lunes, 15 de abril de 2019

Medidas






Los otros días me compré algo de ropa on line. Al lado de la foto de lo que quería apareció un cuadro explicándome cómo medir cada parte del cuerpo, cuáles son los límites de cada talles para poder calcular así cuál es el que hay que encargar.
Pero la poética de esta casa es que nunca encontramos los elementos necesarios en el momento indicado. Cuando a alguien se le ponen los labios secos, las mejillas coloradas, le duele la cabeza y todo apunta a que podría tener fiebre el termómetro no aparece, si alguien tiene piojos se pierde el peine fino; el otro día Luis tuvo que subir al techo porque se había roto el flotante del tanque de agua y no pudo hacer nada porque aquí abajo nunca pudimos dar con la pinza pico de loro que necesitaba para destrabar una pieza.
Sí tenemos un metro de madera que se pliega, en algún momento pensé en usarlo junto con un hilo o algo así para tomarme bien las medidas. Pero recordé el costurero de mi mamá que traje de Plaza y que escondí para que nadie lo abriera y perdiera todo lo útil que tenía adentro: tijeras, alfileres, hilos de todos colores, un pedazo de encaje y dos centímetros de esos que se hacen como una rueda o como un espiral.
Y ahí, además de poder encargar la ropa con las medidas correspondientes, me acordé de cuando me tenía que subir a la mesa de la cocina para que mi mamá me hiciera dobladillos de alguna pollera mientras me retaba porque me movía diciéndome “Florencia, sabés que soy un desastre cosiendo, quedate quieta” o cuando venía a casa y nos retaba porque no teníamos alfileres en nuestro costurero que es una lata que solo tiene hilos todos enredados entre sí junto con agujas a las que se les rompió el ojo.

Ayer a la mañana llevé a Consu a jugar contra Ferro. En diez minutos su equipo hizo dos goles, uno de un pase de ella y el otro arrancó con la pelota en mitad de cancha, esquivó a dos y la puso en la red. “Bien Consu” le grité.
La arquerita de Ferro después del segundo gol gritó “Basta mamá” y miró a una mujer que estaba en la tribuna.
Y me acordé de una historia que le gustaba siempre contar a mi mamá; Yo había vuelto a jugar al hockey después de que habían nacido Octi y Estani y ella llegó en la mitad de un partido, preguntó cuánto íbamos y alguien del público le dijo “Pierden 8 a 0, pero si no fuera por la arquera irían perdiendo por 20”.
Ayer a la tarde me fui al campo, siempre vuelvo por el Bajo o por Córdoba pero ayer no sé por qué se me ocurrió volver por Perón y pasar por atrás del Sanatorio Mitre y de esas cúpulas tan raras.

Ayer me tiré a sacar una pelota, la delantera siguió de largo y me pateó la nariz. Me puse la mano y cuando me miré el guante lo tenía lleno de sangre.
Ayer hace un año me saqué de lugar una falange del pulgar izquierdo, estuve casi tres meses sin jugar.
Ayer hace dos años que se murió mi mamá. En estos dos años hice cosas que la hubieran espantado mucho más que la falta de alfileres y a lo mejor algunas que la hubieran puesto orgullosa como los 12 goles que salvé la vez del hóckey. En estos dos años descubrí que a veces la traté como a veces Pili me trata a mí y eso hizo que me perdiera un montón de cosas que tal vez quería compartir conmigo.
Hoy después de la patada de ayer la nariz casi que no me duele.
Hoy hay un movimiento del dedo que todavía me recuerda la lesión del pulgar.
Hoy extraño a mi mamá mucho más de lo que creí que iba a extrañarla.





No hay comentarios:

Publicar un comentario