El domingo fui a jugar un partido.
Hacía tres años que no me paraba
abajo de los palos, que no sentía la pelota en los pats.
A la jugadora más chica le llevo casi
treinta años, a la más grande seguramente veinte.
Casi que estoy para unos campeonatos
que se llaman de mami hockey, deprimente.
Perdí los pantalones de
jugar y tuve que ponerme los que uso para bailar sevillanas.
Me estrené una remera
nike re canchera.
Ni bien entramos a la
cancha se la dí a una que estaba peor que yo y no tenía siquiera
camiseta.
Me puse los pats, un casco que me
bailaba y una pechera destrozada.
Me moví un poco antes del partido.
Tenía que armar la defensa, a los
gritos pidiéndoles a las defensoras que bajaran a marcar, colo,
tres, verde, no tenía idea de cómo se llamaban.
A cada rato levantaba la
mano para pedirle al árbitro que parara el tiempo porque se me
salían los zapatos de los pats.
Me acordé cuando era
chica que los pats eran de cañas, los pelotazos las rompían y las
cañas terminaban incrustadas en las piernas llenándolas de
moretones.
Y no había ni pecheras
con brazos, ni pantalones con relleno ni nada.
El domingo me comí cuatro goles.
Cuatro golazos. El primero de corto,
acaricié la pelota y se metió por arriba, la tabla no sonó, pasó
por la red.
El segundo no me lo acuerdo. Creo que
me patiné con la arena de la cancha, o no. Me lo debo haber comido
también.
El tercero y el cuarto la
delantera contraria cortó una salida en mitad de cancha, se vino
sola y la clavó en el mismo ángulo las dos veces.
Dos goles que hace
veinticinco años hubieran sido dos super atajadas.
Voy a tener que entrenar
mucho física y mentalmente para volver a sentir el placer del
arquero.
Que no es solamente estar
parado en el arco y atajar los goles que no van a ser.
Es sacar los goles hechos.
Más o menos lo que hacemos con Luis en
cada todos los días, pero sin tanta espectacularidad.
Por ejemplo, la noche
anterior al partido, la del sábado, lluvia y viento se aparece Pili
en el escritorio a las 12 avisando que va a venir X, un amigo que
quiere hablar con ella pero que como está tan feo prefirió decirle
que viniera a casa.
A las 12.30 llegó X.
No encontraron mejor lugar para
conversar que el cuarto de Pili con la puerta cerrada.
A la 1.30 Luis la llamó
a Pili para decirle que le parecía que era hora que X se retirara y
que, en caso de que se quedara un rato más, tuvieran abierta la
puerta del cuarto. Pili escuchó pero no pareció que fuera a hacer
mucho caso.
A las 9.30 del domingo
Luis bajó a preparar el desayuno y se encontró con X saliendo en
calzones del cuarto de Pili.
Después fue que me comí
los cuatro goles.
Más tarde hablamos con
la chica. Que X es su amigo y que no pasó nada. Que había venido en
bicicleta y por eso se quedó a dormir. Que durmió en el colchón
que tiene abajo de la cama. Que cerró la puerta porque los chiquitos
a la mañana gritan desde temprano. Que nunca lo vio a X en
calzoncillos. Que si nos creemos que va a garchar en su casa con
todos presentes.
Demasiado.
Le establecimos una
especie de protocolo de actuación para estos casos: que nos avise si
X se va a quedar a dormir, que nosotros dispondremos dónde lo hace,
que no cierre la puerta y que el chico no se saque los pantalones.
Por las dudas para la
próxima voy a tener preparado mi traje de arquera, por si X se
olvida el piyama. Mami hóckey.
El tiempo nos lleva por delante y nos pasa por encima, como lo goles de las jóvenes jugadoras.
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