I
Una noche de martes, hace
casi quince días, me desgarré. En la mitad del segundo tiempo paré
una pelota en el palo derecho con la punta del botín y sentí un
tirón tan fuerte que me caí al piso. La pelota rebotó en una
delantera y entró al arco. Mientras las rivales festejaban el
gol yo quedé tirada, comiendo caucho, llorando de dolor y de
derrota. Vino una médica, me hizo parar lentamente y me recomendó
ir a la guardia. No le hice caso, me fui a casa. Antes de dormir me
pude parar en la ducha y darme un baño, me dormí con un pedazo de
hielo atrás de la pierna. Después el hielo se fue derritiendo y empapó las sábanas.
II
El miércoles estaba un
poco mejor, bien temprano a la mañana salí para San Nicolás.
Manejé despacio, con el cerebro vacío, como si nunca hubiera hecho
esa ruta. Cuando llegué, la gente caminaba bajo un sol tranquilo,
fresco; soplaba un viento no demasiado fuerte ni demasiado suave, el
río estaba azul. Recorrí la costanera buscando un lugar para
estacionar mientras intentaba, afortunadamente sin éxito, reconocer
lugares por donde ya hubiera pasado, huellas.
Me había olvidado un
poco del tirón de la noche anterior, pero otros
dolores me hicieron llorar bastante más de lo que había previsto.
De todas formas el viaje
tuvo algunas cosas buenas, una de las mejores fue que, ya de vuelta,
aprendí cómo entrar en el ACA de Río Tala, que queda del otro lado
de la autopista. Le avisé a Xime que ya lo anote para nuestro
incipiente viaje a las Altas Cumbres, porque si no siempre en
nuestros regresos tenemos que parar a hacer pis en una estación de
GNC en la que paran micros llenos de hinchas de Olimpia o
de Cerro Porteño que no se sabe muy bien a dónde van o de dónde
vienen.
Después pasé por una
farmacia para comprar ibuprofeno para la pierna que me empezaba a
molestar. Ya en casa, de a poco y con la ayuda de una cerveza se
acabó el día.
III
El jueves a la mañana me
encontré con mi hermano en el Santader de Naón y Pampa. Toda la
estadía de él en Buenos Aires sirvió, además de para comer juntos
los catorce primos y primas casi todas las noches, para hacer
distintos trámites; algunos mejores que otros. Cuando terminamos en
el banco, sin poder resolver nada, cada uno se fue por su lado. Yo
había dejado el auto a una cuadra. Caminé.Casi llegando a la esquina
de Sucre se me trabó el pie con algo y el tirón se me transformó
en un cuchillo de diez mil filos que se me clavaba en la pierna y me
producía un latigazo para mí inédito, no experimentado ni siquiera
en el más doloroso de mis partos. Como pude llegué al auto y abrí
la puerta de adelante, cuando me dí cuenta de que no iba a poder
entrar me apoyé mientras alrededor se me ponía todo negro. A lo
lejos pude ver el campanario de San Patricio y mientras trataba de
administrar el dolor de un modo racional le pedí a los cinco
mártires que me ayudaran a abrir la puerta de atrás. Después, me
desmayé entre el auto y el cordón. Todavía tengo la cara negra del
golpe. Muy despacio me levanté, subí por la puerta de atrás y me
quedé ahí sentada casi una hora hasta que logré pasarme al asiento
de adelante. Ahí, media hora hasta que me animé a manejar hasta
casa.
A la tarde, sin poder
casi caminar, Luis me llevó a la guardia. Me senté en una silla de ruedas,
solo podía tener la pierna doblada. En la ecografía salió que
tenía un desgarro chiquito. Vida normal pero tres semanas sin vida
deportiva más diez sesiones de kinesiología. Con el kinesiólogo
quedamos que les sumábamos también las que me faltaban de la mano
así tenía más. “No tengo apuro en volver a jugar” le dije “Lo
que sí, el 6 de octubre tengo que caminar a Luján.”
IV
Los días siguientes se
fueron pasando tranquilos. Me armé un lugar en el sillón del
living, me llevé la compu, los auriculares y algunos libros: La
Araucana por si en algún momento empiezan las clases y la Historia de los
clubes de fútbol para cuadricular la ciudad en busca de estadios
desaparecidos y comenzar a escribir otra de mis ficciones que nadie lee.
La pierna me siguió doliendo y un moretón gigante, entre negro y
violeta empezaba a ocuparme toda la parte de atrás del muslo.
El
domingo a la mañana fuimos con mi hermano a Plaza, a ordenar un poco
el garage. Es una actividad que había venído eludiendo sin nada de ánimo
para llevarla adelante. Pero se volvió urgente porque se había tapado la cloaca
y desbordaba por el garage con lo que muchas cajas que nunca había
ni abierto estaban llenas de ese líquido podrido.
Al comenzar con el orden
lo primero que encontré fue el mensaje de esta foto
y me invadió un
vértigo similar al del jueves. Al mediodía paramos para comer un
asado, a la tarde volvimos. Como la pierna me dolía un poco menos
consideré que podía manejar. Obviamente no pude frenar y me llevé
puesto un taxi. No fue un golpe fuerte pero al taxi se le salió un
pedazo y a mi se me hundió la rueda de adelante. Pili y Maite venían
conmigo en el auto y la crónica del choque fue “Y mami terminó
llorando y a los abrazos con el taxista”.
Volvimos a Plaza. Como el
auto no andaba del todo bien lo dejamos a una cuadra. En el camino
nos quedamos un rato en la esquina viendo un árbol lleno de flores
rosas que nunca habíamos visto antes. “Es un cerezo” me dijeron
las chicas “Iguales a los del Jardín Japonés”. Era un rosa tranquilo pero vacío que no parecía poder durar mucho. De todas formas entre el
cerezo florecido justo ahí en ese momento más Pili, Maite y mi hermano que todo logran transformar en risas se
pasó el domingo.
V
En los días que siguieron el moretón se
me fue achicando pero poniendo más oscuro. A algunas personas se los
mostraba, a otras se los describía. El jueves nos empapamos y nos
congelamos con Patricia y con Noelia en la marcha, mientras tanto mi
hermano y su familia se volvían a Sevilla. Cuando nos despedimos les
pedí que no tardaran mucho en volver a visitarnos.
Todo esto hizo que el
viernes estuviera bastante dolorida. Otra vez a la cama.
El
sábado mejoré, salió el sol y fui a ver jugar a Aquelarre. Dos
veces casi me meto en la cancha: la primera cuando el árbitro le
preguntó a la arquera si estaba lista, contesté yo y la segunda
cuando no cobró un penal a favor nuestro. Cuando se acabó el
partido le fui a protestar y el hombre tuvo que darme la razón.
A Plaza volví un
atardecer pero no a ordenar, seguiré dentro de unos días. Al cerezo
ya se le secaron las flores, se arrugaron y se pusieron de color marrón claro. La terraza de los equilibristas estaba llena de luces de colores aunque no había nadie haciendo acrobacias.
El domingo nos
fuimos los doce a almorzar afuera, el lunes llevé el auto al taller
y después me encontré con Vero que venía del ExMincyT, lucha que
por un rato abandono.
Y ayer cerré estos
tiempos de desgarros con un poco de fiebre.