miércoles, 27 de abril de 2016

El Curso




Todos los sábados a la mañana llueve.
El viernes a la noche no llovió, lo sé porque me quedé toda la noche despierta mientras me entraban los mensajes de Pili que salía de la casa de Anita a la fiesta, que llegaba a la fiesta, que salía de la fiesta para casa, que estaba en la puerta.
Así, a las siete menos cuarto me levanté para abrirle la puerta. A la misma hora en la que se levantó Maite para ir al curso.
Entonces no sé cómo definir las siete menos cuarto, si fue la hora en la que me pude ir a acostar un rato o la hora en la que me levanté para llevar a Maite al curso.
A las siete y media pasamos a buscar a Pedro por el Parque los Andes. Ahí empezó a llover de manera imperceptible, al principio pensamos que eran los árboles del Parque que largan agua. Pero después a la altura de Angel Gallardo ya tuvimos que poner los limpiaparabrisas.
Y entre las ocho menos cinco y las ocho y cinco fue un diluvio. Justo cuando nos quedamos con Maite en la vereda mirando las escaleras llenas de chicas y de chicos y de padres y de madres.
Nos empapamos.
Para protegernos un poco nos pusimos las capuchas de nuestros buzos. Maite tenía una bastante buena aunque está medio hincha porque todavía no le dieron su campera de egresada. “Mucho mejor que la que tenían ustedes, Parece de un colegio privado” les dijo a Valen y a Pili.
Yo tenía la capucha de un saco gris que me afana Pili todo el tiempo, que en vez de botones tiene unos ganchos que se enganchan con la ropa de la gente en el subte.

Ahi, empapada,mirando las escaleras, abajo de la lluvia me acordé de que los dos cursos pasados se los fumó Luis solito detrás de mis excusas de bebés recién nacidos que no me dejaban dormir.
Y también mirando las escaleras la ví subiendo a Valen, ese año en el que hizo el ingreso cuando se convirtió en super chica, la mujer maravilla, batichica y todas las superheroinas que se nos puedan ocurrir.
La ví también a Pili que se quedó una tarde a estudiar en casa para un examen de historia y protagonizó una de las situaciones más bizarras que hemos pasado en estos últimos años. E igual le fue bien.

Vi tantos padres y madres exultantes, ansiosos, preocupados, contentos.Como estábamos nosotros con Valen y un poco menos con Pili. 
Y una vez más me sentí pésima madre en tanto mis mayores preocupaciones de ese momento eran que Maite entrara rápido asi la grúa no me llevaba el auto que a partir de las ocho pasaba a estar mal estacionado . También volver a casa a seguir durmiendo o a dormir.
Cuando paró de llover, diez o quince minutos después de las ocho abrieron las puertas. Los chicos se abrieron paso entre los padres que se amontonaban en la entrada sin darse cuenta de que los que tenían que entrar eran sus hijos y los hijos de otros.
Maite me dio un beso y se fue buscando unas amigas nuevas que se había hecho en los recreos del sábado anterior.
Aunque ya habia empezado a pasar la grúa me quedé viéndola subir las escaleras, grandísima, tan parecida y tan distinta a sus hermanas mayores.
Creo que todos los padres y madres miraban a sus hijos e hijas abrirse paso en esas escaleras,del mismo modo en que yo la miraba a Maite.
Después, mientras volvía corriendo al auto por si tenía que pelearme con el de la grúa o subirme como me explicó después Vero, seguían llegando chicas y chicos.

Y aunque tenía que prestar atención para no tropezarme con esos misiles que marcan la divisón entre la vereda y la calle me hice una vez más esa pregunta sobre las prioridades que me asedia siempre en estas circunstancias.  

miércoles, 13 de abril de 2016

Damas





Algún lunes del mes pasado. Todavía no había empezado a dar clases en Ezeiza, llevé y traje chicas de casa al cole, del cole a música y de música a casa.
Cuando terminé el recorrido me encontré en un Havanna con Fabi. Que después de una larga tarde yendo y viniendo tuvo tiempo para tomarse un café conmigo. Yo tomo café, ella toma Coca.
Me cuenta de su tarde de lunes y yo le hago un resumen de mi noche de viernes: diez minutos larguísimos, temblando sin parar.
Me escucha y me tranquiliza. Nos reímos.
Me cuenta una vez más que tiene una hermana bastante más chica que ella. Siempre que se lo escucho pienso qué bueno que debe ser que Fabi sea tu hermana mayor. Esta vez se lo digo. Volvemos a hablar de otras cosas.
Se hizo de noche. Seguramente la vuelvo a ver pronto, cuando entren los primeros virus del otoño.
Pero en su consultorio.
Y antes de irnos me imagino que ahí sentadas, en esas sillas de madera medio duras, es un poco como si estuviera con una hermana más grande.


