martes, 16 de febrero de 2021

Oda XVIII

 
¿Y dejas Pastor santo, 
llovía, nos sentamos
en unos bancos de cemento 
 tu grey en este valle hondo, escuro, 
 con soledad y llanto; 
 comimos pan de queso 
 y tú, rompiendo el puro 
aire, ¿te vas al inmortal seguro? 
Pareció que habíamos esperado tanto 
 Los antes bienhadados, 
 y los agora tristes y afligidos, 
eran trámites largos 
 y justo se habían agarrado a balazos 
 en los quinchos de River 
 a tus pechos criados, 
 al final fueron sólo algunas horas 
 de ti desposeídos,
 ¿a dó convertirán ya sus sentidos? 

¿Qué mirarán los ojos, 
ya después cada febrero, el mar, las piedras 
a veces el viento 
que vieron de tu rostro la hermosura, 
un verano había muchos animales muertos 
en la orilla: lobos marinos, gaviotas, una tortuga 
que no les sea enojos? 
Quien oyó tu dulzura, 
otros se llenaban de algas y de espuma 
y casi nunca de sangre. 
¿qué no tendrá por sordo y desventura? 

 Aqueste mar turbado, algunos diamantes lo cortan. 
Otros, solo lo reflejan 
como vidrios. 
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto 
al viento fiero, airado? 
Podríamos haber levantado toda la arena de la playa de Quequén, 
jugando a la pelota, 
armando arcos chiquitos 
pero no. 
Estando tú encubierto, 
¿qué norte guiará la nave al puerto? 

¡Ay!, nube, envidiosa 
¿por qué el recuerdo se desangra?
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas? 
¿Dó vuelas presurosa? 
Una esmeralda engastada en sal 
que ya no existe. 
Empiezo un cuaderno en blanco, escribo los nombres de cada luchador 
de Cien por Ciento lucha, me los olvido. 
¡Cuán rica tú te alejas! 
Ya no habrá casi tormentas 
hasta que nos encontremos en campos de plata. 
 ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas! 




lunes, 30 de noviembre de 2020

No, no te vayas Campeón






El miércoles se murió Diego, el miércoles o no sé cuándo porque a partir de ahí el tiempo ya no avanzó. En Argentina se paró el sol. En Nápoles se paró la tarde frente al mar. Y así se fueron congelando todos los paisajes del mundo. Maradona es el chico de Villa Fiorito, que tenía dos sueños en un video en blanco y negro con la cinta gastada de tanto rebobinarlo: salir campeón con la octava y jugar en la selección. Es el jugador de Argentinos Juniors, de esa Paternal llena de depósitos en la que me quedo trabada siempre que estoy apurada para llegar a Puan porque camiones gigantes tienen que entrar en garages de un metro y medio de ancho y mientras espero pensando “no llego a dar el Polifemo” me doy cuenta de que todas las esquinas están pintadas de rojo y blanco y tienen dibujos de Maradona en las paredes. 
Es el jugador que hizo temblar la Bombonera y sacó campeón a Boca, ese Boca que tan cerca sentí en algún momento porque mi abuelo era de Boca, mi hermano es de Boca, me había enamorado de un pibe que entrenaba en la Candela y era de la Fede y después llegó Luis, también de Boca. 
Y Diego también es el que levantó la copa del mundo en el estadio Azteca después de bordar gambetas con hilos de oro, como un artista pinta sus mejores cuadros o así como Góngora escribió el Polifemo. Derroche generoso de jugadas épicas, festival de goles: Inglaterra, Bélgica o Uruguay. 
Es el Diego de la resistencia en el mundial de Italia, el que defendió los colores, los símbolos y el fútbol argentino en el país que lo vio consagrarse definitivamente como el mejor jugador del planeta. 
Y es el que fue capaz de reinventarse, de volverse caleidoscopio, de formar mil y una imágenes y de brindarse generosamente para que todxs lo reinventaran: el mito Maradona, el negocio Maradona, la historia Maradona, la vida privada Maradona, la Patria Grande Maradona. Más equipos, más mundo, más solidaridad, más Argentina, más resistencia, más Diego. 
Seguramente por eso, el miércoles a la tarde la gente salió a las calles, al Obelisco, a la plaza de Mayo, a la cancha de Boca, a la cancha de Argentinos Juniors con la tristeza de haber perdido la versión Diego de cada une. Las paredes y las veredas se llenaron de velas, de fotos, de banderas, de camisetas, de flores. La incredulidad, las lágrimas, el dolor de repente cubrieron la atmósfera. En las rejas del hospital Eva Perón, donde nació alguien pegó una hoja de papel en donde decía Acá nació. Después, el jueves lloramos en las calles explotadas de gente que avanzaba desbordada como la lava de un volcán. Lloramos en cada una de las personas que esperó cinco horas bajo la sombra lila de los jacarandás para poder despedirlo en la casa Rosada hasta que la ciudad se quedó knock out viendo por dónde se empieza otra vez. 


