Feria del Libro. Día de España.
Sergio del Molino
presenta su libro La hora violeta.
Sé de qué se trata, ya lo
leí en la invitación, la que puse en Eclipse.
Igual elijo ir. Doy un
poco de vueltas hasta encontrar la sala. Mucha gente conocida en el
público. Muchos amigos.
No está muy lleno, me siento al lado de
Jose y de Meneca, me guardaron un lugar, compraron unos libros buenísimos, de
Iberoamericana.
El acto arranca bastante
puntual, la voz de la locutora anuncia al embajador, se para un señor
de barba del público. Llega al micrófono, en una parte de su
discurso irrumpe con un “nadie mejor que yo para compartir este
dolor de perder un hijo”, adelante.
Empieza la escritora que
va a dialogar con el autor, empieza avisando que va a leer algunos
fragmentos.
Primero dispara el titulo
de la primera reseña que leyó sobre el libro “Todos los hijos que
se nos mueren son hijos únicos”, cross a la mandíbula, elegí ir
pero nunca medí cuánto iba a poder.
Fragmentos del libro, una
prosa increíble, increíble por lo bella y por el contenido,
recuerdo algo así como “esta historia relata el tiempo que pasó
entre que le diagnosticaron leucemia a mi hijo Pablo y que esparcimos
sus cenizas”
Nadie paraba las piñas,
una atrás de otra.
Jose empezó a moverse, a
revolver la cartera, la conozco hace veinte años, la intuí
inquieta, le toqué el brazo, no te preocupes le dije, yo ya sabia
que se trataba de esto, Ah, menos mal me dijo casi aliviada.
Avanza la lectura del
libro, algo de un jabalí, de los dientes, se me apareció el animal,
fatigando los montes, peinando las selvas, desenfrenado, desbocado, con nuestros niños, Felipe y
Pablo, en su colmillos.
Entonces, era levantarme o irme a Góngora y
allí fui y ví la sangre purpureando la nieve, el río y su espumoso
coral, la luciente jabalina y las almenas de diamantes.
En un flash
imaginé todas las posibles escenas terribles que decidí no escribir
nunca pero sí encontrar en los versos, sobre todo de las Soledades.
Justo, en ese momento, escuché algo de un pino, me reconfortó
pensar que tal vez Sergio del Molino también fue a las Soledades.
Y pensé también cómo
puede este hombre, cómo puede narrarlo tan bien pero también cómo
puede narrarlo, capaz porque es el padre y no la madre fue la posible
solución que se me ocurrió en ese momento.
Siguió la conversación:
que se sintió menos triste, que el libro está dedicado a su nuevo
hijo, que la esposa fue la que lo alentó a escribir, que ahora es un
escritor maduro, que creció de golpe.
Se acaba el acto, saludo
a amigos y conocidos. Jose me dice, prefiero La bici de Felipe.
Julia a lo mejor se
compra el libro, a lo mejor después le pido que me lo preste.
Cruzamos toda la Feria,
así salimos por Plaza Italia. A la ida, cuando iba sola atravesando
los pabellones me encontré con More y Manu, mis queridísimos
amiguitos, los abracé fuerte, muy fuerte.
Llegamos a la entrada del
subte siempre con Jose y con Meneca, nos despedimos, también son mis
queridas amigas, también las abrazo muy fuerte.
La verdad que no me
gustaría perderme la lectura de un libro tan bien escrito, pero por
ahora creo que no puedo, sigo con Góngora.
me encantás Flor. Refugiate en Góngora... lo bien que hacés
ResponderEliminarSí, en lo que tenemos a mano!
EliminarQue lindo que tengas un refugio, y ese lugar esta lleno de amor, los quiero mucho. Escribis divino!!
ResponderEliminarGracias!!! Besos!
Eliminar