Fin de semana de objetos.
No de juguetes tirados por cualquier
lado, de medias en medio del living, de destornilladores en el play
room.
De esos sí, pero también de otros
objetos.
Empezó el viernes a la
tarde. Lo acompañé a Luis a ver su oficina, la visitamos a la
abuela en el consultorio y después nos fuimos a comprar lo que iba a
ser el primer objeto del fin de semana: la pelotita chiquita del
mundial, diminuta, preciosa, colorida.
Siguió a la noche, con
el libro de latín, el royo.
Adolescentes divinas que
en vez de estar bailando desencajadas en una fiesta estaban sentadas
alrededor de la mesa de la cocina, las caras iluminadas cada vez que
descubrían una adverbial,una adjetiva y que no pararon hasta que se
nos cerraban los ojos sobre la voz pasiva.
Y me acordé un poco
triste de esas épocas en las que lo peor que te podía pasar era una
prueba de latín y me acordé en especial de esa prueba de latín
difícil, dificilísima que Corina, que hacía diecisietemil temas,
nos dio a Coni y a mi, que nos sentábamos juntas, el mismo tema un
lunes a la mañana muy temprano, hacía bastante frío, era también
por esta época, era también en tercer año.
El sábado me desperté
con ganas de comer una manzanita con pochoclo, pensé que podíamos
pasear a la tarde por la costanera y buscar un carrito.
Pero primero tenía que
recoger a Maite que ya está jugando en primera en la liga de las
pijamadas y después a Sonsi que apareció con unos rulos preciosos
que le habían hecho con ruleros en la casa de la amiga. Y los rulos
de Sonsi fueron el tercer objeto del fin de semana.
Maite llegó a casa y se
durmió. Consu, Ro y los niños querían ir a probar la super
pelotita al club. Hacía frío, estaba embarrado pero fuimos igual,
llegamos al club y por primera vez en los cuarenta años que hace que
voy casi ininterrumpidamente veo al lado de la cancha de fútbol,
solo, vacío y rebosante de manzanitas un carrito de pochoclos.
Perdimos un partido en el
barro, casi un pantano, Consu y yo contra Luis y Ro y cuando
terminamos compramos manzanitas para todos. Sin averiguar demasiado
el grado de realidad de ese carrito pero pensando sí, que eso
hubiera sido el sueño de mi padre al que le encantaban los higos con
pochoclos y le encantaba el club. Las manzanitas, el cuarto objeto.
Ya de vuelta en casa
Maite se había despertado y se había bajado una partitura de
internet porque nunca le habíamos comprado la fotocopia que
correspondía, le compramos una que no necesitaba. Estaba con el
atril, lista para practicar el minuet. El quinto objeto, el violín,
talismán, serena el aire, transfigura, cuando Maite toca el violín,
es otra persona.
El viernes a la mañana
había visto una calzas con parches de cuero, lindas, no sé si eran
adecuadas para mí que no uso calzas, había ido con Maite, le
pregunté qué le parecía y muda, la ayudé un poco ¿voy a parecer
una vieja loca?, insistí y sí me contestó, abandoné la idea. Pero
el viernes a la tarde Xime me convenció de comprarlas, me enumeró
las de ella, cuando te acostumbrás es lo mejor sentenció, pienso en
Santa Fe, si hace frío, son cómodas. El sábado ya casi de noche,
le pedí a Luis que me acompañara al negocio, me las probé, están
bien me dijo sin mirar. Santa Fe allá vamos con nuestras calzas,
sexto objeto.
Para llegar a diez: Octi
y Estani con dos autitos preciosos que trajeron del paseo con
Santiago y Cynthia después de ver los aviones.
La fondue de chocolate,
postre de la comida del sábado en la que cenamos los doce juntos.
La camiseta de River que
Kp recién se había comprado y que en el almuerzo del domingo la
escondía abajo del buzo. Qué linda camiseta le dije, Luis que casi
lo echa de la mesa y a mí, que no me importó porque además de
haber disfrutado del fin de semana y sus diez objetos, no fui el
sábado al Bajo Flores, conjuré el maleficio de mi presencia con mi
ausencia y ganó Español.
Me gustaron los "otros objetos" y me gustó el violín de Maite, aunque no la haya escuchado, uno puede imaginarse al leerte.
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