Si memini, fuerant tibi quattuor, Aelia, dentes:
expulit una duos tussis et una duos.
Iam secura potes totis tussire diebus:
nil istic quod agat tertia tussis habet.
La semana pasada se me
salió un diente. Estaba en la salida del Aeroparque, pegando la vuelta por la avenida costanera llena de autos que iban a ver a
River jugar la Libertadores.
Demasiado atenta al
tránsito sentí algo debajo de la lengua y casi me trago el diente.
En realidad era una
corona que se me despegó de una muela. Ahora la tengo en un estante de la
biblioteca esperando ir al dentista en algún momento. Es la segunda en menos de seis meses, la otra era una muela entera con un perno gigante, esa se me perdió en alguno de los cajones de mi mesita de luz.
Además del diente que
casi me trago, la semana pasada empezaron las clases.
Ninguna de las criaturas
se incorporaba a la escolarización y ninguna cambiaba de etapa, con
lo cual fue un comienzo bastante desangelado. Luis corriendo por las
cuatro aulas de la primaria y yo repartiéndome entre las dos salas
del jardín. Y ni una foto.
Tampoco tuvimos que
comprar útiles o forrar cajas. Los chicos llevaron lo que habíamos
ido a buscar al gremio y lo que no, no llevaron
Pese a un comienzo de año
tan frío, el fin de año va a estar emocionante: Octi y Estani
terminan el jardín, Maite, séptimo y Pili, quinto año.
Es como una alineación
planetaria. Parece que pasa una vez cada doscientos años, y nos toca
a nosotros.
Octi y Estani capaz en
primer grado se cambian de cole, Pili no sabe todavía si va a hacer
sexto o no.
Y Maite, que hasta hace
tres días estaba segura de que no quería irse de viaje de egresados
cambió de opinión. También estaba segura de que iba a ir al
Esnaola y también cambió de opinión. Va a tener un año yendo y
viniendo.
El diente y las clases me
hicieron dar cuenta una vez más de lo rápido que avanza todo.
En los extremos se ve
mejor: Valen que por primera vez no vino a Bahia de los Vientos con
nosotros, se quedó los dos meses trabajando y ahora está en Brasil
con KP. Loli y Tótal que en enero, de un día para el otro,
decidieron clausurar una etapa de mi vida que voy a extrañar: veinte
años casi inninterrumpidos dando la teta.
También vamos a extrañar
los pañales. Tótal los dejó el día antes de arrancar las clases.
Ya no quedan bebés en la
casa. Habrá que esperar nietos.
O, concretar un
postergado anhelo que es dejar todo y estudiar puericultura.
Pero para eso falta.
Por ahora hay que
resolver lo más urgente: cruzar Belgrano cuatro o cinco veces por
día; convencer a niñas y niños de la casa que si no limpian,
ordenan, colaboran nadie hará las cosas por ellos y continuarán
viviendo en una mugre de desagotes tapados; encontrar un niñero o
niñera para las tardes que no huya despavorido; arreglar el
escritorio cuyo piso de madera se levantó todo y cada vez que
alguien entra se tropieza y se cae; barrer la vereda que se llenó de
caca de perro antes de que la tapen las hojas de los árboles; organizar mi cumple; acompañar a Luis a Coldplay; encontrar alguna
serie que nos vuelva a atrapar; empezar el año.
Y tratar de ir al
dentista antes de que se me caiga el próximo diente, o me lo trague.
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