Cinco de la tarde empieza
mi clase.
Como siempre la sensación
de que con tiempo podría haber salido mucho mucho mejor.
Son las tres y tengo todo
controlado con excepción de una gripe que parece insinuarse
lentamente a través de un dolor de cabeza y una serie de estornudos,
de todas formas nada grave.
Son las tres, y tengo
todo controlado hasta que Luis se levanta de su escritorio y me
anuncia que se va a llevar unos papeles a Liniers.
Miro la hora, calculo que
los chicos del jardín salen a las 4, que el tránsito en esta ciudad
es un caos absoluto, pero entre el sentido común y el amor salvaje
elijo creerle a Luis que me tranquiliza con un llego perfecto a
buscar a los chicos al jardín.
Termino de armar la clase
que tiene que durar cuatro horas sin muchas posibilidades de recreo.
Creo que zafo: Lope,
teatro, historia, si no puedo eso no puedo nada.
A las cuatro la gripe
avanza, decido empezar a preparar mis cosas no sin antes subir por un
ibuprofeno preventivo.
A las cuatro suena el
teléfono, la optimista voz de Luis que me avisa que está en Liniers
subiendo a la General Paz, que le parece que no llega a buscar a los
chicos al jardín.
Pienso que a esa hora no
llego ni yo, le corto rápido para poder salir al cruce de Belgrano
después de un apurado sos un hijo de puta, no me podés estar
avisando a esta hora, y menos no llegar sabiendo que yo a las cinco
tengo que empezar a dar mi clase.
Llego al jardin no tan
tarde pero tengo que estacionar en la vereda de enfrente.
A veces pienso que
pagaría una cuota de colegio privado solo para tener esos conitos
guardando lugar en la puerta de la escuela.
Estacionar en la vereda
de enfrente significa tener que cruzar con cuatro criaturas, sus
mochilas, sus guardapolvos que eligen sacarse ni bien atraviesan los
escalones de salida y algunas bolsas extras.
Esta vez me ayuda Amalie
a cruzarlos, pero con Oli y Cata.
Cruzamos entonces en
total, seis niños y dos adultas.
Los tiro a todos adentro
del auto, Octi, Tótal y Estani a los gritos. Octi porque se le había
perdido el chupetín que le habían regalado en la veterinaria a la
cual habían ido de excursión, Estani porque se le había perdido el
imán que le habían regalado en la veterinaria a la cual habían ido
de excursión. Y Tótal porque quería chupetín.
Vuelvo a cruzar a ver si
encuentro por la vereda el chupetín o el imán. Encuentro tirado el
imán, le prometo a Octi que el padre, que estará esperando en casa
para bajarlos rápido del auto le va a comprar un chupetín naranja,
como el que perdíó.
Sigue llorando, arranco.
Va avanzando rápido el reloj y la gripe.
Puedo
empezar la clase a las cinco y media después de dar vueltas y más
vueltas a ver dónde podía abandonar el auto pensando que estaba
transitando por uno de esos momentos ideales para contestar el no sé cómo hacés con tantos.
Antes de entrar, en la puerta de la
facultad estacionado, como tantas veces que voy a dar clase, el
Nissan march azul eléctrico, nuevo, reluciente.
Pasan dos horas. Siento que tengo más fiebre.
A las siete entra el mozo del bar de enfrente a ver si queremos algo
para tomar. Necesito un té pero salí de casa tan rápido que no sé
si tengo plata.
No se preocupe profesora,
nosotros la invitamos, me dice alguien. Es que tuve que ir a buscar a
mis hijos al jardín y estoy a las corridas intenté explicar.
Y otro me dice pero
profesora usted tiene hijos, sí sí le contesto, oscura como
siempre.
Y cuántos hijos tiene
insiste el muchacho mientras yo intento romper el sobrecito de
plástico en el que venía el jugo de limón para el té, bastantes
le digo sin siquiera levantar la vista de la cucharita.
No se nota profesora,
escucho. No sé qué habrá querido decir.
Seguí la clase que salió
bastante mejor de lo que pensaba.
A las nueve terminé. Por
favor vaya a acostarse profesora y tómese la temperatura se despidió
el que me queria pagar el té.
Me faltaba todavía pasar
por lo de Meneca a buscar unos libros que le había pedido prestados.
Y entre los libros -mejor
que un talismán, un antídoto o que el ibuprofeno más poderoso para
la gripe que nunac había llegado a tomarme- un regalo increíble.
Y debe haber sido por
tanta fiebre o por el regalo o qué sé yo que me dieron ganas de
volver quince, veinte años atrás a leer a Lope, a estudiar el
teatro histórico, a editar a Tirso, a tener las cosas más claras, mejor organizadas.