I
Hoy hace exactamente seis
semanas se me salió de lugar la segunda falange del dedo pulgar de
la mano izquierda. No sé cómo fue, solo sé que paré un gol y que
sentí un golpe un poco más fuerte que cuando los pelotazos me
doblan los dedos. Tampoco sé si fue casualidad, destino o brutalidad
de las rivales pero fue contra las mismas jugadoras que el año
pasado me rompieron la cabeza.
Debí de haber hecho una
mueca de dolor porque el juez me preguntó si necesitaba que
paráramos para llamar al médico. Recién empezaba el segundo
tiempo. Le dije que no y seguí jugando, nos golearon, no por mi dedo
sino porque el otro equipo tenía una delantera que la movía mal.
Cuando terminó el
partido ya me dolía toda la mano, me saqué los guantes nuevos,
azules, preciosos que me regaló Vero y ahí ví que tenía la mitad
del pulgar izquierdo doblada pero para arriba y que no la podía
volver a poner en su lugar.
En la cancha había una
médica y un médico que parecían tener dieciocho años y que en un
portugués perfecto me dijeron que mejor fuera a una guardia a que me
acomodaran el dedo porque podía tener algo roto.
Había ido en bici; como
pude hice las veinte cuadras hasta casa. Me abrió la reja Pili que
cuando le mostré el dedo me retó y me mandó a hacer terapia porque
no podía ser que volviera siempre toda lastimada de jugar.
II
A la guardia fui tres
veces.La primera ese mismo día, ahí me sacaron una placa y mientras
el médico me mostraba en una pantalla que no tenía nada roto y me
explicaba que me había luxado el dedo me colocó la falange en su
lugar, sin anestesia ni nada. Pensé que con el dedo arreglado en dos
o tres días iba a poder volver al arco. Pero empezó a vendarme la
mano entera alrededor de una férula gigante que me envolvía todo el
dedo. Y después me dijo lo que no quería escuchar: “En dos
semanas vení a controlarte”.

La tercera vez me tocó otro doctor mucho más amable que me aligeró el vendaje y me mandó volver en dos días. Ahí un tercer médico me
sacó todas las vendas, el dedo estaba un poco más deshinchado,
pero seguía negro y me dolía. Muerto de risa me dijo "Por ahora no podés jugar eh"
Así pasaron cinco
semanas. Al principio llovía y los partidos se suspendían.
Pero después se
empezaron a jugar de vuelta, a definir los campeonatos.
Los primeros fines de semana iba a ver algunos, me paraba atrás del arco rival y gritaba como si estuviera adentro de la cancha.
Los primeros fines de semana iba a ver algunos, me paraba atrás del arco rival y gritaba como si estuviera adentro de la cancha.
Después dejé de ir; mis
equipos siguieron ganando, empatando o perdiendo, a veces encontraron
arqueras y otras no pero se fueron arreglando.
El arco no espera. Nadie
es imprescindible. No hay ninguna épica nunca en nada.
III
El día de mi cumple
además de regalarme los guantes Vero les contó a mis amigas de
fútbol que el fútbol me había cambiado la vida.
La otra tarde llegando a Filologia me encontré con un amigo que cuando vio mi mano vendada me
dijo “Ahora volvé a la academia”.
A veces pienso que no voy
a poder jugar más, otras veces salgo con el bolso armado en el baúl
por si pinta partidito.
Y la mayoría de las veces pienso que es una lástima porque me había creído lo de cambiar de vida, lo de ser la reina del arco.
Y la mayoría de las veces pienso que es una lástima porque me había creído lo de cambiar de vida, lo de ser la reina del arco.
Me mandaron diez sesiones
de kinesiología. Voy por la segunda. Me ponen el dedo en una rueda
blanca durante veinte minutos, me llevo a Bulgákov, el diablo arrasa en la Moscú soviética.
Cuando termina el magneto viene un
kinesiólogo jovencito que me agarra el dedo de un modo que me hace doler muchísimo pero que de a poco me lo va doblando para abajo.
Termino la clase o lo que sea masajeando una pelota de goma.
Tengo como mínimo dos
semanas más.
Cuando se acabe tendré que volver a aprender a volar abajo del arco, o por lo menos a parar alguna pelota con las manos.
Cuando se acabe tendré que volver a aprender a volar abajo del arco, o por lo menos a parar alguna pelota con las manos.
IV
Hubo cosas buenas que
pude hacer en el tiempo en el que debería estar jugando los partidos.
Pudimos comer casi todas
las noches todos juntos en horarios normales.
Terminé la historia de la arquera soviética: una mujer mayor a la que el fútbol y la cerveza le van a cambiar un poco la vida.
Un martes a la noche nos
fuimos con Xime a la Feria del Libro a la presentación del libro
sobre Milagro. Nos sentamos en una mesa llena de moscas que Xime
adjudicó a la mugre de mi vendaje, pero era que la mesa estaba medio
sucia. Nos acordamos de que justo hacía un año que habíamos
estado en Jujuy y nos pusimos a planear un viaje por las Altas
Cumbres.
Un jueves del calor raro de mayo fuimos con Coni a tomar cerveza a un lugar espectacular, la segunda vuelta la fui a buscar yo y tuve que hacer malabares con la mano sana para poder llegar a la mesa con las dos pintas y las papas entre una multitud de gente parada alrededor de unas pantallas gigantes donde mostraban algún partido de la Libertadores que se estaba definiendo por penales.
Y mientras Coni me contaba sobre Japón, planeamos un viaje a San Nicolás.
Un sábado fui a Plaza porque se había roto el termotanque. Le llevé a Mariano 25 watts y ahí, en la vereda, me acordé de las tardes de sábado cuando era chica y salía a jugar a la puerta. En la esquina unos equilibristas practicaban en una terraza colgados de una estructura que se asemejaba a un arco de fútbol. Cuando se hamacaban para adelante parecía que iban a salir volando.
Para no extrañar
demasiado las canchas ví Hoy partido a las tres una película que me recomendó Soledad.
Y la semana pasada nos
fuimos con Luis a Montevideo a ver tocar a Eté y los problems pero ya son demasiadas historias.