lunes, 6 de mayo de 2019

Martes




A las 9.00 llega Xime, casi siempre me manda mensaje cuando está en la puerta para no tocar el timbre y no despertar a nadie. Pero a esa hora en casa solo duermen Ruli y Loli: Luis se va temprano a Tribunales, Sonsi tiene campo, Maite y Consu se levantan para estudiar y los tres varones juegan desde las 8.00 en la puerta del cuarto de las hermanas grandes.

A las 9.30 paramos en Triunvirato y los Incas en una esquina que marca la entrada a Parque Chas, ahí sube Noelia, en la misma esquina en la que, cuando empecé a jugar al fútbol me esperaban un montón de chicas con las que iba a las canchas de futbol 5 de Beiró.

A las 9.45 estacionamos siempre en el mismo lugar, en una vereda que tiene un cantero por lo que tenemos que bajar del lado de la calle. Después meto para adentro el espejo del Nissan para que no me lo lleven puesto los bondis que pasan por ahí, abro el baúl, guardamos las mochilas con los celulares, el dinero y quedamos solo con lo imprescindible. Caminamos por un pasaje, hay una casa que siempre tiene un gato en la ventana

A las 9.55 golpeamos la puerta abriéndonos paso entre mujeres de todas las edades, cargadas con unas bolsas de colores llenas en las que siempre lo único que puedo distinguir son paquetes de yerba. Muchas vienen con nenas y nenes.
Hay una mujer que es un poco más vieja que el resto, tiene un bastón y una mirada tranquila pero triste.
Algunas entran con nosotras, otras quedan afuera, en una vereda llena de basura, que solo parece limpiarla el viento cuando sopla.
Nosotras tratamos de reirnos todo el tiempo.

Unos minutos después de las 10.00 nos abren. Transitamos por unos pasillos anchos, de paredes descascaradas. Se nos van abriendo rejas, pasamos controles, nos revisan los papeles y los libros. Algunas mañanas nos cruzamos con gente que camina, otras no.
No hay aire ni ventanas que nos dejen ver nada, ni la cancha de Lamadrid que está justo ahí al lado. Por eso una tarde antes de salir a Beiró dimos con el auto una vuelta manzana para verla: unos muros peores y un campo de juego que no se dejaba ver pero que se adivinaba medio chico, como esos que tienen los laterales pegados a las paredes. Después mi amigo Nacho, experto en ascenso, me contó que a Lamadrid sus propios hinchas lo llaman El Carcelero.
Cuando llegamos nos esperan con dos o tres termos y dos o tres mates, uno de estos martes además había un plato lleno de tortas fritas y de pastelitos. Nos prometieron a futuro prepararnos flan, pasta frola y budín de pan.
Al lado del aula hay un patio diminuto, nos cuentan que muchos van solamente para poder sentarse en ese patio.
A veces se escuchan balazos, es porque algunos juegan al fútbol, se les va la pelota al techo y cuando suben a buscarla los guardias disparan al aire para que nadie se escape. Por lo menos eso nos cuentan y es una buena historia.
En la puerta del baño hay macetas con plantas, en una hay orégano, cuando comemos lo usamos como condimento.
Siempre almorzamos pollo con puré.

En medio de todo la clase.
Uno en algún momento de su vida leyó la Eneida y como al final de la Eneida venían las Georgicas también las leyó.
A otro le encanta el soneto V de Garcilaso, otro aprendió con la ayuda de Xime a escandir los versos, otro aprendió que hay un tópico que se llama carpe diem, otro reconoce el locus amoenus, otros nos hablan de Orfeo buscando a Eurídice y de Dafne transformada en laurel

Y todos dicen que les enseñamos poesía.
Tienen nombres, se llaman Nico, Santi, Facu, Guille.

A las 2 de la tarde, cuando terminamos volvemos a cruzar los pasillos y las puertas.
Y como cada martes pienso que nos separa del afuera solo una línea de cal, como la que imagino en la cancha de El Carcelero pegada a la pared, esa que un día los utileros pintan pero al otro día no está más.
Salimos.Ya casi no quedan mujeres en las veredas que siguen igual de sucias.
Todavía el viento no sopla.



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