Empecé el día de la
madre en un recital de Franny Glass, un uruguayo que le gusta a
Luis.
Después tocó Niños envueltos, un grupo que tiene una canción que se llama Navarro Montoya. Cuando se terminó fuimos a tomar
cerveza a la vuelta de lo de Vero, donde había ido yo con Vero el
día que le dieron el diploma a Pili.
Para la entrega de
diplomas Pili tenía un vestido hermoso que compramos un lunes a la
tarde que hacía mucho calor. El sol reventaba el asfalto en la
esquina de Superí y Pampa.
La noche del recital de
Franny Glass no fuimos a The Oldest porque la última vez que había
comido ahí con Luis yo me había largado a llorar.
Cuando volvimos Valen se
había ido a una fiesta y Pili se estaba yendo con Clari y unas
botellas de vino a la misma fiesta.
A la mañana temprano me
fui a jugar un partido. En casa nadie se había levantado todavía.
Perdimos.
El día de la madre ideal
era victoria y todas mis hijas e hijos viendo el partido sentados en
el borde del cemento.
En casa comimos pulpo.
El celu me estallaba de
mensajes, más que en Navidad como me dijo Vero.
¿Más hijos e hijas te
harían más madre, o mejor madre? Tal vez con menos sea todo más
fácil, o más difícil.
Cuando terminamos de
comer les dije a los más chicos que a veces me enojo demasiado, a
las más grandes que a veces no me doy cuenta de que crecieron y de
que las decisiones que toman no son las que yo tomaría.
Me escucharon sin decir
nada.
De todas formas después
hicieron entre los diez un reglamento de convivencia que pegaron en
la heladera.
Es cierto que me enojo
bastante últimamente.
Es cierto también que
suceden cosas como Octi que lo manda a Toto a que le corte el pelo y
el otro se lo corta. O Loli decide cortarse sola el flequillo. O Ruli
busca algo filoso para sacarse una cosa del diente.
Y es cierto también que
nada de lo que le digo a las más grandes parece interesarles. Y
pienso si mi mamá no habrá sentido lo mismo conmigo.
Eso me pone triste.
Pero en general trato de
hacer todo lo mejor posible.
Si decidimos ser madres
entonces somos equilibristas, no nos sostiene casi nadie. Pero
siempre hay alguna gente que nos escucha.
Así terminé el día, en
el puente 5 de la terminal de Retiro, lloviznaba.
Volví a casa pensando
que si no hubiera sido por Franny Glass, los niños envueltos, el
pulpo, el cemento del cole y esa llovizna que paraba de a ratos
hubiera sido un día de la madre olvidable.
Pero después me acordé
de algo que nos dijo mamá algún día de la madre a mi hermano y a
mí “Qué bueno haberlos tenido a los dos en el almuerzo”.
Y se me pasó un poco
todo.