Hace un tiempo me
reencontré con mi madrina de confirmación. Yo me había olvidado que existía el
cargo de madrina de confirmación y por lo tanto no sabía quién era. Siempre me
gusta conocer gente nueva o, como en este caso, retomar viejos contactos.
Después de ese encuentro volví a verla bastantes veces. Vive en una casa donde
no anda el timbre. Una tarde de enero la visité por primera vez, me llevó Enru
en auto y nos quedamos esperando un rato largo hasta que me abrió. Después
tomamos mate en el jardín. Volví a verla un par de veces más, siempre en su
casa.
El otro día, en la
misa del 4 de julio se me acercó una mujer.
Me preguntó si yo era la ahijada de Inés, le contesté que sí aunque me
sorprende ser ahora la ahijada de alguien.
Me contó que quería ubicarla pero que no tenía wa, ni facebook ni nada
similar. Que le quería mandar una cosa y que yo era el único medio de conexión
que tenía con ella. “No hay problema”, le dije, “no sé cuándo la voy a ver pero
se la llevo”. “Son unas semillas, de unas flores que a ella le gustan”, y sacó
de su cartera un paquete perfectamente envuelto en un papel lustroso. “Tomá,
llévaselo cuando la veas”. Con un movimiento automático me lo guardé rápido en
el bolsillo de mi abrigo. “No es algo que si me lo encuentran me podrán llevar
presa ¿no?”, le pregunté medio en chiste
y medio en serio. “No, no”, me contestó
y se rió. El paquete quedó en el bolsillo. Le avisé a mi madrina que lo tenía,
que en algún momento la iba a ir a visitar y me olvidé.
Diana es una maestra
del jardín de los chicos que se jubiló a principios de año. Desde Felipe en
adelante tuvo a casi todos. Un par de veces vino a casa a los cumples, quedamos
amigas. Como vive cerca de la escuela de música arreglamos para encontrarnos un
día en la plaza de enfrente. Llegamos con Octi y Estani y nos estaba esperando
en la puerta, antes de que entraran en la clase de música la saludaron y les
dio una bolsa con algo adentro, es para que lo coman después con el resto de sus hermanos les avisó.
Ya en casa empezaron a
taladrar con el regalo de Diana que querían comerlo, que querían ver qué era,
que dónde estaba. “Búsquenlo ustedes”, les contesté, “ya son grandes, no tienen
que depender para todo de sus padres” y otras consideraciones similares, o sea todos
esos discursos ya establecidos que en algún momento se le empiezan a decir a
las criaturas.
Me fui un rato arriba.
Cuando bajé estaban Octi, Estani, Tótal y Loli en una especie de ceremonia alrededor
de la mesa del living comiendo algo: unos chips de chocolate que estaban
amontonados en un recipiente de plástico no muy grande. Fui a la cocina a tomar
una taza de té. Mientras esperaba que hirviera el agua creí recordar que el
regalo de Diana eran unos cubanitos rellenos no unos chips de chocolate. Volví
rápido al living para ver cómo de a poco iban escupiendo las pepitas de
chocolate encima de un papel lustroso hecho un bollo al costado del paquete. “¿Dónde
estaba eso?” les pregunté, “En el bolsillo de tu abrigo” contestó Octi,
orgulloso de haberse autogestionado tal como le había indicado la madre.
Y ahí me dí cuenta de
que los cubanitos habían quedado en la guantera del auto, de que el papel
lustroso era el envoltorio de aquel recado que nunca había entregado y de que
las criaturas se habían empezado a comer las semillas de aquellas flores que
tanto le gustaban a mi madrina de confirmación.
Junté todo, puse las semillas
escupidas junto con las que quedaron sin comer adentro del paquete, lo volví a
envolver y lo puse en uno de los estantes más altos que encontré.
Ahí está, esperando
que alguien los vuelva a confundir con algo de chocolate o que yo visite a mi
madrina. Lo que ocurra primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario