Avanza marzo.
Los lunes entrenamos en
una cancha de cemento en la terraza de un club.
Villa Malcom se llama.
El primer entrenamiento
coincidió con una noche de luna llena; la luz de la luna iluminaba
las líneas de la cancha y las transformaba en cintas rojas,
brillantes.
Para el cemento se usan
unos botines distintos de los del sintético, de tapones más bajos;
en el cemento la pelota va más rápido y el área es más grande.
Cuando llego a casa no
necesito sacarme la ropa adentro de la ducha para que el caucho del
sintético que se me mete en las medias y en el corpiño se vaya por
el desagüe y no quede en el piso del baño como si fueran hormigas
después del polvo venenoso que las mata enseguida.
Creo que cuando yo era chica tenía una amiga
que iba a ese club y algunos días la acompañaba a clases de danza.
Creo también que esas
veces veía gente bajando de un ascensor donde hoy están las escaleras y
unos escaparates llenos de copas de futsal que por el polvo que
acumulan parecen estar allí desde siempre.
Por eso ahora, todos los
lunes, cada vez que llego a la cancha casi sin nada de aire después
de subir cinco pisos pienso que hace cuarenta años debo de haberme
imaginado un ascensor.
El club queda sobre
Córdoba, a la vuelta de Serrano.
Muchas tardes me la
pasaba en Serrano mientras mis viejos atendían el consultorio porque
en Plaza no había nadie.
Cuando iba a la primaria tomaba Nesquick y
veía la familia Ingalls en una tele blanco y negro.
Me sabía todos
los capítulos de memoria. El que más me gustaba era uno que
escribían en el pizarrón Jason loves Laura.
Cuando estaba en la secundaria, ya más grande, trabajaba como secretaria de los dos.Y papá me retaba cuando les cobraba a sus
pacientes del PC. “Cómo le cobraste a ese que es camarada” me
decía.
Cuando terminaban de
atender volvíamos de Serrano a Plaza por Córdoba y pasábamos
siempre por la puerta de Villa Malcom.
A veces nos quedábamos
un rato trabados entre los autos porque la barrera bajaba y se hacían
unos embotellamientos bastante grandes. Abelino decía “ya se hizo
galleta” y mi mamá le decía “por no ir por Honduras”; después
el tren pasaba, el tránsito se aligeraba y la onda verde nos llevaba
a Plaza bastante más rápido de lo que nos había parecido en un
primer momento.
De todas formas en breve
ya no va a haber más barrera en Córdoba y en cualquier momento
empiezan a demoler Serrano.
Pronto el Nesquick de la tarde, Laura
Ingalls, los pacientes camaradas a los que privé una y otra vez de
la solidaridad proletaria de mi padre se van a cubrir del mismo polvo
que tapa las copas de futsal que veo cada lunes cuando subo contando
los escalones que me faltan para llegar a la cancha de la terraza de
Villa Malcom .
Marzo sigue avanzando,
Cumplo años. La vida sigue avanzando y con ella otra vez la
desesperante relación entre los lugares idealizados, como la hierba
degollada de Garcilaso que el martes llevaremos al penal de Devoto
con Xime y con Noelia, y el tiempo que pasa.
Por ejemplo, esta cancha
de cemento para la que no tengo botines, esa del área gigante de la
que no sé salir jugando con los pies, esa en la que todas mis
compañeras tienen treinta años menos que yo pero en la que hace
treinta años era impensable que hubiera veinte chicas entrenando
cada lunes a la noche.
Enterrar los recuerdos
porque con ellos en esa cancha de cemento juego peor.
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