sábado, 16 de marzo de 2019

Cemento





Avanza marzo.
Los lunes entrenamos en una cancha de cemento en la terraza de un club.
Villa Malcom se llama.
El primer entrenamiento coincidió con una noche de luna llena; la luz de la luna iluminaba las líneas de la cancha y las transformaba en cintas rojas, brillantes.
Para el cemento se usan unos botines distintos de los del sintético, de tapones más bajos; en el cemento la pelota va más rápido y el área es más grande.
Cuando llego a casa no necesito sacarme la ropa adentro de la ducha para que el caucho del sintético que se me mete en las medias y en el corpiño se vaya por el desagüe y no quede en el piso del baño como si fueran hormigas después del polvo venenoso que las mata enseguida.

Creo que cuando yo era chica tenía una amiga que iba a ese club y algunos días la acompañaba a clases de danza.
Creo también que esas veces veía gente bajando de un ascensor donde hoy están las escaleras y unos escaparates llenos de copas de futsal que por el polvo que acumulan parecen estar allí desde siempre.
Por eso ahora, todos los lunes, cada vez que llego a la cancha casi sin nada de aire después de subir cinco pisos pienso que hace cuarenta años debo de haberme imaginado un ascensor.

El club queda sobre Córdoba, a la vuelta de Serrano.
Muchas tardes me la pasaba en Serrano mientras mis viejos atendían el consultorio porque en Plaza no había nadie. 
Cuando iba a la primaria tomaba Nesquick y veía la familia Ingalls en una tele blanco y negro. 
Me sabía todos los capítulos de memoria. El que más me gustaba era uno que escribían en el pizarrón Jason loves Laura.

Cuando estaba en la secundaria, ya más grande, trabajaba como secretaria de los dos.Y papá me retaba cuando les cobraba a sus pacientes del PC. “Cómo le cobraste a ese que es camarada” me decía.
Cuando terminaban de atender volvíamos de Serrano a Plaza por Córdoba y pasábamos siempre por la puerta de Villa Malcom.
A veces nos quedábamos un rato trabados entre los autos porque la barrera bajaba y se hacían unos embotellamientos bastante grandes. Abelino decía “ya se hizo galleta” y mi mamá le decía “por no ir por Honduras”; después el tren pasaba, el tránsito se aligeraba y la onda verde nos llevaba a Plaza bastante más rápido de lo que nos había parecido en un primer momento.

De todas formas en breve ya no va a haber más barrera en Córdoba y en cualquier momento empiezan a demoler Serrano. 
Pronto el Nesquick de la tarde, Laura Ingalls, los pacientes camaradas a los que privé una y otra vez de la solidaridad proletaria de mi padre se van a cubrir del mismo polvo que tapa las copas de futsal que veo cada lunes cuando subo contando los escalones que me faltan para llegar a la cancha de la terraza de Villa Malcom .

Marzo sigue avanzando, 
Cumplo años. La vida sigue avanzando y con ella otra vez la desesperante relación entre los lugares idealizados, como la hierba degollada de Garcilaso que el martes llevaremos al penal de Devoto con Xime y con Noelia, y el tiempo que pasa.
Por ejemplo, esta cancha de cemento para la que no tengo botines, esa del área gigante de la que no sé salir jugando con los pies, esa en la que todas mis compañeras tienen treinta años menos que yo pero en la que hace treinta años era impensable que hubiera veinte chicas entrenando cada lunes a la noche.
Enterrar los recuerdos porque con ellos en esa cancha de cemento juego peor.




No hay comentarios:

Publicar un comentario