 II 

 Para mí Maradona es el balcón de la Casa Rosada festejando la copa del mundo frente a una plaza llena, es la estatua de Belgrano con chicos montados en el caballo revoleando camisetas argentinas, es el redoblar de bombos de los pibes del industrial que vinieron a la puerta del colegio y acordaron un festejo tranquilo y un caminar juntes a Plaza de Mayo, es la fiesta del cuerpo adolescente coronada porque tu país salió campeón del mundo, el deseo que pido en vano para mis hijas e hijos cuando les veo crecer tan rápido Mundial a Mundial. 
Y muchas más cosas, tal vez más difíciles de explicar y de compartir: los silos de Puerto Madero, los granos en el empedrado y el miedo siempre de cruzar alguna rata que fuera por su alimento cuando volvíamos del campo con Coni; la tele diminuta de algo parecido a unos foodtrucks que había por Alem y en la que justo esa tarde de niebla y frío enganchamos en una imagen fantasma el gol.
 Es mi hermano en medio de la Puna, ese invierno del '86 en Jujuy que le regaló su Gráfico de Argentina Campeón a un pibe que salió de ahí, de la nada. Es la celebración que continuó en septiembre, cuando subimos cantando a los gritos por las escaleras como si el Mundial hubiera sido el día anterior a sacarnos la foto de la división y la imagen quedó congelada en un par que salieron saltando y que cuando la vimos dijimos “Parecen Diego en el balcón” . 
 Y es también la mujer que vendía las medias en Samarkanda y la noticia de la copa América en la madrugada moscovita.
Más:  la damajuana que compramos para ver Argentina-Rumania en Italia '90 con las chicas de hockey porque todavía no había fútbol para todas; los bocinazos del tren en la definición contra Yugoslavia un sábado que me tuve que ir a jugar a San Fernando en medio de los penales mientras en casa mi papá hacía un asado y en vez de ver a la selección escuchaba en una radio colgada en la parrilla un programa del fútbol de ascenso; el partido contra Brasil que ví sola sin poder comentar con nadie semejante lección de aguante y de magia futbolera; la carta que me escribió Luis el día del partido contra Italia y se traspapeló entre las páginas de una monografía que entregué para aprobar Española I. 
Y es una tarde en la terraza del Zamorano con mi hermano y mi primo con las banderas de Argentina y de España esperando infructuosamente que pasara por la autopista el bondi con los subcampeones de Italia '90 y la confusión de una pobre mujer que estaba ahí en la terraza salida de no sé dónde y que mandó “ Bilardo en el '78”. 
El miércoles a la noche cuando ví pasar el cortejo fúnebre por el puente de Avenida San Martín camino a la cochería de La Paternal envuelto en bocinazos, en gritos y en banderas al viento me acordé de esa escena y tal vez de todas las otras y me atenazó fuerte la sensación de que además de haber crecido me quedaba algo más sola. 




III

Canciones hay miles, videos hay miles, discursos hay miles, análisis hay miles. No soy experta en crónicas, ni en crítica cultural, ni en historia de los mundiales, ni en consumos masivos, ni en ficciones, ni en jugadas de gol, ni en nada. Solo sé mucho de algunas cosas, casi inútiles. Por eso a Diego lo despido con dos poemas. Al del '86 lo despido con la Oda XXX de Horacio, que en esa primavera me llenó la cabeza y ya no me abandonaría más

Exegi monumentum aere perennius
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis moriar multaque pars mei
vitabit Libitinam; usque ego posterea
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita virgine pontifex.

He concluido una obra más durable que el bronce,
y más alta que el túmulo real de las pirámides;
no podrán derruirla la ávida tormenta
ni el Aquilón furioso, ni la incontable serie
de los años, el tiempo que se fuga, veloz.
No moriré del todo pues gran parte de mí
evitará la Muerte: mientras al Capitolio
el pontífice suba con la virgen callada,
renaceré en la estima de los tiempos futuros.



