En el jardín tenemos dos
bancos hechos por Gonza con la madera que recubría el túnel del
tren fantasma del Italpark.
Un sábado de invierno a
la mañana llegaron Gonzalo y Lucía cargados con ese regalo, de
madera clara, con algunas vetas oscuras y con un detalle casi de
poesía en las patas.
Esa misma noche los
estrenamos con mis amigas de fútbol, una se dio cuenta de que eran
de diseño. Tomamos cerveza y festejamos un segundo puesto de un
campeonato en el que pude atajar los últimos partidos.
La segunda parte del año
prometía acercarse a la perfección. Después me volví a lastimar.
El primer fin de semana
de primavera, creo que llueve. Pasan demasiadas personas por casa,
suben, bajan, vuelven. Valen, Pili y Clarita comen helado. Trato de
poner un bidón de veinte mil litros en el dispenser y se me queda la
espalda trabada. Siento que es para siempre, que soy una inútil, que
todo el tiempo tengo a mis amigas corriendo por mí, que mientras la
mayoría de las personas va por una autopista y a veces agarra
algunos pozos, otras vamos por un camino empedrado con vidrios.
A la noche vamos con Luis
a tomar cerveza. Después, me quedo despierta hasta la madrugada.
El domingo estoy un poco
mejor.
Nos sentamos con María
en el jardín, tomamos entre las dos una botella de champagne.
Cada vez que River mete
un gol se escuchan los gritos de festejo.
Pienso que usamos los
bancos cuando estuvo mi hermano, para que se sentaran los catorce
primos y primas. Y pienso que a veces necesito tanto su tranquilidad
al lado mío, su mirada Abelino de la vida.
El segundo fin de semana cenamos cebiche que prepara Luis, con un vino rosado riquísimo.
No me acuerdo mucho más.
El tercer fin de semana
caminamos a Luján. Somos cuatro y después cinco, hace calor.
Contamos historias,
cantamos Damas Gratis, los Charros, Vilma Palma, El viejo Matías;
nos reímos; lloramos.
No puedo creer que hace
quince días estaba deshecha, sentada en un banco,entre los azahares
del mandarino que no terminan de salir.
Ahora, al costado de la
ruta, en alguna casa o en algún puesto suena El ángel de los
perdedores.
El dolor fue aflojando.
Tengo como un pinchazo en la pierna desgarrada que de repente
desaparece y me deja caminar tranquila.
Se hace de noche y
empiezan los mensajes. Me propongo que en la próxima peregrinación
también esté Vero con nosotras. A lo lejos aparecen las luces del
primer puente, aprieto el denario que llevo en la mano desde la
salida y eso me da fuerza para seguir.
Entramos a Luján y
abrazo fuerte a Ceci, se nos mezclan las lágrimas. Cuatro años
caminando juntas.
El domingo duermo hasta
el mediodía. Almorzamos en el quincho. Después de comer nos
quedamos un rato, ahí: Luis, Pili y yo.
Les cuento historias de
Luján. También nos reímos.
Aparece un picaflor, se
queda un rato larguísimo, lo miramos temblar entre unas flores
violetas.
Vienen Octi, Estani y Toto a meterse en la pileta, se ríen porque los shorts del año pasado les quedan apretados.
Llega Valen y se sienta con nosotros. Contamos otras historias. Nos reímos un poco más.
Después las chicas se
van a estudiar, Luis a ver a Boca y yo a dormir la siesta.
Perdiendo, ganando,
aprendiendo a correrme del medio, a ser un poco menos egoísta.
Y con los bancos para sentarme por si me desarmo.
Sigo.
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