miércoles, 5 de septiembre de 2018

Desgarro





I
Una noche de martes, hace casi quince días, me desgarré. En la mitad del segundo tiempo paré una pelota en el palo derecho con la punta del botín y sentí un tirón tan fuerte que me caí al piso. La pelota rebotó en una delantera y entró al arco. Mientras las rivales festejaban el gol yo quedé tirada, comiendo caucho, llorando de dolor y de derrota. Vino una médica, me hizo parar lentamente y me recomendó ir a la guardia. No le hice caso, me fui a casa. Antes de dormir me pude parar en la ducha y darme un baño, me dormí con un pedazo de hielo atrás de la pierna. Después el hielo se fue derritiendo y empapó las sábanas.

II
El miércoles estaba un poco mejor, bien temprano a la mañana salí para San Nicolás. Manejé despacio, con el cerebro vacío, como si nunca hubiera hecho esa ruta. Cuando llegué, la gente caminaba bajo un sol tranquilo, fresco; soplaba un viento no demasiado fuerte ni demasiado suave, el río estaba azul. Recorrí la costanera buscando un lugar para estacionar mientras intentaba, afortunadamente sin éxito, reconocer lugares por donde ya hubiera pasado, huellas.
Me había olvidado un poco del tirón de la noche anterior, pero otros dolores me hicieron llorar bastante más de lo que había previsto.
De todas formas el viaje tuvo algunas cosas buenas, una de las mejores fue que, ya de vuelta, aprendí cómo entrar en el ACA de Río Tala, que queda del otro lado de la autopista. Le avisé a Xime que ya lo anote para nuestro incipiente viaje a las Altas Cumbres, porque si no siempre en nuestros regresos tenemos que parar a hacer pis en una estación de GNC en la que paran micros llenos de hinchas de Olimpia o de Cerro Porteño que no se sabe muy bien a dónde van o de dónde vienen.
Después pasé por una farmacia para comprar ibuprofeno para la pierna que me empezaba a molestar. Ya en casa, de a poco y con la ayuda de una cerveza se acabó el día.


III
El jueves a la mañana me encontré con mi hermano en el Santader de Naón y Pampa. Toda la estadía de él en Buenos Aires sirvió, además de para comer juntos los catorce primos y primas casi todas las noches, para hacer distintos trámites; algunos mejores que otros. Cuando terminamos en el banco, sin poder resolver nada, cada uno se fue por su lado. Yo había dejado el auto a una cuadra. Caminé.Casi llegando a la esquina de Sucre se me trabó el pie con algo y el tirón se me transformó en un cuchillo de diez mil filos que se me clavaba en la pierna y me producía un latigazo para mí inédito, no experimentado ni siquiera en el más doloroso de mis partos. Como pude llegué al auto y abrí la puerta de adelante, cuando me dí cuenta de que no iba a poder entrar me apoyé mientras alrededor se me ponía todo negro. A lo lejos pude ver el campanario de San Patricio y mientras trataba de administrar el dolor de un modo racional le pedí a los cinco mártires que me ayudaran a abrir la puerta de atrás. Después, me desmayé entre el auto y el cordón. Todavía tengo la cara negra del golpe. Muy despacio me levanté, subí por la puerta de atrás y me quedé ahí sentada casi una hora hasta que logré pasarme al asiento de adelante. Ahí, media hora hasta que me animé a manejar hasta casa.
A la tarde, sin poder casi caminar, Luis me llevó a la guardia. Me senté en una silla de ruedas, solo podía tener la pierna doblada. En la ecografía salió que tenía un desgarro chiquito. Vida normal pero tres semanas sin vida deportiva más diez sesiones de kinesiología. Con el kinesiólogo quedamos que les sumábamos también las que me faltaban de la mano así tenía más. “No tengo apuro en volver a jugar” le dije “Lo que sí, el 6 de octubre tengo que caminar a Luján.”


IV
Los días siguientes se fueron pasando tranquilos. Me armé un lugar en el sillón del living, me llevé la compu, los auriculares y algunos libros: La Araucana por si en algún momento empiezan las clases y la Historia de los clubes de fútbol para cuadricular la ciudad en busca de estadios desaparecidos y comenzar a escribir otra de mis ficciones que nadie lee. 
La pierna me siguió doliendo y un moretón gigante, entre negro y violeta empezaba a ocuparme toda la parte de atrás del muslo. 
El domingo a la mañana fuimos con mi hermano a Plaza, a ordenar un poco el garage. Es una actividad que había venído eludiendo sin nada de ánimo para llevarla adelante. Pero se volvió urgente porque se había tapado la cloaca y desbordaba por el garage con lo que muchas cajas que nunca había ni abierto estaban llenas de ese líquido podrido.
Al comenzar con el orden lo primero que encontré fue el mensaje de esta foto

 y me invadió un vértigo similar al del jueves. Al mediodía paramos para comer un asado, a la tarde volvimos. Como la pierna me dolía un poco menos consideré que podía manejar. Obviamente no pude frenar y me llevé puesto un taxi. No fue un golpe fuerte pero al taxi se le salió un pedazo y a mi se me hundió la rueda de adelante. Pili y Maite venían conmigo en el auto y la crónica del choque fue “Y mami terminó llorando y a los abrazos con el taxista”. 
Volvimos a Plaza. Como el auto no andaba del todo bien lo dejamos a una cuadra. En el camino nos quedamos un rato en la esquina viendo un árbol lleno de flores rosas que nunca habíamos visto antes. “Es un cerezo” me dijeron las chicas “Iguales a los del Jardín Japonés”. Era un rosa tranquilo pero vacío que no parecía poder durar mucho. De todas formas entre el cerezo florecido justo ahí en ese momento más Pili, Maite y mi hermano que todo logran transformar en risas se pasó el domingo.

V
En los días que siguieron el moretón se me fue achicando pero poniendo más oscuro. A algunas personas se los mostraba, a otras se los describía. El jueves nos empapamos y nos congelamos con Patricia y con Noelia en la marcha, mientras tanto mi hermano y su familia se volvían a Sevilla. Cuando nos despedimos les pedí que no tardaran mucho en volver a visitarnos.
Todo esto hizo que el viernes estuviera bastante dolorida. Otra vez a la cama. 
El sábado mejoré, salió el sol y fui a ver jugar a Aquelarre. Dos veces casi me meto en la cancha: la primera cuando el árbitro le preguntó a la arquera si estaba lista, contesté yo y la segunda cuando no cobró un penal a favor nuestro. Cuando se acabó el partido le fui a protestar y el hombre tuvo que darme la razón.
A Plaza volví un atardecer pero no a ordenar, seguiré dentro de unos días. Al cerezo ya se le secaron las flores, se arrugaron y se pusieron de color marrón claro. La terraza de los equilibristas estaba llena de luces de colores aunque no había nadie haciendo acrobacias. 
El domingo nos fuimos los doce a almorzar afuera, el lunes llevé el auto al taller y después me encontré con Vero que venía del ExMincyT, lucha que por un rato abandono.
Y ayer cerré estos tiempos de desgarros con un poco de fiebre.

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