A las 9.00 llega Xime,
casi siempre me manda mensaje cuando está en la puerta para no tocar
el timbre y no despertar a nadie. Pero a esa hora en casa solo
duermen Ruli y Loli: Luis se va temprano a Tribunales, Sonsi tiene
campo, Maite y Consu se levantan para estudiar y los tres varones
juegan desde las 8.00 en la puerta del cuarto de las hermanas
grandes.
A las 9.30 paramos en
Triunvirato y los Incas en una esquina que marca la entrada a Parque
Chas, ahí sube Noelia, en la misma esquina en la que, cuando empecé
a jugar al fútbol me esperaban un montón de chicas con las que iba
a las canchas de futbol 5 de Beiró.
A las 9.45 estacionamos
siempre en el mismo lugar, en una vereda que tiene un cantero por lo
que tenemos que bajar del lado de la calle. Después meto para
adentro el espejo del Nissan para que no me lo lleven puesto los
bondis que pasan por ahí, abro el baúl, guardamos las mochilas con
los celulares, el dinero y quedamos solo con lo imprescindible.
Caminamos por un pasaje, hay una casa que siempre tiene un gato en la
ventana
A las 9.55 golpeamos la
puerta abriéndonos paso entre mujeres de todas las edades, cargadas
con unas bolsas de colores llenas en las que siempre lo único que
puedo distinguir son paquetes de yerba. Muchas vienen con nenas y
nenes.
Hay una mujer que es un poco más vieja que el resto, tiene un
bastón y una mirada tranquila pero triste.
Algunas entran con
nosotras, otras quedan afuera, en una vereda llena de basura, que
solo parece limpiarla el viento cuando sopla.
Nosotras tratamos de
reirnos todo el tiempo.
Unos minutos después de
las 10.00 nos abren. Transitamos por unos pasillos anchos, de paredes
descascaradas. Se nos van abriendo rejas, pasamos controles, nos
revisan los papeles y los libros. Algunas mañanas nos cruzamos con
gente que camina, otras no.
No hay aire ni ventanas
que nos dejen ver nada, ni la cancha de Lamadrid que está justo ahí
al lado. Por eso una tarde antes de salir a Beiró dimos con el auto
una vuelta manzana para verla: unos muros peores
y un campo de juego que no se dejaba ver pero que se adivinaba medio chico, como esos que
tienen los laterales pegados a las paredes. Después mi amigo Nacho,
experto en ascenso, me contó que a Lamadrid sus propios hinchas lo
llaman El Carcelero.
Cuando llegamos nos
esperan con dos o tres termos y dos o tres mates, uno de estos martes
además había un plato lleno de tortas fritas y de pastelitos. Nos
prometieron a futuro prepararnos flan, pasta frola y budín de pan.
Al lado del aula hay un
patio diminuto, nos cuentan que muchos van solamente para poder
sentarse en ese patio.
A veces se escuchan
balazos, es porque algunos juegan al fútbol, se les va la pelota al
techo y cuando suben a buscarla los guardias disparan al aire para
que nadie se escape. Por lo menos eso nos cuentan y es una buena
historia.
En la puerta del baño
hay macetas con plantas, en una hay orégano, cuando comemos lo
usamos como condimento.
Siempre almorzamos pollo con puré.
Siempre almorzamos pollo con puré.
En medio de todo la
clase.
Uno en algún momento de
su vida leyó la Eneida y como al final de la Eneida
venían las Georgicas también las leyó.
A otro le encanta el
soneto V de Garcilaso, otro aprendió con la ayuda de Xime a escandir
los versos, otro aprendió que hay un tópico que se llama carpe
diem, otro reconoce el locus amoenus, otros
nos hablan de Orfeo buscando a Eurídice y de Dafne transformada en
laurel
Y todos dicen que les
enseñamos poesía.
Tienen nombres, se llaman
Nico, Santi, Facu, Guille.
A las 2 de la tarde,
cuando terminamos volvemos a cruzar los pasillos y las puertas.
Y como cada martes pienso
que nos separa del afuera solo una línea de cal, como la que imagino
en la cancha de El Carcelero pegada a la pared, esa que un
día los utileros pintan pero al otro día no está más.
Salimos.Ya casi no quedan
mujeres en las veredas que siguen igual de sucias.
Todavía el viento no
sopla.
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