Todos los sábados a la
mañana llueve.
El viernes a la noche no
llovió, lo sé porque me quedé toda la noche despierta mientras me
entraban los mensajes de Pili que salía de la casa de Anita a la
fiesta, que llegaba a la fiesta, que salía de la fiesta para casa,
que estaba en la puerta.
Así, a las siete menos
cuarto me levanté para abrirle la puerta. A la misma hora en la que
se levantó Maite para ir al curso.
Entonces no sé cómo
definir las siete menos cuarto, si fue la hora en la que me pude ir a
acostar un rato o la hora en la que me levanté para llevar a Maite
al curso.
A las siete y media
pasamos a buscar a Pedro por el Parque los Andes. Ahí empezó a
llover de manera imperceptible, al principio pensamos que eran los
árboles del Parque que largan agua. Pero después a la altura de
Angel Gallardo ya tuvimos que poner los limpiaparabrisas.
Y entre las ocho menos
cinco y las ocho y cinco fue un diluvio. Justo cuando nos quedamos
con Maite en la vereda mirando las escaleras llenas de chicas y de
chicos y de padres y de madres.
Nos empapamos.
Para protegernos un poco
nos pusimos las capuchas de nuestros buzos. Maite tenía una bastante
buena aunque está medio hincha porque todavía no le dieron su
campera de egresada. “Mucho mejor que la que tenían ustedes,
Parece de un colegio privado” les dijo a Valen y a Pili.
Yo tenía la capucha de
un saco gris que me afana Pili todo el tiempo, que en vez de botones
tiene unos ganchos que se enganchan con la ropa de la gente en el
subte.
Ahi, empapada,mirando las
escaleras, abajo de la lluvia me acordé de que los dos cursos
pasados se los fumó Luis solito detrás de mis excusas de bebés
recién nacidos que no me dejaban dormir.
Y también mirando las
escaleras la ví subiendo a Valen, ese año en el que hizo el ingreso cuando se convirtió en super chica, la mujer maravilla, batichica y todas
las superheroinas que se nos puedan ocurrir.
La ví también a Pili
que se quedó una tarde a estudiar en casa para un examen de historia
y protagonizó una de las situaciones más bizarras que hemos pasado
en estos últimos años. E igual le fue bien.
Vi tantos padres y madres
exultantes, ansiosos, preocupados, contentos.Como estábamos nosotros con Valen y un poco menos con Pili.
Y una vez más me sentí
pésima madre en tanto mis mayores preocupaciones de ese momento eran que Maite
entrara rápido asi la grúa no me llevaba el auto que a partir de
las ocho pasaba a estar mal estacionado . También volver a casa a
seguir durmiendo o a dormir.
Cuando paró de llover,
diez o quince minutos después de las ocho abrieron las puertas. Los
chicos se abrieron paso entre los padres que se amontonaban en la
entrada sin darse cuenta de que los que tenían que entrar eran sus
hijos y los hijos de otros.
Maite me dio un beso y se
fue buscando unas amigas nuevas que se había hecho en los recreos
del sábado anterior.
Aunque ya habia empezado
a pasar la grúa me quedé viéndola subir las escaleras, grandísima,
tan parecida y tan distinta a sus hermanas mayores.
Creo que todos los padres
y madres miraban a sus hijos e hijas abrirse paso en esas
escaleras,del mismo modo en que yo la miraba a Maite.
Después, mientras volvía
corriendo al auto por si tenía que pelearme con el de la grúa o
subirme como me explicó después Vero, seguían llegando chicas y
chicos.
Y aunque tenía que
prestar atención para no tropezarme con esos misiles que marcan la
divisón entre la vereda y la calle me hice una vez más esa
pregunta sobre las prioridades que me asedia siempre en estas
circunstancias.