Obviamente mientras hacíamos orden
en Plaza aparecieron los albumes de fotos.
Pili los encontró, los trajo a casa y
se los llevó a su cuarto. Son como ocho, algunos en blanco y negro,
otros en color.
Cuando era chica me pasaba el tiempo
mirándolos.
Hay fotos de la playa de
Quequén en la que está papá trepado a la cubierta de un barco
hundido. Ahora depende de cómo está la marea para poder ver alguno de los hierros oxidados de sus hélices sobresaliendo entre la espuma.
De todas maneras no es el
mar, es el tiempo el que tapa los restos de los barcos.
El martes fuimos con Coni
a tomar cerveza. Conseguimos una black ipa muy rica.
Yo no me había dado
cuenta pero Coni me contó que no es tan fácil encontrar black ipa,
que ella hace más de un año que la está buscando.
Por eso dudé entre la
black y la red ipa y finalmente me convencí de elegir la difícil.
Coni me contó su viaje a
Japón y me mostró las fotos.
Pero además estuvimos
conversando mucho de nuestros padres, de nuestra relación con ellos
y de las formas que tenían y tienen de decirnos cuánto nos quieren.
Después me agarró un
ataque de tos que ni la más amarga cerveza negra logró conjurar y
no pude decirle a Coni lo que a mí una vez me explicó Fabi: que las
peores imágenes se terminan borrando, que después reaparecen las
otras, las mejores.
Y eso también es el
tiempo.
Hoy empecé el día
temprano, kinesiología bien fuerte.
Mi kinesiólogo, que
además es el kinesiólogo de Banfield, sabe que quiero volver a
jugar lo más pronto posible. Y también sabe que quiero llegar a
Luján.
Después pasé por Plaza,
ya quedan pocas cajas. De papá no queda nada. Igual lo extraño.
Al mediodía podría
haber ido a la marcha pero no fui.
Me hubiera acordado ahí
de él, de la cantidad de veces que íbamos juntos a actos, a
marchas, a lugares; de una noche en un acto en Callao, en la puerta
del Comité Capital; de un 1ero de mayo en la cancha de Atlanta que
se agarraron todos a piñas y yo me asusté o de ese acto del Luna
Park en septiembre del 86.
O podría ir a jugar al
fútbol para imaginarme que el arco es el de hockey, que yo tengo
treinta años menos, que me cagan a goles, que cuando termino,
desconsolada, llega papá que había estado todo el partido atrás
del alambrado, para decirme “¡Qué pelota que sacaste ahí en el
palo, eh!”.
O para creer que tengo
nueve años y que voy por primera vez a la cancha, que vamos a la de
Almagro y que la voz del estadio me da un poco de miedo.
Como todavía no puedo
atajar y no estoy dando clases en un rato me voy con Pili al teatro.
Cuando éramos chicos nos
llevaban al teatro todo el tiempo.
No sé por qué en estos
días me estuve acordando mucho de dos obras. Una, El cruce sobre
el Niagara: dos equilibristas cruzaban las cataratas y terminaban
animándose a volar. La otra La cal viva, un chico que jugaba
al fútbol que no lograba entenderse con el padre. La obra terminaba
con el hijo preguntando “¿te gustó el partido, papá?, pero creo
que el padre ya no le contestaba porque se había muerto, o algo
parecido, no sé si la entendí.
Y ahora elijo esta foto que
encontramos en Plaza. Los dos mirando los patos ahí lejos, en el
lago. ¿qué pensaríamos?
Por ejemplo, a esta
bebita le voy a hacer escuchar Violeta Parra, la voy a llevar al
Cosmos a ver El acorazado Potemkin, le voy a contar quién es Yashin.
Por ejemplo, tengo unos
de los mejores papás del mundo, para siempre.
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