jueves, 6 de diciembre de 2018

Dos días






Es martes. El cielo es casi un insulto, azul de tan celeste.
Otra vez caminamos entre los muertos. Otra vez miramos asombrados las cúpulas de las bóvedas, las esculturas, los ángeles, las cruces, las estatuas.
Llegamos.
Me siento en el cordón a esperar.
Los adoquines parecen pulidos por alguna máquina invisible o lavados, tal vez, por las espadas del olvido.
La espera me vuelve atrás en el tiempo.
Las memorias de otras mañanas de sol en esos pasillos me acribillan.
Enciendo el Boris, escapo a Salamina y a sus soldados.
El aire está inmóvil, vuelan los pájaros pero en silencio.
Por eso el ruido del camión cuando llega se escucha como un trueno, como un rayo que no cesa, como un heraldo negro.
Bajan los hombres con sogas que adivino inútiles, no necesitan levantar nada tan pesado ni tan grande.
En dos minutos está todo listo.
Me apoyo contra una pared que no es una pared, es la puerta de otra bóveda. A lo mejor lloramos, a lo mejor no. Solo siento que me tiembla un poco la cara.
Empezamos a caminar para irnos.
El camión retrocede, frena al lado nuestro. El chofer nos dice algo, pienso que nos mira con un poco de lástima, pero no lo sé con certeza. A lo mejor me lo estoy imaginando.
Luis se toma el subte y se va al centro.
Yo camino hasta casa. En alguna esquina me cruzo con el jabalí desbocado, con sus colmillos más ensangrentados que nunca.
A la tarde, vuelvo de Puan con Diego en el auto y así, de la nada, me cuenta una historia de Felipe.

Ahora es miércoles.
El cielo sigue furioso de azul pero no lo vemos, estamos adentro de una oficina.
Un olor a cenizas de todos los muertos del universo invade el aire.
Esperamos nuestro turno. Otra vez Salamina.
No sé por qué pienso en manos: las de Estani haciendo acrobacias en las cuerdas del cello para sacarle alguna nota, las de Loli deformadas de tanto chupárselas, las de Toto con las uñas largas y mugrientas, las de Octi dibujando mapas, escudos de fútbol y ciudades tipo Metrópolis.
Nos llaman desde un escritorio.
Mis manos dejan de ser mías.
Mis manos, las de los pulgares lastimados, las de los dedos golpeados por infinitos pelotazos, se me escapan como en un reflejo para alzar a alguien en brazos.
Pero es solo por un segundo, hasta que se dan cuenta de que no hay a quién alzar.
Nos vamos.






Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. Caussidière por Dantón, Luis Blanc por Robespierre, la Montaña de 1848 a 1851 por la Montaña de 1793 a 1795, el sobrino por el tío. ¡Y a la misma caricatura en las circunstancias que acompañan a la segunda edición del Dieciocho Brumario!

Como farsa:

El olor insoportable, todas las personas esperando en esa oficina tapándose la nariz, abanicándose con lo que tenían a mano.
Une empleade cuyo género no pudimos descifrar pasaba de vez en cuando rociando el ambiente con un desodorante.
Una mujer que arengaba a los gritos a todos los que se llevaban las urnas con un “Ahora a hacerles una misa y en Navidad a festejar el nacimiento de Cristo y no a Papá Noel que es un invento de los gringos y de Coca Cola”.
El gobierno de la ciudad que repartía bolsas con su logo para todos aquellos que quisieran meter allí las urnas con cenizas.
El hombre que atendía al público que consideró oportuno explicarnos que los cuerpos de los chicos tardan más en ser incinerados que los de los grandes.
Una mujer que en lugar de una urna había llevado una lata de pan dulce.
Los empleados que salían de adentro del crematorio que imaginamos en un momento como zombis a cargo del lugar.
El aparato del alcohol en gel que nos poníamos a cada rato en las manos para no sentir el olor que nos quedó impregnado en la nariz durante todo el día.
Los ataques de risa que nos agarraban que nos hacía parecer unos irrespetuosos con todo el dolor de la gente ahí reunida y en realidad eran para tapar nuestro propio dolor.

De todas formas, como después le dije a mi hermano por wa, por suerte podemos seguir sacando de algún lado la capacidad de la risa.
O como le escribí a Vero, tal vez haya llegado el momento de debutar con el whisky.




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