miércoles, 1 de agosto de 2018

Números






Once
Parí once hijos, ya no es un número sobre el que me detenga demasiado o que me llame mucho la atención.
Aunque en general para el resto de los seres humanos parece ser un dato que me define y que nos define como familia.
Ni siquiera registro ya, cuando me lo preguntan, las complicaciones que produce la desarmónica relación entre embarazos e hijas e hijos que me rodean. Eso sí a lo mejor es extraño pero ya tampoco lo percibo.
La otra noche después de comer nos quedamos hablando del tema que ocupa la cabeza de mis hijas mayores: la interrupción voluntaria del embarazo y su legalización.
Estaba con las tres más grandes y alguna, no sé cuál, preguntó si yo alguna vez había abortado a lo que respondí que no.
Pero después me preguntaron si en algún embarazo lo había considerado. A lo que les respondí que sí. Que lo había considerado por diversas razones todas las veces que quedé embarazada después de Consu.
Y que también había dudado con Valen.
Parecieron entender. Cuando ví las reacciones de todas frente a mis explicaciones confirmé algo que venimos hablando con Vero hace un tiempo: cómo nuestras hijas nos están cambiando no solamente los modos de pensar algunas cuestiones abstractas sino también la forma de entender nuestras propias experiencias.

Trece
Sonsi cumplió trece años. Está altísima, gigante. Siempre nos acordamos con Luis de la madrugada en la que nació, estábamos en la sala de pre partos viendo por la tele uno de esos programas de formar palabras. Fue un parto rápido, llegué con la bolsa rota. Igual que con Felipe.
Antes relataba mis partos, ahora me dejaron también de parecer historias interesantes. La última vez que hablé de esto fue con Noelia, la madre de Maxi y Mili, los mellizos de la isla Maciel mientras lavábamos los platos. Ella en total tiene seis: cuatro nenas y dos varones. Creo que además me contó que se ligó las trompas, pero no me acuerdo.
Sonsi festejó el domingo, invitó a algunas amigas y alquiló unos metegoles. Ese mismo día Pili se fue de casa rumbo a la 21 11 14 a las 9 de la mañana, después se hizo de noche sin que supiéramos nada de ella. Nos desesperamos; entre las hermanas y las amigas se activó una especie de red que la ubicó comiendo pizza en lo de alguien a las once y media sin tener demasiada noción de nuestras preocupaciones.

Dieciocho
Me propongo como ejercicio imaginar las cosas que hace un chico de dieciocho años.
Por ejemplo sacar el registro. Tendría que decirle a Enru, que necesito el Clío.
Comprar cerveza en los chinos, claro que en realidad el chino de la vuelta nunca pide documento.
Romper el permiso de los padres para salir del país, pasar solo en las ventanillas de migraciones como hizo Pili la semana pasada cuando fuimos a Montevideo.
Todo eso hace un chico de dieciocho años, entre otras cosas.

Y ahora, agosto. 
Siempre llega como una tromba, siempre engaña como un mes amigable, primaveral hasta que alguna mañana me despierto, helada y con la garganta llena de pus o de pena.
Nunca falla.
Mientras espero esa mañana, la de los dieciocho años de mi niño, pienso.
Pienso que ser madre es como encastrarnos para siempre en las barras de un metegol: que si te movés vos movés a los demás y que si los demás se mueven te mueven a vos, un metegol en el que no hay reglas y entonces hay molinetes que te dejan cabeza para abajo
Y pienso también que si las maternidades elegidas son tan difíciles no me quiero imaginar lo que son las impuestas.

4 comentarios:

  1. Nunca tanta verdad, me encantó la imagen del metegol

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  2. no se por que empece por este post para ponerme al día (creo que desde junio), por algo será, me llevo muchas cosas que aprender.

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