Algún lunes del mes
pasado. Todavía no había empezado a dar clases en Ezeiza, llevé y
traje chicas de casa al cole, del cole a música y de música a
casa.
Cuando terminé el
recorrido me encontré en un Havanna con Fabi. Que después de una
larga tarde yendo y viniendo tuvo tiempo para tomarse un café
conmigo. Yo tomo café, ella toma Coca.
Me cuenta de su tarde de
lunes y yo le hago un resumen de mi noche de viernes: diez minutos larguísimos,
temblando sin parar.
Me escucha y me
tranquiliza. Nos reímos.
Me cuenta una vez más
que tiene una hermana bastante más chica que ella. Siempre que se lo
escucho pienso qué bueno que debe ser que Fabi sea tu hermana mayor.
Esta vez se lo digo. Volvemos a hablar de otras cosas.
Se hizo de noche.
Seguramente la vuelvo a ver pronto, cuando entren los primeros virus
del otoño.
Pero en su consultorio.
Y antes de irnos me
imagino que ahí sentadas, en esas sillas de madera medio duras, es
un poco como si estuviera con una hermana más grande.
Domingo a la tarde. Hay
viento y está por llover. Cruzo la ciudad para llevar a Pili a
lugares.
Julia me está esperando
en su casa con un té. Llego tardísimo.
Le llevo nardos, me gusta
el perfume que tienen. Hablamos casi dos horas. De todo.
Le cuento cosas de mis
hijas, me cuenta cosas de las de ella.
Que yo ya no le tengo
paciencia a los más chiquitos, que crecen rápido, que de una forma u
otra terminan yéndose.
De lo que perdimos, de lo
que ganamos.
Hablando de todos
nuestros hijos aparece Felipe un montón de veces en la conversación.
Sigue lloviendo y las
gotas hacen ruido en el techo. Nos tomamos todo el té.
Mientras hablamos pienso
que hace bastante que no la veía y que no hace tanto que la conozco.
Cuando la saludo la
abrazo muy fuerte. Me voy con los consejos que fui a buscar.
Una pesadilla recurrente
en los últimos años. Estoy en alguna ciudad conocida, generalmente
Madrid, y tengo que tomar un avión para volver a casa. En ese sueño
trato de pensar, cómo fue el viaje de ida, cómo me animé a subir a
ese avión para que eso me tranquilice a la vuelta pero nunca lo
logro.
Entonces todas las veces
decido despertarme y quedo tranquila.
La última pesadilla
transcurría en Salta, desesperada porque no encuentro mi auto. Lo
que significa vuelta en avión. En vez de despertarme aparece Meneca
en medio de la pesadilla. Y sigo durmiendo, ahora tranquila, porque
voy a volver volando pero sentada al lado de ella.
Al día siguiente le
cuento mi sueño; nos acordamos de la última vez que volamos juntas,
que ella en vez de dormirse se pasó toda la noche despierta subiendo
y bajando la ventanilla del avión porque me daban miedo los rayos
que se veían a lo lejos.
Nos acordamos también de
una sopa de verduras en Asis, muertas de frío después de haber
recorrido todas las iglesias y de unas latas de Heineken en una
plaza de Roma.
Ya pasaron casi
veinticinco años.
No creo que lo sepa pero todavía me sigue cuidando
de los rayos.
Una vez vi una película
que me encantó. Unas mujeres que se iban al Mont Blanc. Como la
agarré empezada nunca pude saber cómo se llama.
Mueven las damas
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