lunes, 15 de febrero de 2016

Diario




Llegamos hace quince días. Pronto nos vamos.

Traía una idea, escribir una suerte de crónica de las vacaciones. Un diario de Bahía de los Vientos:sentarme todas las mañanas en la terracita frente al mar y escribir lo que fuera pasando.
No hice nada, los días lindos, las niñas y los niños me comieron el tiempo.
Por las mañanas mientras desayuno cuento los barcos, siempre hay entre tres y cuatro, algunos más cerca y otros en el horizonte. A la noche entran al puerto, nos damos cuenta por las luces que se acercan a nuestras ventanas.

La otra noche entraron ladrones en la casa de al lado. Nos gusta creer que vinieron en un bote, por el mar, como piratas o contrabandistas. A partir de ahí escondí mi compu en el auto, también por eso no pude escribir mi diario.

Las chicas con sus nuevos amigos van a pasear por el cangrejal, traen cangrejos gigantes de ese color tan raro que va del escarlata al blanco en milímetros. Traen también caracoles, uno casi perfecto que Ruli lleva atado al cuello como si fuera una piedra preciosa. Pasan corriendo por la playa jugadores del club Ministerio y de Defensores de Puerto Quequén. Los imagino como protagonistas de buenas historias, enfrentándose en un partido casi épico con los del Mercado Central.

Hay también un búho, lo vemos todas las noches parado en la misma calle. Y una liebre, Pili la encontró una madrugada cuando volvía de un fogón en la playa y a mí se me cruzó una mañana cuando volvía de caminar.

Los más grandes leemos. Octi y Estani ven por la tele Scooby Doo hecho con legos. Consu se escapa por los médanos y nos preocupa un poco. A la noche no logramos con Luis mirar nada, nos dormimos en seguida. Solo logro sobrevivir a una miniserie inglesa de suspenso que sucede en una isla en el medio del mar. Como no me doy cuenta cuál de los sonidos de las olas es el real y cuál el ficticio me asusto y me duermo. Me acuerdo que el verano pasado con la serie del médico rural ruso me pasaba lo mismo pero con el ruido de la tormenta de nieve.

Compramos langostinos en un bar del puerto, con algunos borrachos parados frente al televisor. Casi siempre pasan fútbol. El dueño saca del fondo de un freezer lleno de botellas de cerveza una bolsa con langostinos pelados. Detrás del mostrador hay una estantería con muchas botellas: de whisky, de caña y de fernet. Pero el público son solo dos o tres hombres. La segunda vez que vamos bajo yo sola. Acaba de empezar River Belgrano. Sin decirme nada el dueño saca la bolsa de langostinos de abajo de las Quilmes. Después de cobrarme me pregunta ¿estaban ricos no?. Escucho cómo los borrachos se ríen. Hay uno con una barba gigante, parece Marx.

Pronto nos vamos.
Si hoy salen los pescadores a la noche comeremos pescado. Todavía nos queda un vino rosado, bien fresco para acompañarlo.
Y no hay mucho más. Esta vez el tiempo pasó demasiado rápido.





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