Cualquiera de estas
mañanas, a las cinco y media, cuando el sol empieza a pegar en la
ventana de nuestro cuarto, cuando me levanto a bajar la persiana para
que no entre luz hasta por lo menos las nueve, cualquiera de estos
días, me parece, despierto a Luis y nos vamos al mercado central.
La semana pasada me
desperté dos o tres veces antes de las seis pero, atrapados por
Happy Valley, una serie inglesa bastante buena, nos estábamos
durmiendo entre las dos y las tres así que bajé la persiana, miré
a Luis dormir y a Loli moverse como para empezar el día, y me volví
a acostar.
La última vez que fuimos
al mercado fue la semana antes de navidad, hacía bastante calor.
Bastante calor, y
bastante olor, sin mucha comprobación empírica creemos que lo que
aumenta el olor es la sandía, por eso en verano es un poco menos
soportable que en invierno.
Hay veces que pasan dos o
tres días hasta que desaparece el olor que queda impregnado en la
nariz como un souvenir del paseo.
El olor de las sandías
podridas que flotan en unos charcos que se hacen en el piso de las
rampas de los puestos, que no son charcos de agua sino de fluidos que
largan tomates, zapallitos, lechugas que no se pueden vender medio
podridos, que se tiran ahí.
El olor de esa ciénaga
vegetal evaporándose bajo el sol de enero más mucha gente que
revuelve entre ese barro jugoso, buscando encontrar algo para
llevarse o para vender, o para regalar.
Un Arcimboldo de la
miseria.
Un Matadero
vegano.
Con todo, el mercado es
un lugar al que me encanta ir.
Cada vez que entro,
frente a un cartel que anuncia la inminencia del Club Atlético
Mercado Central pienso lo bueno que seria que ese club tuviera un
equipo de hockey, que ese equipo de hockey necesitara una arquera,
que pudiera ser yo la arquera del Club Atlético Mercado Central.
La semana antes de la
navidad era un loquero, camiones de todos los tamaños y de todas las
nacionalidades taponaban unas calles que no eran mano ni contramano.
Dejamos el auto bastante lejos, contra un paredón y empezamos la
recorrida. Luis que me manda preguntar los precios a mí, yo que ya
aprendí que no hay que esperar que alguien te atienda sino preguntar
a los gritos a cuánto el cajón de y seguir caminando hasta
encontrar el más barato, los pibes de los puestos que tienen
clarísimo que no entendemos nada, que nos pueden cobrar lo que
quieren y que, como nos dijo uno una vez, compramos para consumo
personal.
Un viejito que solo venía
melones, hizo que revisaba los que me vendía, me enchufó un cajón
de seis melones y me mandó que lo cargara yo porque se ve que su
marido la abandonó me dijo. Pero no me había abandonado, estaba
buscando un changarín para que pasara con su carrito por todos los
puestos buscando las cosas que habíamos comprado.
Un chico más joven, que
solo vendía papas, bostezó, tenés sueño le pregunté, sí,
arrancamos a las tres de la mañana, pensé en Happy Valley. Pero
peor los de los puestos que tienen que ordenar las frutas por
colores, ellos vienen más temprano.
Pienso en las veces que
fuimos en invierno, el frío, el aliento a alcohol de los changarines.
La semana antes de
navidad compramos cajones de bananas, de manzanas, de naranjas, de
ciruelas, de uvas, de tomates cherrys, de cerezas, una bolsa de papas
y otra de cebollas.
Todo eso, 100 kilos entre
frutas y verduras, nos duró menos de un mes.
Por eso cualquiera de
estas mañanas, si nos despertamos a tiempo, tenemos que volver al
mercado.
Una de estas noches de
enero logramos salir a pasear.
Fuimos a tomar cerveza,
probando una, otra y otra nos pusimos a pensar en el mercado.
Pensamos en esas
películas exploradoras del conurbano y no se nos ocurrió ninguna
que pasara en el mercado.
Más cervezas y se nos
apareció un posible guión o una novela: pedazos de changarines
muertos en los containers, entre la fruta podrida, entre el olor de
la sandía.
Seguimos con la cerveza y
seguimos añadiendo detalles al argumento, hasta que Luis cerró el
tema diciendo, lástima que sos mina, no podrías escribir eso.
Por suerte no le dije
cómo seguía para mí la historia.
Que los changarines muertos querían ser todos arqueros del equipo de fútbol del Club
Atlético Mercado Central, que iban muriendo todos a manos de una
loca, que bajo el pretexto de ir al mercado a comprar fruta para su
numerosa y ejemplar familia solo quería llegar a atajar ella en el
primer equipo de los varones.
Una linda novela.
Tenés que ver 7 Cajas. Es el impulso que necesitas para terminar el guión
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