Por primera vez en diez
veranos, Bahía de los Vientos se llenó de golondrinas. En una
versión no ovidiana de la metamorfosis de Filomena es ella quien se
convierte en golondrina y su hermana Progne en ruiseñor. Por eso
pienso que esta cantidad de pájaros revoloteando alrededor mío
mientras desayuno mirando el mar es para recordarme que Xime está
yendo a Puan con 42 grados en un colectivo que la mitología urbana
(no la clásica que está enseñando ella) da por inexistente, para
enseñar cómo la poesía del siglo XVII pone en excelentes rimas las
historias de Ovidio.
Hasta que empezó el
viento helado caminé casi todas las mañanas hasta Costa Bonita. El
camino bordea los acantilados. Si hay viento llega la espuma del mar,
si hace calor se llena de unos bichos diminutos que no se ven pero
pican, no sé cómo se llaman. Tal vez sean jejenes
Algunas noches vamos a un
bar danés, hay sandwich de lengua con mayonesa de fideos y unos
chops gigantes con cerveza roja. La lengua viene en una tajada
diminuta, exquisita. No comía lengua hace casi 13 años. Mi mama
preparaba un guiso muy rico pero le daba mucho trabajo pelar la
lengua. Por eso casi nunca hacía. Sí esa vez.
Se me cuelga el word a
cada rato. Traje mi cuaderno de puntos en vez de líneas pero ya me
quedan muy pocas hojas en blanco. Entonces pienso que el domingo no
voy a tener cómo escribir y se me abre el abismo. Por suerte hoy
Lucía me prestó un cuaderno nuevo, de tapas azul marino y con
renglones.
Acá los días se pasan
muy rápido. Vivimos como siempre entre liebres, teros y lechuzas. El
mar bajó y volvieron las excursiones al cangrejal, Octi y Estani
recorren los barcos hundidos. Y otra vez la tormenta dejó un lobo
marino muerto en la playa. Con los largavistas vemos los barcos
cuando entran y salen del puerto. A veces sabemos cómo se llaman,
otras adivinamos los nombres.
El verano de 2015 se
rompió el puente que cruza el Salado por la ruta 2; me imaginaba que
quedábamos de este lado del río y nunca más íbamos a poder
volver.
Ahora me imagino que una
noche, mirando por los largavistas vemos que el barco que entra se
llama ciudad de Wuhan. A la mañana siguiente bajan todos los
marineros: pasean por la orilla, toman ginebra y juegan al pool en el bar en el que compramos langostinos; después pasa un avión por la
playa y avisa que quedamos todos en cuarentena acá, en Bahía de los
Vientos, mirando cómo el sol sale y se pone en el mar, comiendo
sandwichs de lengua y mayonesa de fideos con cerveza roja
Pero después vuelan
alrededor las golondrinas, creo que hay un nido al lado de la
parrilla; me acuerdo de Xime, de Puan, de Ovidio y de Lope y pienso
que no es tan probable que entre un barco que se llame Ciudad de
Wuhan.
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