domingo, 19 de mayo de 2019

Cambios





I
Hace muchos años seguíamos a Español a todas partes; fue así que conocí la mayoría de las canchas de la ciudad y algunas del conurbano.
De esa época me quedaron bastantes historias, pero nunca las escribí. A veces las recordamos con Luis: un día que diluvió mal, que la cancha era una pileta, Español-Quilmes, el partido no se suspendió y nos abrieron la platea porque tenía techo lo que no impidió que llegáramos a nuestras casas empapadísimos; o una tarde con la imagen de las calles del Bajo Flores tapizadas de tetras vacíos que habían dejado los hinchas de Talleres de Córdoba; o un domingo de invierno en la cancha de Platense dedicándole un triunfo a Macri que lo mira por TV pensando que habíamos ganado la guerra porque la asamblea había decidido que Español no se vendía, sin saber que eso ni siquiera había sido una batalla. Una vez fui sola, en 101, un martes a la tarde, Español-Olimpia La Conmebol. En Olimpia atajaba Goycochea, empataron 0 a 0, después Español perdió por penales y quedó afuera de la copa.

A veces también íbamos con Luis a ver a Boca, pero una sola vez vimos un Boca-Español, ya había nacido Valen y la llevamos. Fue hace más de 20 años pero recuerdo ese partido por tres cosas que pasaron. En el entretiempo Valen tenía que ir a hacer pis, estábamos en la tribuna de visitantes, separada por unas rejas del resto de la popular, era un espacio bastante chico porque los hinchas éramos pocos.El baño de mujeres había quedado del otro lado de las rejas así que la tuve que llevar al de varones, en la puerta se quedaron unos hombres cuidando que nadie entrara. También en el entretiempo, eso nos dimos cuenta cuando empezó el complemento, el técnico de Boca, supongo que era Bianchi pero no estoy segura, había cambiado al arquero. Español se había ido al vestuario ganando 3-0 por errores claros del arquero de Boca. En el segundo tiempo, Boca le dio vuelta el partido y terminó ganándolo 4-3. El arquero que se había ido en el entretiempo fue después arquero de Español y lo acompañó al descenso. El tercer suceso fue que de una tribuna de arriba donde había hinchas de Boca me tiraron pis, yo pensé que era agua pero cuando llegué a casa la remera ya se me había secado y en el lugar donde había caído el líquido tenía una mancha amarillenta, por eso me dí cuenta de que me habían tirado pis.

II
El sábado pasado jugué dos partidos, el primero fue un partidazo, empatamos 2 a 2 contra las que iban primeras.
El segundo fue casi de noche, perdíamos 3 a 1 y cuando faltaban seis o siete minutos para el final los técnicos decidieron el cambio de arquera. Lo primero que me acordé fue de ese partido, hace casi 25 años viendo Español en la cancha de Boca, con mi remera mojada de pis que me habían tirado de la tribuna de arriba. Salí rápido de la cancha, me saqué mis guantes y mis rodilleras que siempre que me hacen goles me parece que son parte de un disfraz ocioso, casi grotesco como que las verdaderas arqueras atajan sin nada y me fui rápido de la cancha, para que nadie se diera cuenta de que en un equipo perdido de una categoría no tan alta de una liga fantasma habían cambiado a la arquera.
Volví en la bici comiendo rabia y cuidando de no meter las ruedas finitas en las juntas del cemento de la bicisenda de Superí, porque ahí fue donde el primer sábado que fui a jugar en bici metí la rueda, me caí, se salió la cadena y me quedó la rodilla escondida atrás de una costra de sangre que tardó en secarse más de una semana. Pedaleaba furiosa razonando que si aquel primer sábado, volviendo de una victoria, me había ido de cabeza a la calle, en ese momento con tanto enojo encima era mucho más fácil caerme y otra vez mezclar mi sangre con el asfalto.



III
Bienvenidos al infierno.
Eso decía en las paredes pintadas de rojo de la cancha de cemento en la que jugó Consu el domingo.
A la tarde cruzamos la ciudad en auto para llegar, cuando el sol ya no calentaba, a un club parecido al Zamorano, como si el salón del Zamorano en vez de ser un salón donde ponemos mesas para comer fuera una cancha de fútbol.
Otra cancha sin espacio para los laterales, de las paredes parecían colgar unos bancos de cemento para que se sentara el público.
Pensé que cuando tuvieran que hacer un lateral íbamos a tener que levantar los pies.
En el equipo de Consu eran siete. Son nenas que no pasan de quince años, la más chiquita es Consu que ni siquiera entra en esa categoría, tienen que pedir permiso para que la dejen jugar.
Del otro lado eran casi veinte, todas de más de dieciocho, en el precalentamiendo le pegaban al arco con una furia parecida a la que traía yo en mi bici el día anterior. Las van a matar pensamos madres y padres que esperábamos con caras de susto en los bancos del averno.
Pero no, las chiquitas tocaban y las del otro equipo las veían pasar. Al final del primer tiempo entró Consu, en el segundo tiempo jugó también un rato. En el rato que jugó trabó una pelota adelante y quedó mano a mano con una arquera que era cuatro veces más grande que ella. En el rato que no jugó se enojó con el técnico por el cambio. Después, ganaron 3 a 1.

