I
Anoche soñé que se
moría Corina, mi profe de latín de la secundaria. Ni fue una
pesadilla ni me desperté sobresaltada, ni nada.
Solo que alguien me
avisaba y yo lo primero que pensaba era que tenía que mandarles un
wa a Vero y a Ceci para que nos juntáramos.
Después, entraba como en
un estado de lamento, no tanto por la muerte sino porque me daba
cuenta de que no había visto más a Corina desde quinto año.
No entendía, en el
sueño, por qué no me había hecho amiga de ella una vez terminado
el cole, por qué no había aprovechado estos treinta años para
pedirle libros, invitarla a mis cumples o salir a tomar cerveza,
café, whisky o lo que fuera. Era haberme perdido eso, no su muerte,
lo que me ponía más triste de toda la situación.
El sueño siguió.
Alguien me contaba que Corina se había ido a vivir a otro país con
los hijos de Jorge a quien, en mi lógica onírica supuse su marido.
Ahí me empecé a dar cuenta de que algo venía mal, si había algo
por lo que admiraba y quería tanto a Corina en mi adolescencia era
por su fuerza de mujer sola. La historia se me empezó a desmoronar:
ya no conocia con quién estaba hablando, ni entendía qué me
estaban diciendo, ni siquiera empecé a estar del todo segura de lo
que soñaba.
Sí seguía sintiendo
intacta la pena por el tiempo. No porque el tiempo había pasado,
sino porque yo lo había desperdiciado.
Todo se encaminaba a que
esa sensación convirtiera el sueño en pesadilla; pero, un segundo
antes de que eso sucediera me acordaba de que Corina se murió un
domingo de octubre, hace treinta años, cuando estábamos en quinto.
Y ahí entonces me pude
despertar un poco más tranquila.
II
Otro sueño, no sé si la
misma noche, fue que Toto tenía el pelo muy largo cuando se lo
mojaba. Seco lo tenía corto como lo usa él pero al salir de bañarse
le quedaba más largo que cualquiera de sus hermanas. Yo lo veía de
espaldas y pensaba eso es porque es zurdo y va a ser un goleador.
Pero en ninguna parte del sueño lo imaginaba con la vincha
horizontal marcandole la circunferencia de la cabeza tipo el pájaro
Caniggia en el mundial de Italia.
Después razonaba que
Octi también quiere ser goleador y tiene el pelo corto y que Estani
mientras sus hermanos van a fútbol practica cello y también lo
tiene corto. O que Consu es crack, goleadora y es lo de menos cómo
tiene el pelo.
Sumaba también a que no
era un argumento del todo claro el del futbolista pelos largos porque
ahora los futbolistas van rapados de un lado y las pibas también.
Y se me ocurría que me
podía rapar yo un costado aunque sabía que no me iba a animar, como
tampoco me había animado a tatuarme mientras había estado
desgarrada y que ahora ya era tarde porque había vuelto al caucho y
al cemento y tenía que jugar cuatro veces por semana y no me podían
dar golpes en el tatuaje, más que me quería hacer la F en el muslo
izquierdo donde ahora brillaba un moretón violeta, negro, verde
horrible, es decir en una zona propensa a patadas y pelotazos.
De ahí pasaba a pensar
que tampoco me animé a probar el whisky y que tenía aun la botella
cerrada. Me acordaba que hablábamos del whisky en esos almuerzos de
cumple que hacíamos antes. Ahí Meneca nos dijo que se toma puro, de
un trago.
Pensé también que aunque no me animara al tatuaje, al whisky, al nuevo corte o a tantas
otras cosas puedo por suerte seguir almorzando con Meneca muchos
martes, aprovechando el tiempo.
Y cuando ya no me quedaba
más nada que pensar, el sueño se congeló en la imagen de Toto de
espaldas con su pelo empapado, larguísimo, sin ninguna vincha que lo
atara hasta que vino Maite a despertarme para que la alcanzara a
Tronador de la B.
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