Ayer en el Zamorano un
señor me hizo llorar.
Se me acercó casi
terminando el almuerzo y me dijo que para él mi apellido significaba
mucho.
Que él era el hijo de la
tía Inés, afirmación que no entendí del todo porque yo no tengo
ni tuve una tía Inés, porque si hubiera sido así el hombre seríá
mi primo y porque el hombre no podía tener una tía como madre.
Después él mismo se dio
cuenta del error que rectificó diciendo el sobrino de la tía Inés.
Me contó también que mi
papá le habia puesto el sobrenombre que le había quedado para
siempre. Pero no le pregunté ni cuál era ese sobrenombre ni las
razones por las que se lo había adjudicado. Solo le dije que me
acordaba de haberlo visto a él y a su tía Inés algunas de las
veces que comíamos pulpo en julio para festejar Santiago.
Ahí fue que me puse un
poco a llorar aunque no sé si fue el calor que me hacía resbalar el
sudor por las mejillas como si fueran lágimas.
Hoy fui al negocio donde
alquilamos siempre las sillas, las copas y los cubiertos cuando
hacemos fiestas en casa.
A devolver los manteles,
las copas y las cucharitas que había alquilado para la fiesta de
ayer del Zamorano, en la que el señor me hizo llorar.
Cuando firmé el recibo
donde decía que devolvía todo en orden menos tres copas de agua que
se habían roto y una de champagne ví que era 14 de diciembre.
Y me acordé recién ahí
que hoy era el cumpleaños de mi papá.
Pensé entonces en que
tenía que ir al barrio chino a comprar pulpo para comer a la noche,
que se nos había acabado hace unos días el aceite de oliva y que
tenía que poner una botella de vino rosado en la heladera.
Hace ya unos años que
acompañamos el pulpo con vino rosado, a veces más dulce, a veces
más áspero.
Luis compró el pulpo
pero nos olvidamos del vino y del aceite de oliva. A la noche muy
tarde consiguió en un kiosco un aceite de oliva barato de marca Don
Benito y al vino lo reemplazamos con una cerveza que trajo Vero el
sábado y que había sobrado.
El pulpo que en realidad
fueron pulpitos quedó riquísimo.
El día también me
regaló otras imágenes, sobre todo de banderas.
La tricolor de la
república flameando al viento del atardecer.
Las lágrimas de Maite
porque no le dan la bandera argentina en el acto de egresados de
séptimo.
Las banderas rojas con
cuatro letras amarillas que siempre me gustan tanto.
Terminamos la cena
cantando con Sonsi y Ruli canciones de Chiquititas, de Rincón de Luz
y de otros programas viejos de tele.
Se acaba el día: pulpo,
banderas y recuerdos.
Si mi padre hubiera sido
otro yo hoy estaría tranquila y feliz viendo como mis criaturas van
cerrando el año, poniendo sus fotos, celebrando sus éxitos y no
yendo y viniendo con cosas desde casa al zamorano y vice versa ni
tampoco desmenuzando la historia desde el 18 Brumario en adelante.
Por suerte no fue otro.
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