I
Hace muchos años
seguíamos a Español a todas partes; fue así que conocí la mayoría
de las canchas de la ciudad y algunas del conurbano.
De esa época me quedaron
bastantes historias, pero nunca las escribí. A veces las recordamos
con Luis: un día que diluvió mal, que la cancha era una pileta,
Español-Quilmes, el partido no se suspendió y nos abrieron la
platea porque tenía techo lo que no impidió que llegáramos a
nuestras casas empapadísimos; o una tarde con la imagen de las
calles del Bajo Flores tapizadas de tetras vacíos que habían dejado
los hinchas de Talleres de Córdoba; o un domingo de invierno en la
cancha de Platense dedicándole un triunfo a Macri que lo mira por TV
pensando que habíamos ganado la guerra porque la asamblea había
decidido que Español no se vendía, sin saber que eso ni siquiera
había sido una batalla. Una vez fui sola, en 101, un martes a la
tarde, Español-Olimpia La Conmebol. En Olimpia atajaba Goycochea,
empataron 0 a 0, después Español perdió por penales y quedó
afuera de la copa.
A veces también íbamos
con Luis a ver a Boca, pero una sola vez vimos un Boca-Español, ya
había nacido Valen y la llevamos. Fue hace más de 20 años pero
recuerdo ese partido por tres cosas que pasaron. En el entretiempo
Valen tenía que ir a hacer pis, estábamos en la tribuna de
visitantes, separada por unas rejas del resto de la popular, era un
espacio bastante chico porque los hinchas éramos pocos.El baño de
mujeres había quedado del otro lado de las rejas así que la tuve
que llevar al de varones, en la puerta se quedaron unos hombres
cuidando que nadie entrara. También en el entretiempo, eso nos dimos
cuenta cuando empezó el complemento, el técnico de Boca, supongo
que era Bianchi pero no estoy segura, había cambiado al arquero.
Español se había ido al vestuario ganando 3-0 por errores claros
del arquero de Boca. En el segundo tiempo, Boca le dio vuelta el
partido y terminó ganándolo 4-3. El arquero que se había ido en el
entretiempo fue después arquero de Español y lo acompañó al
descenso. El tercer suceso fue que de una tribuna de arriba donde
había hinchas de Boca me tiraron pis, yo pensé que era agua pero
cuando llegué a casa la remera ya se me había secado y en el lugar
donde había caído el líquido tenía una mancha amarillenta, por
eso me dí cuenta de que me habían tirado pis.
II
El sábado pasado jugué
dos partidos, el primero fue un partidazo, empatamos 2 a 2 contra las
que iban primeras.
El segundo fue casi de
noche, perdíamos 3 a 1 y cuando faltaban seis o siete minutos para
el final los técnicos decidieron el cambio de arquera. Lo primero
que me acordé fue de ese partido, hace casi 25 años viendo Español
en la cancha de Boca, con mi remera mojada de pis que me habían
tirado de la tribuna de arriba. Salí rápido de la cancha, me saqué
mis guantes y mis rodilleras que siempre que me hacen goles me parece
que son parte de un disfraz ocioso, casi grotesco como que las
verdaderas arqueras atajan sin nada y me fui rápido de la cancha,
para que nadie se diera cuenta de que en un equipo perdido de una
categoría no tan alta de una liga fantasma habían cambiado a la
arquera.
Volví en la bici
comiendo rabia y cuidando de no meter las ruedas finitas en las
juntas del cemento de la bicisenda de Superí, porque ahí fue donde
el primer sábado que fui a jugar en bici metí la rueda, me caí, se
salió la cadena y me quedó la rodilla escondida atrás de una
costra de sangre que tardó en secarse más de una semana. Pedaleaba
furiosa razonando que si aquel primer sábado, volviendo de una
victoria, me había ido de cabeza a la calle, en ese momento con
tanto enojo encima era mucho más fácil caerme y otra vez mezclar mi
sangre con el asfalto.
III
Bienvenidos al infierno.
Eso decía en las paredes pintadas de
rojo de la cancha de cemento en la que jugó Consu el domingo.
A la tarde cruzamos la
ciudad en auto para llegar, cuando el sol ya no calentaba, a un club
parecido al Zamorano, como si el salón del Zamorano en vez de ser un
salón donde ponemos mesas para comer fuera una cancha de fútbol.
Otra cancha sin espacio
para los laterales, de las paredes parecían colgar unos bancos de
cemento para que se sentara el público.
Pensé que cuando tuvieran que hacer un
lateral íbamos a tener que levantar los pies.
En el equipo de Consu eran siete. Son
nenas que no pasan de quince años, la más chiquita es Consu que ni
siquiera entra en esa categoría, tienen que pedir permiso para que
la dejen jugar.
Del otro lado eran casi
veinte, todas de más de dieciocho, en el precalentamiendo le pegaban
al arco con una furia parecida a la que traía yo en mi bici el día
anterior. Las van a matar pensamos madres y padres que esperábamos
con caras de susto en los bancos del averno.
Pero no, las chiquitas
tocaban y las del otro equipo las veían pasar. Al final del primer
tiempo entró Consu, en el segundo tiempo jugó también un rato. En
el rato que jugó trabó una pelota adelante y quedó mano a mano con
una arquera que era cuatro veces más grande que ella. En el rato que
no jugó se enojó con el técnico por el cambio. Después, ganaron 3
a 1.
IV
Me imagino dentro de 10
años. Una Bombonera llena. Cinco minutos para que se acabe el
partido. El técnico decide un cambio: sacar a la 9 para la ovación.
La cancha estalla. Yo en la platea miro a la jugadora que sale en
medio del estruendo de los hinchas, le hago un saludo con la mano,
Consu mira para donde estoy y me guiña un ojo. “¿Te acordás del
Bienvenidos al infierno?” parece decirme y mientras yo me acuerdo
de aquellos fines de semana de fútbol 5 protestando las dos por los
cambios, desde la tribuna de arriba los visitantes recluidos en un
espacio mínimo se dan cuenta de que soy la madre de la goleadora que
les pintó la cara y me tiran una botella de litro y medio llena de
un líquido amarillo espumoso y caliente que adivino me dejará
una mancha seca en la remera que ya no va a salir.