IV
Me imagino dentro de 10 años. Una Bombonera llena. Cinco minutos para que se acabe el partido. El técnico decide un cambio: sacar a la 9 para la ovación. La cancha estalla. Yo en la platea miro a la jugadora que sale en medio del estruendo de los hinchas, le hago un saludo con la mano, Consu mira para donde estoy y me guiña un ojo. “¿Te acordás del Bienvenidos al infierno?” parece decirme y mientras yo me acuerdo de aquellos fines de semana de fútbol 5 protestando las dos por los cambios, desde la tribuna de arriba los visitantes recluidos en un espacio mínimo se dan cuenta de que soy la madre de la goleadora que les pintó la cara y me tiran una botella de litro y medio llena de un líquido amarillo espumoso y caliente que adivino me dejará una mancha seca en la remera que ya no va a salir.

lunes, 6 de mayo de 2019

Martes




A las 9.00 llega Xime, casi siempre me manda mensaje cuando está en la puerta para no tocar el timbre y no despertar a nadie. Pero a esa hora en casa solo duermen Ruli y Loli: Luis se va temprano a Tribunales, Sonsi tiene campo, Maite y Consu se levantan para estudiar y los tres varones juegan desde las 8.00 en la puerta del cuarto de las hermanas grandes.

A las 9.30 paramos en Triunvirato y los Incas en una esquina que marca la entrada a Parque Chas, ahí sube Noelia, en la misma esquina en la que, cuando empecé a jugar al fútbol me esperaban un montón de chicas con las que iba a las canchas de futbol 5 de Beiró.

A las 9.45 estacionamos siempre en el mismo lugar, en una vereda que tiene un cantero por lo que tenemos que bajar del lado de la calle. Después meto para adentro el espejo del Nissan para que no me lo lleven puesto los bondis que pasan por ahí, abro el baúl, guardamos las mochilas con los celulares, el dinero y quedamos solo con lo imprescindible. Caminamos por un pasaje, hay una casa que siempre tiene un gato en la ventana

A las 9.55 golpeamos la puerta abriéndonos paso entre mujeres de todas las edades, cargadas con unas bolsas de colores llenas en las que siempre lo único que puedo distinguir son paquetes de yerba. Muchas vienen con nenas y nenes.
Hay una mujer que es un poco más vieja que el resto, tiene un bastón y una mirada tranquila pero triste.
Algunas entran con nosotras, otras quedan afuera, en una vereda llena de basura, que solo parece limpiarla el viento cuando sopla.
Nosotras tratamos de reirnos todo el tiempo.

Unos minutos después de las 10.00 nos abren. Transitamos por unos pasillos anchos, de paredes descascaradas. Se nos van abriendo rejas, pasamos controles, nos revisan los papeles y los libros. Algunas mañanas nos cruzamos con gente que camina, otras no.
No hay aire ni ventanas que nos dejen ver nada, ni la cancha de Lamadrid que está justo ahí al lado. Por eso una tarde antes de salir a Beiró dimos con el auto una vuelta manzana para verla: unos muros peores y un campo de juego que no se dejaba ver pero que se adivinaba medio chico, como esos que tienen los laterales pegados a las paredes. Después mi amigo Nacho, experto en ascenso, me contó que a Lamadrid sus propios hinchas lo llaman El Carcelero.
Cuando llegamos nos esperan con dos o tres termos y dos o tres mates, uno de estos martes además había un plato lleno de tortas fritas y de pastelitos. Nos prometieron a futuro prepararnos flan, pasta frola y budín de pan.
Al lado del aula hay un patio diminuto, nos cuentan que muchos van solamente para poder sentarse en ese patio.
A veces se escuchan balazos, es porque algunos juegan al fútbol, se les va la pelota al techo y cuando suben a buscarla los guardias disparan al aire para que nadie se escape. Por lo menos eso nos cuentan y es una buena historia.
En la puerta del baño hay macetas con plantas, en una hay orégano, cuando comemos lo usamos como condimento.
Siempre almorzamos pollo con puré.

En medio de todo la clase.
Uno en algún momento de su vida leyó la Eneida y como al final de la Eneida venían las Georgicas también las leyó.
A otro le encanta el soneto V de Garcilaso, otro aprendió con la ayuda de Xime a escandir los versos, otro aprendió que hay un tópico que se llama carpe diem, otro reconoce el locus amoenus, otros nos hablan de Orfeo buscando a Eurídice y de Dafne transformada en laurel

Y todos dicen que les enseñamos poesía.
Tienen nombres, se llaman Nico, Santi, Facu, Guille.

A las 2 de la tarde, cuando terminamos volvemos a cruzar los pasillos y las puertas.
Y como cada martes pienso que nos separa del afuera solo una línea de cal, como la que imagino en la cancha de El Carcelero pegada a la pared, esa que un día los utileros pintan pero al otro día no está más.
Salimos.Ya casi no quedan mujeres en las veredas que siguen igual de sucias.
Todavía el viento no sopla.