viernes, 9 de mayo de 2014

El Jabalí

Feria del Libro. Día de España.
Sergio del Molino presenta su libro La hora violeta
Sé de qué se trata, ya lo leí en la invitación, la que puse en Eclipse.
Igual elijo ir. Doy un poco de vueltas hasta encontrar la sala. Mucha gente conocida en el público. Muchos amigos. 
No está muy lleno, me siento al lado de Jose y de Meneca, me guardaron un lugar, compraron unos libros buenísimos, de Iberoamericana.
El acto arranca bastante puntual, la voz de la locutora anuncia al embajador, se para un señor de barba del público. Llega al micrófono, en una parte de su discurso irrumpe con un “nadie mejor que yo para compartir este dolor de perder un hijo”, adelante.
Empieza la escritora que va a dialogar con el autor, empieza avisando que va a leer algunos fragmentos.
Primero dispara el titulo de la primera reseña que leyó sobre el libro “Todos los hijos que se nos mueren son hijos únicos”, cross a la mandíbula, elegí ir pero nunca medí cuánto iba a poder.
Fragmentos del libro, una prosa increíble, increíble por lo bella y por el contenido, recuerdo algo así como “esta historia relata el tiempo que pasó entre que le diagnosticaron leucemia a mi hijo Pablo y que esparcimos sus cenizas”
Nadie paraba las piñas, una atrás de otra.
Jose empezó a moverse, a revolver la cartera, la conozco hace veinte años, la intuí inquieta, le toqué el brazo, no te preocupes le dije, yo ya sabia que se trataba de esto, Ah, menos mal me dijo casi aliviada.
Avanza la lectura del libro, algo de un jabalí, de los dientes, se me apareció el animal, fatigando los montes, peinando las selvas, desenfrenado, desbocado, con nuestros niños, Felipe y Pablo, en su colmillos. 
Entonces, era levantarme o irme a Góngora y allí fui y ví la sangre purpureando la nieve, el río y su espumoso coral, la luciente jabalina y las almenas de diamantes. 
En un flash imaginé todas las posibles escenas terribles que decidí no escribir nunca pero sí encontrar en los versos, sobre todo de las Soledades
Justo, en ese momento, escuché algo de un pino, me reconfortó pensar que tal vez Sergio del Molino también fue a las Soledades.
Y pensé también cómo puede este hombre, cómo puede narrarlo tan bien pero también cómo puede narrarlo, capaz porque es el padre y no la madre fue la posible solución que se me ocurrió en ese momento.
Siguió la conversación: que se sintió menos triste, que el libro está dedicado a su nuevo hijo, que la esposa fue la que lo alentó a escribir, que ahora es un escritor maduro, que creció de golpe.
Se acaba el acto, saludo a amigos y conocidos. Jose me dice, prefiero La bici de Felipe.
Julia a lo mejor se compra el libro, a lo mejor después le pido que me lo preste.
Cruzamos toda la Feria, así salimos por Plaza Italia. A la ida, cuando iba sola atravesando los pabellones me encontré con More y Manu, mis queridísimos amiguitos, los abracé fuerte, muy fuerte.
Llegamos a la entrada del subte siempre con Jose y con Meneca, nos despedimos, también son mis queridas amigas, también las abrazo muy fuerte.
La verdad que no me gustaría perderme la lectura de un libro tan bien escrito, pero por ahora creo que no puedo, sigo con Góngora.


4 comentarios:

  1. me encantás Flor. Refugiate en Góngora... lo bien que hacés

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  2. Que lindo que tengas un refugio, y ese lugar esta lleno de amor, los quiero mucho. Escribis divino!!

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