Un chico de quince años
sale del cole cuando la tarde se empieza a poner esmeralda; va al
mismo colegio que su hermana pero vuelve cada uno por su lado.
A veces se queda un rato
más en el observatorio. Le siguen interesando los planetas como
cuando era más chico.
Después toma el subte.
No hace la combinación,
no le gusta ese olor que hay desde siempre en los pasillos donde la D
se junta con la B. Se baja en Olleros y camina hasta la casa.
Tiene como ocho materias
abajo. No estudia nada, odia el latín y el francés.
Le gusta levantarse
temprano los sábados para ir a jugar un rato a la pelota con los
amigos.
Finalmente se hizo de
Boca, no ve más a sus compañeros de la primaria, los de Excursio;
algunos domingos acompaña a la cancha al padre, dejan el auto por
Casa Amarilla y caminan por esa calle a la que la Doce le tapa el
cielo con una bandera gigante.
Azul y oro.
Este año empezaron a
llevar a Consu.
Y una vez que jugaban
contra Banfield también a Octi y a Estani.
Ahí el chico se acordó
de que también a él cuando tenía cuatro el papá lo llevó a la
Bombonera a ver Boca Banfield, se acordó porque en vez de Banfield
decía Garfield: Boca- Garfield.
Todavía no va a las
fiestas de los viernes porque está en segundo. Va a poder ir en
tercero, si pasa de año porque con tantas materias abajo a lo mejor
se queda libre.
Empezó a tener fiestas
de quince, le compraron un traje que usa con converse blancas, odia
la corbata, igual que el padre.
Se está dejando los
rulos más altos que de costumbre. Y casi que ya le cambió la voz.
Las hermanas más grandes
creen que todavía no le gusta nadie, pero no saben.
De todas formas, para sus
papás sigue siendo el mismo bebito que los hizo salir corriendo una
noche porque quería nacer antes.
Al día siguiente ya
tenía la habitación llena de gente, con sus hermanas que no
tuvieron mejor idea que empezar a tirarse una pelota por encima de la
cunita.
Esas cunitas buenísimas
que hay en los sanatorios, de acrílico brillante con patas de
aluminio. Cuando nació se usaba acostarlos boca abajo, limpiarlos
con óleo y despertarlos para que tomaran la teta. En quince años
los protocolos de la puericultura cambiaron muchas veces, a los
hermanos que siguieron les tocó boca arriba, de costado, otra vez
boca abajo, toallitas, algodón sin nada, otra vez óleo.
Tenía mucho pelo y muy
negro, salió así de la panza.
La mamá por eso está
segura de que es mentira la relación entre el pelo de los bebés y
la acidez porque en ese embarazo no le pasó nada y de todos sus
hijos fue el que nació con más pelo.
Pero no lo pelaron porque
justo el día que lo traían de vuelta a casa llovía y hacía mucho
frío, aunque la parte más fría del invierno ya había pasado.
Por eso se le hicieron
rulos, los mismos que ahora se está dejando largos, pero para
arriba, como usan los chicos de quince.
Algunas tardes sus papás
lo esperan que vuelva del cole.
Para merendar los tres
juntos nesquik con galletitas. Para hablar de tantas cosas.
Nunca viene.
Cuando termine de crecer
va a ser un negro precioso.
Por ahora, en algún
lado, cumple quince.