Domingo a la tarde. Hay viento y está por llover. Cruzo la ciudad para llevar a Pili a lugares.
Julia me está esperando en su casa con un té. Llego tardísimo.
Le llevo nardos, me gusta el perfume que tienen. Hablamos casi dos horas. De todo.
Le cuento cosas de mis hijas, me cuenta cosas de las de ella.
Que yo ya no le tengo paciencia a los más chiquitos, que crecen rápido, que de una forma u otra terminan yéndose.
De lo que perdimos, de lo que ganamos.
Hablando de todos nuestros hijos aparece Felipe un montón de veces en la conversación.
Sigue lloviendo y las gotas hacen ruido en el techo. Nos tomamos todo el té.
Mientras hablamos pienso que hace bastante que no la veía y que no hace tanto que la conozco.
Cuando la saludo la abrazo muy fuerte. Me voy con los consejos que fui a buscar.


Una pesadilla recurrente en los últimos años. Estoy en alguna ciudad conocida, generalmente Madrid, y tengo que tomar un avión para volver a casa. En ese sueño trato de pensar, cómo fue el viaje de ida, cómo me animé a subir a ese avión para que eso me tranquilice a la vuelta pero nunca lo logro.
Entonces todas las veces decido despertarme y quedo tranquila.
La última pesadilla transcurría en Salta, desesperada porque no encuentro mi auto. Lo que significa vuelta en avión. En vez de despertarme aparece Meneca en medio de la pesadilla. Y sigo durmiendo, ahora tranquila, porque voy a volver volando pero sentada al lado de ella.
Al día siguiente le cuento mi sueño; nos acordamos de la última vez que volamos juntas, que ella en vez de dormirse se pasó toda la noche despierta subiendo y bajando la ventanilla del avión porque me daban miedo los rayos que se veían a lo lejos.
Nos acordamos también de una sopa de verduras en Asis, muertas de frío después de haber recorrido todas las iglesias y de unas latas de Heineken en una plaza de Roma.
Ya pasaron casi veinticinco años. 
No creo que lo sepa pero todavía me sigue cuidando de los rayos.


Una vez vi una película que me encantó. Unas mujeres que se iban al Mont Blanc. Como la agarré empezada nunca pude saber cómo se llama.
Mueven las damas


jueves, 7 de abril de 2016

La camioneta






Interior del auto de Luis:
Valen: una sandalia que se le despegó. La compostura de calzado queda enfrente de donde va Maite tres mañanas por semana a su preparación para el curso. La dejó en el auto para que cuando yo tenga tiempo y pueda estacionar en  algo mejor que triple fila se la lleve a arreglar.

Pili: un par de zapatillas y una lona que llevó un día al club para tomar sol.

Maite: una bolsa de paño lenci verde con unos libros de actas que yo pensé que eran los míos del Zamorano, pero no. Son unas cosas de ella de scouts que encima no se pueden revisar porque son secretas. También un palo con un banderín.

Sonsi: una bolsa con libros de lecciones de piano que tienen alrededor de cien años de antigüedad, se los dio la abuela para que done a la escuela de música pero se los olvida siempre. También una guitarra y un palo con un banderín.

Consu: dos pelotas de fútbol. Un palo con un banderín de la patrulla de los scouts. Otra guitarra, una bolsa con telgopor, una lata de atún vacía y un pedazo de un cajón de naranjas porque tenía que trabajar con texturas en el colegio.

Ruli: un banderín. Una bolsa con las cosas de plástica que se van saliendo de a poco. Un cepillo para peinarse mientras va al cole.

Octi y Estani: una bolsa con disfraces que llevan todos los días al jardín porque en algún momento de la tarde se disfrazan ellos y sus amigos de batman, de superman, del hombre araña negro, de ironman, de minions. Dos cartones.

Toto: su mantita Titi negra de roñosa que todavía usa y se mete en la boca.

Loli: un banderín que le hicieron las hermanas grandes con una madera y un globo. Una muñeca.

De nadie: pares de medias, medias sueltas, camperas, autitos, cuadernos de otros años, alguna toalla, agenditas, hebillas, gomitas de pelo, papeles.

Y además trae adentro y afuera toda la arena, la tierra y el barro de Bahía de los Vientos porque todavía Luis no lo llevó a lavar.


Antes, cuando éramos chicos, salíamos y Luis me llevaba a casa en el auto de su papá.
Nos quedábamos horas adentro del auto estacionado en la puerta. Una vez vino un policía a golpearnos el vidrio. Le explicamos que estábamos hablando, nos creyó y nos dejó en paz.

La otra noche nos fuimos al recital de Coldplay en el estadio único. Buenísimo, el estadio, el recital y la salida.
Colaboramos al desorden de ese auto lleno de cosas con dos pulseras que nos dieron a la entrada y que en algún momento del recital se activaron y llenaron todo de luces de colores.
Mientras caminábamos quinientas cuadras desde el estacionamiento hasta el concierto metí el pie en un pozo lleno de barro que luego fue también al auto.
Menos mal que ahora volvemos agotados de las salidas y nos vamos rápido a dormir.
Menos mal que no tenemos más esas conversaciones adentro del auto en el medio de la noche. Porque si nos agarra un policía y nos revisa el auto, en vez de creernos que tenemos diez hijos y que cada uno deja sus cosas donde puede , nos lleva presos por contrabando de porquerías.
Y después nos tenemos que fumar a Valen sacándonos de la cárcel y retándonos por no haberle llevado a arreglar la sandalia.