pienso si mi mamá no habrá sentido lo mismo conmigo.
Eso me pone triste.
Pero en general trato de hacer todo lo mejor posible.
Si decidimos ser madres entonces somos equilibristas, no nos sostiene casi nadie. Pero siempre hay alguna gente que nos escucha.
Así terminé el día, en el puente 5 de la terminal de Retiro, lloviznaba.

Volví a casa pensando que si no hubiera sido por Franny Glass, los niños envueltos, el pulpo, el cemento del cole y esa llovizna que paraba de a ratos hubiera sido un día de la madre olvidable.
Pero después me acordé de algo que nos dijo mamá algún día de la madre a mi hermano y a mí “Qué bueno haberlos tenido a los dos en el almuerzo”.
Y se me pasó un poco todo.



martes, 9 de octubre de 2018

Bancos




En el jardín tenemos dos bancos hechos por Gonza con la madera que recubría el túnel del tren fantasma del Italpark.
Un sábado de invierno a la mañana llegaron Gonzalo y Lucía cargados con ese regalo, de madera clara, con algunas vetas oscuras y con un detalle casi de poesía en las patas.
Esa misma noche los estrenamos con mis amigas de fútbol, una se dio cuenta de que eran de diseño. Tomamos cerveza y festejamos un segundo puesto de un campeonato en el que pude atajar los últimos partidos.
La segunda parte del año prometía acercarse a la perfección. Después me volví a lastimar.

El primer fin de semana de primavera, creo que llueve. Pasan demasiadas personas por casa, suben, bajan, vuelven. Valen, Pili y Clarita comen helado. Trato de poner un bidón de veinte mil litros en el dispenser y se me queda la espalda trabada. Siento que es para siempre, que soy una inútil, que todo el tiempo tengo a mis amigas corriendo por mí, que mientras la mayoría de las personas va por una autopista y a veces agarra algunos pozos, otras vamos por un camino empedrado con vidrios.
A la noche vamos con Luis a tomar cerveza. Después, me quedo despierta hasta la madrugada.
El domingo estoy un poco mejor.
Nos sentamos con María en el jardín, tomamos entre las dos una botella de champagne.
Cada vez que River mete un gol se escuchan los gritos de festejo.
Pienso que usamos los bancos cuando estuvo mi hermano, para que se sentaran los catorce primos y primas. Y pienso que a veces necesito tanto su tranquilidad al lado mío, su mirada Abelino de la vida.

El segundo fin de semana cenamos cebiche que prepara Luis, con un vino rosado riquísimo.
No me acuerdo mucho más.

El tercer fin de semana caminamos a Luján. Somos cuatro y después cinco, hace calor.
Contamos historias, cantamos Damas Gratis, los Charros, Vilma Palma, El viejo Matías; nos reímos; lloramos.
No puedo creer que hace quince días estaba deshecha, sentada en un banco,entre los azahares del mandarino que no terminan de salir.
Ahora, al costado de la ruta, en alguna casa o en algún puesto suena El ángel de los perdedores.
El dolor fue aflojando. Tengo como un pinchazo en la pierna desgarrada que de repente desaparece y me deja caminar tranquila.
Se hace de noche y empiezan los mensajes. Me propongo que en la próxima peregrinación también esté Vero con nosotras. A lo lejos aparecen las luces del primer puente, aprieto el denario que llevo en la mano desde la salida y eso me da fuerza para seguir.
Entramos a Luján y abrazo fuerte a Ceci, se nos mezclan las lágrimas. Cuatro años caminando juntas.

El domingo duermo hasta el mediodía. Almorzamos en el quincho. Después de comer nos quedamos un rato, ahí: Luis, Pili y yo.
Les cuento historias de Luján. También nos reímos.
Aparece un picaflor, se queda un rato larguísimo, lo miramos temblar entre unas flores violetas.
Vienen Octi, Estani y Toto a meterse en la pileta, se ríen porque los shorts del año pasado les quedan apretados.
Llega Valen y se sienta con nosotros. Contamos otras historias. Nos reímos un poco más.
Después las chicas se van a estudiar, Luis a ver a Boca y yo a dormir la siesta.
Perdiendo, ganando, aprendiendo a correrme del medio, a ser un poco menos egoísta.
Y con los bancos para sentarme por si me desarmo.
Sigo.