Y al Diego de 2020 lo despido con lo que seguramente es una de las mejores elegías en español del siglo XVII, la de Lope a su amigo poeta Baltasar Elisio de Medinilla, esa que empieza “Si lágrimas de amor pudieran tanto/si versos de dolor, si amistad pura,/que naciera tu vida de mi llanto” y que termina “Otras veces, más triste, no lo creo/y como de mí mismo me levanto/por ver si me engañase mi deseo;/mas contra la verdad no pueden tanto/las mentiras de amor, tu muerte es cierta./Venid musas, venid al triste llanto”


Y me guardo una imagen para un posible futuro cuento: recitando estos poemas peregrinamos a Luján en algún octubre post pandemia por una avenida que ya no se llama Rivadavia sino Diego Armando Maradona. Vamos las que vamos siempre pero con la parroquia San Diego Maradona y compañeres mártires, de los carros aturde el Marado Marado que a nosotras, por lo menos a Vero y a mí, no nos gusta tanto porque somos más de Horacio y de Lope, solo nos gusta un poco porque tal vez nos recuerda las madrugadas de huellas y ríos en Beruti con Ceci, viendo por tele las peripecias de un Diego desconocido. En el primer puente antes de entrar a Luján, ese en el que siempre están bautizando, esta vez hay algo raro, hay mucha más luz que no viene de los reflectores gigantes, viene directamente de los cielos y en vez de bautizar, por los altoparlantes te invitan a ponerte unos guantes, a pararte debajo de los tres palos y a esperar que la virgen, la de Luján o la de los latinos que sube el Capitolio, toque el silbato para que Diego te patee desde los doce pasos. 





IV

El sábado en el partido de Grun hicimos un minuto de silencio. Yo grité fuerte Vamos Diego. Las pibas son pendejas, no saben de ratas en el puerto, de trenes embanderados o de copas del mundo entre las manos. Pero yo sí sé, y sé también que ahora nos toca dejar a un lado la tristeza y seguir construyendo el mito en las paredes, en las calles, en las banderas. Y sé también que el Diego, Diez, Dios, el pibe de Fiorito, el amigo de Fidel, de Hebe, el que le mandó el video a Emilio y le prometió que pronto iban a estar jugando juntos; nos esperará en cada uno de los potreros, en cada una de las canchas sin pasto, en las de pasto sintético, en las de cemento, en cada vez que una pelota de gol mueva las redes y en cada vez que se nos haga alarido, con un tajo en la garganta, el No, no te vayas campeón, quiero verte otra vez.




jueves, 30 de julio de 2020

Sonsi




Hoy Sonsi cumple 15 años.
En febrero, en Quequén, cuando yo imaginaba lo que creía una historia divertida: que bajaba algún marinero chino de un barco llamado ciudad de Wuhan y que teníamos que quedarnos todxs allá confinadxs mirando el mar, sin saber que lo que vendría sería bastante peor que la fantasía; ese febrero del que solo pasaron ciento cincuenta días y no ciento cincuenta mil años como parece, Sonsi nos taladraba todos los días en el desayuno, el almuerzo, la cena, la playa, el parque, con sol con lluvia, con viento, preguntando qué era mejor hacer para festejar sus 15 años si un viaje a algún lugar del mundo o una fiesta en el Zamorano. Algunas mañanas prefería viaje, a New York, a Madrid, con Maite o con Pili o con Valen o con dos de tres o con una. Otras mañanas pensaba en cómo sería su fiesta, más parecida a la que hizo Valen o como la de Maite, si iba a separar la recepción o armar todo en un mismo lugar,  a llamar al mismo DJ, si iba a contratar el mismo catering o si la mesa principal sería redonda, cuadrada o hexagonal.

Después llegó el vértigo, nos encerramos y Sonsi dejó de pensar en su festejo. Ahora solo quiere saber si en algún momento podrá volver a viajar o a festejar, a hacer algo. En estos cuatro meses cada uno y cada una de las personas que vivimos en esta casa está poniendo lo mejor para que la convivencia de once sea lo más tolerable posible, a veces sale y otras no. Pero a Sonsi le sale todo el tiempo y con una sonrisa. A veces en chiste le digo que si alguien se tiene que llevar el premio de la cuarentena es ella. Lo único malo que hace es mandar stickers por wa un poco groseros, de esos que te da miedo apretar mal y después mandárselos a cualquiera, pero por ahora solo eso. Está altísima, vive con los elephants puestos 24/7 de ropa, de pijama, de todo. Nunca se duerme antes de las 5 o 6 am, series, videollamadas, zoomes. Pero creció. Y hoy cumple 15.

