domingo, 16 de febrero de 2020

Poesía


Creo que voy a escribir
un poema.
Tengo las palabras: viento, colmillos, cristal,
almenas, piedras, mariposas desatadas,
príncipes de la espuma,venablos de las algas, cenizas del
olvido.

Lo voy a escribir acá, en Bahía de los Vientos,
ahora,
mientras escucho a mis hijas más grandes reirse antes de dormir,
mientras Ruli protesta porque perdió sus medias y Consu
come caramelos,
mientras los más chicos ya se durmieron,
agotados de saltar las olas;
mientras miro la muralla de diamantes
que me rodea.

Ya está listo el cuaderno. No tiene renglones,
tiene puntos.
Va ser un poema sencillo,
sin rima,sin metáforas.
Sólo algunas pocas imágenes: una línea plana,
un pan de queso, una vía de tren, alguien que dice
que es como vivir sin un brazo
y no mucho más.

Y ya sé cuál será el primer verso:
Todos los hijos que se nos mueren son hijos únicos.
una frase que escuché
hace un tiempo en la presentación de La hora violeta, esa novela que
nunca me animé a leer.

Pero igual el verso yo ya lo conocía de antes,
desde hace exactamente trece años.
Todos los hijos que se nos mueren son hijos únicos.
Así comienza mi poema.
No sé si tengo tantas ganas de escribirlo.








martes, 11 de febrero de 2020

Golondrinas


Por primera vez en diez veranos, Bahía de los Vientos se llenó de golondrinas. En una versión no ovidiana de la metamorfosis de Filomena es ella quien se convierte en golondrina y su hermana Progne en ruiseñor. Por eso pienso que esta cantidad de pájaros revoloteando alrededor mío mientras desayuno mirando el mar es para recordarme que Xime está yendo a Puan con 42 grados en un colectivo que la mitología urbana (no la clásica que está enseñando ella) da por inexistente, para enseñar cómo la poesía del siglo XVII pone en excelentes rimas las historias de Ovidio.

Hasta que empezó el viento helado caminé casi todas las mañanas hasta Costa Bonita. El camino bordea los acantilados. Si hay viento llega la espuma del mar, si hace calor se llena de unos bichos diminutos que no se ven pero pican, no sé cómo se llaman. Tal vez sean jejenes

Algunas noches vamos a un bar danés, hay sandwich de lengua con mayonesa de fideos y unos chops gigantes con cerveza roja. La lengua viene en una tajada diminuta, exquisita. No comía lengua hace casi 13 años. Mi mama preparaba un guiso muy rico pero le daba mucho trabajo pelar la lengua. Por eso casi nunca hacía. Sí esa vez.

Se me cuelga el word a cada rato. Traje mi cuaderno de puntos en vez de líneas pero ya me quedan muy pocas hojas en blanco. Entonces pienso que el domingo no voy a tener cómo escribir y se me abre el abismo. Por suerte hoy Lucía me prestó un cuaderno nuevo, de tapas azul marino y con renglones.

Acá los días se pasan muy rápido. Vivimos como  siempre entre liebres, teros y lechuzas. El mar bajó y volvieron las excursiones al cangrejal, Octi y Estani recorren los barcos hundidos. Y otra vez la tormenta dejó un lobo marino muerto en la playa. Con los largavistas vemos los barcos cuando entran y salen del puerto. A veces sabemos cómo se llaman, otras adivinamos los nombres.

El verano de 2015 se rompió el puente que cruza el Salado por la ruta 2; me imaginaba que quedábamos de este lado del río y nunca más íbamos a poder volver.

Ahora me imagino que una noche, mirando por los largavistas vemos que el barco que entra se llama ciudad de Wuhan. A la mañana siguiente bajan todos los marineros: pasean por la orilla, toman ginebra y juegan al pool en el bar en el que compramos langostinos; después pasa un avión por la playa y avisa que quedamos todos en cuarentena acá, en Bahía de los Vientos, mirando cómo el sol sale y se pone en el mar, comiendo sandwichs de lengua y mayonesa de fideos con cerveza roja

Pero después vuelan alrededor las golondrinas, creo que hay un nido al lado de la parrilla; me acuerdo de Xime, de Puan, de Ovidio y de Lope y pienso que no es tan probable que entre un barco que se llame Ciudad de Wuhan.