martes, 9 de octubre de 2018

Bancos




En el jardín tenemos dos bancos hechos por Gonza con la madera que recubría el túnel del tren fantasma del Italpark.
Un sábado de invierno a la mañana llegaron Gonzalo y Lucía cargados con ese regalo, de madera clara, con algunas vetas oscuras y con un detalle casi de poesía en las patas.
Esa misma noche los estrenamos con mis amigas de fútbol, una se dio cuenta de que eran de diseño. Tomamos cerveza y festejamos un segundo puesto de un campeonato en el que pude atajar los últimos partidos.
La segunda parte del año prometía acercarse a la perfección. Después me volví a lastimar.

El primer fin de semana de primavera, creo que llueve. Pasan demasiadas personas por casa, suben, bajan, vuelven. Valen, Pili y Clarita comen helado. Trato de poner un bidón de veinte mil litros en el dispenser y se me queda la espalda trabada. Siento que es para siempre, que soy una inútil, que todo el tiempo tengo a mis amigas corriendo por mí, que mientras la mayoría de las personas va por una autopista y a veces agarra algunos pozos, otras vamos por un camino empedrado con vidrios.
A la noche vamos con Luis a tomar cerveza. Después, me quedo despierta hasta la madrugada.
El domingo estoy un poco mejor.
Nos sentamos con María en el jardín, tomamos entre las dos una botella de champagne.
Cada vez que River mete un gol se escuchan los gritos de festejo.
Pienso que usamos los bancos cuando estuvo mi hermano, para que se sentaran los catorce primos y primas. Y pienso que a veces necesito tanto su tranquilidad al lado mío, su mirada Abelino de la vida.

El segundo fin de semana cenamos cebiche que prepara Luis, con un vino rosado riquísimo.
No me acuerdo mucho más.

El tercer fin de semana caminamos a Luján. Somos cuatro y después cinco, hace calor.
Contamos historias, cantamos Damas Gratis, los Charros, Vilma Palma, El viejo Matías; nos reímos; lloramos.
No puedo creer que hace quince días estaba deshecha, sentada en un banco,entre los azahares del mandarino que no terminan de salir.
Ahora, al costado de la ruta, en alguna casa o en algún puesto suena El ángel de los perdedores.
El dolor fue aflojando. Tengo como un pinchazo en la pierna desgarrada que de repente desaparece y me deja caminar tranquila.
Se hace de noche y empiezan los mensajes. Me propongo que en la próxima peregrinación también esté Vero con nosotras. A lo lejos aparecen las luces del primer puente, aprieto el denario que llevo en la mano desde la salida y eso me da fuerza para seguir.
Entramos a Luján y abrazo fuerte a Ceci, se nos mezclan las lágrimas. Cuatro años caminando juntas.

El domingo duermo hasta el mediodía. Almorzamos en el quincho. Después de comer nos quedamos un rato, ahí: Luis, Pili y yo.
Les cuento historias de Luján. También nos reímos.
Aparece un picaflor, se queda un rato larguísimo, lo miramos temblar entre unas flores violetas.
Vienen Octi, Estani y Toto a meterse en la pileta, se ríen porque los shorts del año pasado les quedan apretados.
Llega Valen y se sienta con nosotros. Contamos otras historias. Nos reímos un poco más.
Después las chicas se van a estudiar, Luis a ver a Boca y yo a dormir la siesta.
Perdiendo, ganando, aprendiendo a correrme del medio, a ser un poco menos egoísta.
Y con los bancos para sentarme por si me desarmo.
Sigo.



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