Nació a la madrugada, un poco antes de tiempo y bastante rápido. Habíamos alquilado Madame Sata, cuando terminamos de verla me dí cuenta de que se me había roto la bolsa, pensé que me dormía y a la mañana siguiente ya me iba a internar, pero Luis me dijo “mejor vamos ahora”. A las 5 menos cuarto nació Sonsi. Mientras esperabamos en la sala de preparto jugábamos a un juego de armar palabras en la tele. Fue el primer parto con Claudia, mi médica a la que ya no iba a abandonar más, el primer parto sin episiotomía, el último parto de mi vida anterior.

Cuando Sonsi tenía casi dos años, algunas mañanas sólo nos levantábamos de la cama porque venía a pedirnos su mamadera y aunque tardó en hablar creo que tanto Luis como yo entendíamos que nos necesitaba para empezar su día. En esa misma época la bautizamos y festejamos sus dos años. Fueron días muy fríos, ese año además nevó. En todas las fotos que tenemos Sonsi aparece con un saco blanco de lana. También me acuerdo de que en su cumple de 2 preparé mate pero hirvió el agua y la tuve que tirar y calentar otra.

Siguió tomando mamadera hasta bastante grande pero le cortaba las tetinas por la mitad, también las llenaba de yogurth y las metía en el microondas. Una vez se cayó por la escalera y se abrió abajo del mentón, le puse la gotita para pegarla; le quedó una cicatriz imperceptible. El primer año que fue a scouts no la dejamos ir al campamento de verano porque pensamos que era un poco chica. Cuando fuimos a despedir a Maite una nena le dijo “Sonsi!!! ¿venís?” y Sonsi me miró, miró a la nena y le dijo “No, no”. Le dije no importa Sonsi, vas en invierno, pero ese invierno tampoco pudo ir porque le agarró neumonía.

Mientras crecía nos reíamos de ella, le decíamos que era medio pava, que lloraba por cualquier cosa. Xime su madrina, la defendía siempre. El año que hizo el curso de ingreso sacó notas altísimas y todo el tiempo parecía decirnos “¿Vieron que no soy tonta?”. Ayer me dijo que nunca le pongo nada para su cumple, por eso decidí escribir estas cosas que me acuerdo, a lo mejor porque no hay fiesta, a lo mejor porque la veo tan grande, a lo mejor porque hace frío.
O tal vez porque sea una manera de decirle que tenga paciencia, que ya van a llegar los tiempos de festejos, de viajes, de juntadas.  
Y que por ahora siga sosteniendo en alto la sonrisa preciosa de sus 15 años.



lunes, 22 de junio de 2020

Encierro



Su luna de pergamino. La revolución del patriciado. Tragos de autor. Requiem por un campesino español. La monarquía en Roma. Rebecca Martinsson. Zoom. La Filomena. La mona Jacinta. La casa de al lado que se incendia. La licitud de las comedias. Los siete reyes de Roma. Preciosa tocando viene. El materialismo histórico. Los Hollister. Extrañar a Valen. 11 tapabocas. Maíz pisingallo. El cierre de los corrales. La Flor. Los entremeses de Quevedo. FLENI. La bici casi oxidada. Por un anfibio sendero. Cumple Consu. Yoga. Romancero gitano. Mundial 78. La batería del auto.11 Tapabocas diferentes. Dengue. Vital. El reino del revés. Safo 31. Los primeros pueblos con escritura. Jitsi. Café en la vereda. La ideología alemana. Twitter. Extrañar el fútbol. Las acacias. SIGEVA. La virgen cabeza. De cristales y laureles. Mercado Libre. Maíz Pisingallo. Hermanas. La Andrómeda. Dark. Cardio. Zoom cerveza con Vero. Instagram. Las misas de Paco. La novia del desierto. El silencio sin estrellas. Jabalí. Atalanta. Alta en el cielo. Membrillos. Catulo. El polvo del Sahara. Separar en términos. El Pantano. Cursiva en el renglón. La risa. La madrugada. Janus. Chipá. Ukelele. Tabla pitagórica. Superestructura. Tarquinio el Soberbio. Huyendo del sonsonete. Luces led. Dar sangre. Loli Molina. Mapas. Dr Jekyll and Mr Hyde. Mundial 90. Los guantes ociosos. 9 poemas. Banderas del mundo. La tristeza. La ilusión de los mamíferos. El frío. Los cumples que pasan. Harina. Pesadillas. Palomas. Trueno. La zorra y el león. Ille mi par esse deo videtur. Hermanos. Tarántulas. Cae donde el mar bate y canta. Extrañar las redes. El árbol lleno de mandarinas. Juegos. Pesadillas. Anco Marcio. Superestructura. Xime y el LESOE. EDMODO. Pizza. El miedo. Passaparola. Audios. Te lo juro yo. Lavandina. La Circe. Historias. Peleas. Frascos. Cuarentena sin piojos. Hojas en el techo. Basura. Pesas. Raices y tallos. Cello. Flores. Su noche. Su noche llena. Su noche llena de peces. Temer un encierro para siempre no por opción. Odiar un futuro semejante. Extrañar todo.




