jueves, 13 de septiembre de 2018

Tiempo





Obviamente mientras hacíamos orden en Plaza aparecieron los albumes de fotos.
Pili los encontró, los trajo a casa y se los llevó a su cuarto. Son como ocho, algunos en blanco y negro, otros en color.
Cuando era chica me pasaba el tiempo mirándolos.
Hay fotos de la playa de Quequén en la que está papá trepado a la cubierta de un barco hundido. Ahora depende de cómo está la marea para poder ver alguno de los hierros oxidados de sus hélices sobresaliendo entre la espuma.
De todas maneras no es el mar, es el tiempo el que tapa los restos de los barcos.

El martes fuimos con Coni a tomar cerveza. Conseguimos una black ipa muy rica.
Yo no me había dado cuenta pero Coni me contó que no es tan fácil encontrar black ipa, que ella hace más de un año que la está buscando.
Por eso dudé entre la black y la red ipa y finalmente me convencí de elegir la difícil.
Coni me contó su viaje a Japón y me mostró las fotos.
Pero además estuvimos conversando mucho de nuestros padres, de nuestra relación con ellos y de las formas que tenían y tienen de decirnos cuánto nos quieren.
Después me agarró un ataque de tos que ni la más amarga cerveza negra logró conjurar y no pude decirle a Coni lo que a mí una vez me explicó Fabi: que las peores imágenes se terminan borrando, que después reaparecen las otras, las mejores.
Y eso también es el tiempo.

Hoy empecé el día temprano, kinesiología bien fuerte.
Mi kinesiólogo, que además es el kinesiólogo de Banfield, sabe que quiero volver a jugar lo más pronto posible. Y también sabe que quiero llegar a Luján. 
Después pasé por Plaza, ya quedan pocas cajas. De papá no queda nada. Igual lo extraño.

Al mediodía podría haber ido a la marcha pero no fui.
Me hubiera acordado ahí de él, de la cantidad de veces que íbamos juntos a actos, a marchas, a lugares; de una noche en un acto en Callao, en la puerta del Comité Capital; de un 1ero de mayo en la cancha de Atlanta que se agarraron todos a piñas y yo me asusté o de ese acto del Luna Park en septiembre del 86.

O podría ir a jugar al fútbol para imaginarme que el arco es el de hockey, que yo tengo treinta años menos, que me cagan a goles, que cuando termino, desconsolada, llega papá que había estado todo el partido atrás del alambrado, para decirme “¡Qué pelota que sacaste ahí en el palo, eh!”.
O para creer que tengo nueve años y que voy por primera vez a la cancha, que vamos a la de Almagro y que la voz del estadio me da un poco de miedo.

Como todavía no puedo atajar y no estoy dando clases en un rato me voy con Pili al teatro.
Cuando éramos chicos nos llevaban al teatro todo el tiempo.
No sé por qué en estos días me estuve acordando mucho de dos obras. Una, El cruce sobre el Niagara: dos equilibristas cruzaban las cataratas y terminaban animándose a volar. La otra La cal viva, un chico que jugaba al fútbol que no lograba entenderse con el padre. La obra terminaba con el hijo preguntando “¿te gustó el partido, papá?, pero creo que el padre ya no le contestaba porque se había muerto, o algo parecido, no sé si la entendí.

Y ahora elijo esta foto que encontramos en Plaza. Los dos mirando los patos ahí lejos, en el lago. ¿qué pensaríamos?
Por ejemplo, a esta bebita le voy a hacer escuchar Violeta Parra, la voy a llevar al Cosmos a ver El acorazado Potemkin, le voy a contar quién es Yashin.
Por ejemplo, tengo unos de los mejores papás del mundo, para siempre.



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