Once
Parí once hijos, ya no es un número sobre el que me detenga demasiado o que
me llame mucho la atención.
Aunque
en general para el resto de los seres humanos parece ser un dato que
me define y que nos define como familia.
Ni
siquiera registro ya, cuando me lo preguntan, las complicaciones que
produce la desarmónica relación entre embarazos e hijas e hijos que
me rodean. Eso sí a lo mejor es extraño pero ya tampoco lo
percibo.
La
otra noche después de comer nos quedamos hablando del tema que ocupa
la cabeza de mis hijas mayores: la interrupción voluntaria del
embarazo y su legalización.
Estaba
con las tres más grandes y alguna, no sé cuál, preguntó si yo
alguna vez había abortado a lo que respondí que no.
Pero
después me preguntaron si en algún embarazo lo había considerado.
A lo que les respondí que sí. Que lo había considerado por
diversas razones todas las veces que quedé embarazada después de
Consu.
Y
que también había dudado con Valen.
Parecieron
entender. Cuando ví las reacciones de todas frente a mis
explicaciones confirmé algo que venimos hablando con Vero hace un
tiempo: cómo nuestras hijas nos están cambiando no solamente los
modos de pensar algunas cuestiones abstractas sino también la forma de entender nuestras
propias experiencias.
Trece
Sonsi cumplió trece años.
Está altísima, gigante. Siempre nos acordamos con Luis de la
madrugada en la que nació, estábamos en la sala de pre partos
viendo por la tele uno de esos programas de formar palabras. Fue un
parto rápido, llegué con la bolsa rota. Igual que con Felipe.
Antes relataba mis
partos, ahora me dejaron también de parecer historias interesantes.
La última vez que hablé de esto fue con Noelia, la madre de Maxi y
Mili, los mellizos de la isla Maciel mientras lavábamos los platos.
Ella en total tiene seis: cuatro nenas y dos varones. Creo que además
me contó que se ligó las trompas, pero no me acuerdo.
Sonsi festejó el
domingo, invitó a algunas amigas y alquiló unos metegoles. Ese
mismo día Pili se fue de casa rumbo a la 21 11 14 a las 9 de la
mañana, después se hizo de noche sin que supiéramos nada de ella.
Nos desesperamos; entre las hermanas y las amigas se activó una
especie de red que la ubicó comiendo pizza en lo de alguien a las
once y media sin tener demasiada noción de nuestras preocupaciones.
Dieciocho
Me propongo como
ejercicio imaginar las cosas que hace un chico de dieciocho años.
Por ejemplo sacar el
registro. Tendría que decirle a Enru, que necesito el Clío.
Comprar cerveza en los
chinos, claro que en realidad el chino de la vuelta nunca pide
documento.
Romper el permiso de los
padres para salir del país, pasar solo en las ventanillas de
migraciones como hizo Pili la semana pasada cuando fuimos a
Montevideo.
Todo eso hace un chico de
dieciocho años, entre otras cosas.
Y ahora, agosto.
Siempre
llega como una tromba, siempre engaña como un mes amigable,
primaveral hasta que alguna mañana me despierto, helada y con la
garganta llena de pus o de pena.
Nunca falla.
Mientras espero esa
mañana, la de los dieciocho años de mi niño, pienso.
Pienso que ser madre es como encastrarnos para siempre en las
barras de un metegol: que si te movés vos movés a los demás y que
si los demás se mueven te mueven a vos, un metegol en el que no hay
reglas y entonces hay molinetes que te dejan cabeza para abajo
Y pienso también que si las maternidades
elegidas son tan difíciles no me quiero imaginar lo que son las impuestas.
Nunca tanta verdad, me encantó la imagen del metegol
ResponderEliminarJusto estaban esos metegoles ahí.
EliminarGracias por leer!
Excelente,para reflexcionar.
ResponderEliminarno se por que empece por este post para ponerme al día (creo que desde junio), por algo será, me llevo muchas cosas que aprender.
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