domingo, 3 de mayo de 2020

Soledades






Hay una virtualidad armónica, transparente, casi secreta.
No tiene nada que ver con las virtualidades desatadas, compulsivas de los últimos tiempos.

Es la virtualidad del peregrino
cuando al caminar por marismas turquesadas,
ve cómo las seis hijas del pescador cazan focas con arpones,
y canta con voces de sangre frente al océano que se mezcla con el arroyo
como un centauro espumoso.

Es la virtualidad de las soledades: los paisajes sin términos, los días errantes.

Aquella virtualidad en la que Walter vive en alguna casa de Berisso a principios del siglo XX.
Se levanta temprano cada mañana, trabaja como mecánico en un frigorífico, junto a obreros hinchas de Gimnasia.
Walter va los domingos a la cancha. Pero a la de Estudiantes.
Se sienta en los tablones que huelen a madera recién cortada y se imagina que la camiseta roja y blanca es la de algún equipo de su país natal al que va a volver en unos años pero con otro nombre.
Roja, estrella roja.
Es una buena historia, pero ya está escrita.

Existe una en la que todas las tardes Lev Yashin entrena en un arco del Monumental.
Cuatro hombres también vestidos de negro lo custodian desde el alambrado.
Yashin también lleva ropa negra pero viste alas, sus guantes reflejan el verde brillante del pasto.
Las pelotas le caen como si tuviera, dos, tres, veinte acorazados disparando sus cañones.
Las redes no tiemblan nunca, solo el viento que viene del río las puede mover un poco.
En la tribuna alguien lo mira deseando poder volar de esa manera.
Es una buena historia, pero no le interesa a nadie.

Hay más. Un río de Frigia famoso por sus cisnes pero cerca. Meandro de Brian.
El único lugar donde el Riachuelo no fue rectificado, un rulo, una isla de la tierra.
Un ovalo de plata en cuyas riberas se mezclan el mercurio y la sangre.
En algún lado de esa vuelta puede verse una cancha entre los álamos
Todos los mediodías el sol quema como una salamandra que viste estrellas. De la nada aparecen dos equipos, todas mujeres.
Unas con camisetas rojas, otras negras.
Juegan toda la tarde. A veces ganan unas, a veces otras.
Nadie sabe cómo llegan, ni cómo se van.
De las orillas a veces les tiran piedras pero nada perturba el fútbol de los días que se alargan casi como el meandro que no avanza.
Cuando se acaba el partido escriben un poema.
Para la cancha siempre usan la misma imagen: esmeralda engastada en mármol.
En algún momento del atardecer vuelven a cruzar a tierra firme.
Y al día siguiente otra vez a jugar y a escribir poesía.
Alguna de ellas es una de las hijas del pescador de la Soledad Segunda, cambió las focas y los arpones por el arco y los botines.
Todavía no lo sabe.
Es una buena historia, habría que escribirla.

Un manchón de tinta negra cayó una de estas tardes sobre mi ejemplar de las Soledades.
Manipulé mal la jeringa al llenar el cartucho y ahora mis Soledades están manchadas de negro.
Por no usar la otra pluma, la que lleva tinta roja, la que uso para escribir en mi cuaderno cuadriculado.

Hay una virtualidad armónica, transparente, casi secreta: se logra abriendo cualquier libro manchado.
En estos días mi virtualidad es de once, roja, negra, de fútbol y de Góngora.

domingo, 16 de febrero de 2020

Poesía


Creo que voy a escribir
un poema.
Tengo las palabras: viento, colmillos, cristal,
almenas, piedras, mariposas desatadas,
príncipes de la espuma,venablos de las algas, cenizas del
olvido.

Lo voy a escribir acá, en Bahía de los Vientos,
ahora,
mientras escucho a mis hijas más grandes reirse antes de dormir,
mientras Ruli protesta porque perdió sus medias y Consu
come caramelos,
mientras los más chicos ya se durmieron,
agotados de saltar las olas;
mientras miro la muralla de diamantes
que me rodea.

Ya está listo el cuaderno. No tiene renglones,
tiene puntos.
Va ser un poema sencillo,
sin rima,sin metáforas.
Sólo algunas pocas imágenes: una línea plana,
un pan de queso, una vía de tren, alguien que dice
que es como vivir sin un brazo
y no mucho más.

Y ya sé cuál será el primer verso:
Todos los hijos que se nos mueren son hijos únicos.
una frase que escuché
hace un tiempo en la presentación de La hora violeta, esa novela que
nunca me animé a leer.

Pero igual el verso yo ya lo conocía de antes,
desde hace exactamente trece años.
Todos los hijos que se nos mueren son hijos únicos.
Así comienza mi poema.
No sé si tengo tantas ganas de escribirlo.








martes, 11 de febrero de 2020

Golondrinas


Por primera vez en diez veranos, Bahía de los Vientos se llenó de golondrinas. En una versión no ovidiana de la metamorfosis de Filomena es ella quien se convierte en golondrina y su hermana Progne en ruiseñor. Por eso pienso que esta cantidad de pájaros revoloteando alrededor mío mientras desayuno mirando el mar es para recordarme que Xime está yendo a Puan con 42 grados en un colectivo que la mitología urbana (no la clásica que está enseñando ella) da por inexistente, para enseñar cómo la poesía del siglo XVII pone en excelentes rimas las historias de Ovidio.

Hasta que empezó el viento helado caminé casi todas las mañanas hasta Costa Bonita. El camino bordea los acantilados. Si hay viento llega la espuma del mar, si hace calor se llena de unos bichos diminutos que no se ven pero pican, no sé cómo se llaman. Tal vez sean jejenes

Algunas noches vamos a un bar danés, hay sandwich de lengua con mayonesa de fideos y unos chops gigantes con cerveza roja. La lengua viene en una tajada diminuta, exquisita. No comía lengua hace casi 13 años. Mi mama preparaba un guiso muy rico pero le daba mucho trabajo pelar la lengua. Por eso casi nunca hacía. Sí esa vez.

Se me cuelga el word a cada rato. Traje mi cuaderno de puntos en vez de líneas pero ya me quedan muy pocas hojas en blanco. Entonces pienso que el domingo no voy a tener cómo escribir y se me abre el abismo. Por suerte hoy Lucía me prestó un cuaderno nuevo, de tapas azul marino y con renglones.

Acá los días se pasan muy rápido. Vivimos como  siempre entre liebres, teros y lechuzas. El mar bajó y volvieron las excursiones al cangrejal, Octi y Estani recorren los barcos hundidos. Y otra vez la tormenta dejó un lobo marino muerto en la playa. Con los largavistas vemos los barcos cuando entran y salen del puerto. A veces sabemos cómo se llaman, otras adivinamos los nombres.

El verano de 2015 se rompió el puente que cruza el Salado por la ruta 2; me imaginaba que quedábamos de este lado del río y nunca más íbamos a poder volver.

Ahora me imagino que una noche, mirando por los largavistas vemos que el barco que entra se llama ciudad de Wuhan. A la mañana siguiente bajan todos los marineros: pasean por la orilla, toman ginebra y juegan al pool en el bar en el que compramos langostinos; después pasa un avión por la playa y avisa que quedamos todos en cuarentena acá, en Bahía de los Vientos, mirando cómo el sol sale y se pone en el mar, comiendo sandwichs de lengua y mayonesa de fideos con cerveza roja

Pero después vuelan alrededor las golondrinas, creo que hay un nido al lado de la parrilla; me acuerdo de Xime, de Puan, de Ovidio y de Lope y pienso que no es tan probable que entre un barco que se llame Ciudad de Wuhan. 









martes, 31 de diciembre de 2019

Stickers





Como si el año hubiera pasado en stickers. Reales, imaginarios, virtuales.

Los innumerables que había en el lugar donde me tatué. La felicidad de esa mañana de sol volviendo por la bicisenda, con mi bici nueva, con un plástico cubriéndome la F del brazo y la alegría de tener otra vez a mi chiquito conmigo para siempre.

Los de la cárcel, pegados en las columnas de la vereda en la que hacían cola en medio del frío y de la lluvia las mujeres cargadas con niñes y con bolsas de colores llenas de comida.

Los de todas las ventanas de los desayunos, hasta el de la mañana que escuché “no te digo que te vayas, te pido que te vayas”.

Los de La Fuerza el día que me despidieron mis amigas lujaneras. Los de la pastilla que me recetó Fabi para poder volar.

Los de Patricia que me subió al avión.

Los de los pájaros pegados en los vidrios de Neuchatel, que no eran ruiseñores, aunque parecían.

Los del dormitorio de mi preciosa sobrina sevillana.

Los de las ventanas de la casa de Abelino en San Cristóbal, cuando cambiaron las tablas por vidrios

Los de Luján.

Los de Coni, siempre.

Los que pensamos con Xime para las carpetas del congreso de La Filomena mientras recorríamos lugares para llevar a comer a las personas y lo diseñábamos en nuestras computadoras invisibles tomando mucho vermut otra vez en La Fuerza.

Los del dibujo de mi tweet que todavía no decidí si hacer sticker o tatuármelo en alguna parte del cuerpo.

Los de la copa Gesell que eran más tatuajes que stickers.

Como el que una piba tenía tatuado en la pantorrilla: una pelota y arriba la leyenda Mis piernas van a dejar de jugar el día que mi corazón deje de latir que yo decidí tatuarme esas noches en las que nos reíamos en el balcón hecho de troncos cuando salíamos a ver la luna y a sentarnos en las barandas que casi se caían pero cambiado por Mis manos van a dejar de atajar el día que mi corazón deje de latir.

El que imaginamos mientras caminábamos en caravana por el Parque de la Memoria, tal vez un poco asustados con el río que se abría gigante detrás del muro y del cielo casi blanco de tan gris la tarde que con Xime se nos había ocurrido que esa era la mejor excursión para hacer en medio de la poesía de Lope.


Los del negocio al que llevé a Sonsi y a Maite a agujerearse la nariz y terminé yo con aritos en las orejas.

La Plata, las tres veces que fui.

El del recuerdo de la fiesta de egresados de Consu, después de que entró al Pelle, de que salió campeona con su equipo y de que tuvo que despedirse de su amiga crack.

El de Ruli actuando, cantando Cactus y tocando el ukelele.

El que hizo Sue que pegamos en las bicis que van a usar los chicos de la casa de Salvador que tienen la misma edad que tendría ahora Felipe; ese mismo día en el que terminamos con Luis al amanecer en un recital de Eté al que llegamos tardísimo después de subir una escalera vieja y pensamos que ya se había acabado porque en Montevideo siempre empiezan super puntuales, pero en realidad todavía no habían arrancado, ahí también había stickers y cerveza caliente.

El de Vero que ya no sé que deberia decir, lo mismo que todos los años anteriores pero siempre un poco más.

Ahora pienso en los stickers que me gustarían para 2020

los scouts en Bariloche,
el cumple de amigues en Roma,
la playa de piedras que queman en Quequén,
mis guantes atajando las pelotas más difíciles.
Madrid con Luis o Montevideo rock con Luis o el barrio Eva Perón con Luis o no importa dónde.
Todas las cervezas con todes les amigues.

Y además de stickers también algunos deseos:

Que Valen nos siga enseñando a vivir.
que Pili no se nuble,
que Maite sea la misma Maite de siempre, la que me rescata,
que Sonsi nos haga reir,
que Consu esquive defensoras gigantes y se la coloque a las arqueras en los ángulos.
que Ruli cante con su voz amorosa canciones esdrújulas,
que Octi dibuje infinitos estadios,
que Estani tenga un cello,
que Toto se porte mejor pero que me siga abrazando como me abraza ahora cuando hace kilombo.
que Loli encuentre un unicornio
Que las morsas morseadoras sigan morseando.
Que mis viejos me sigan aconsejando aunque a veces no les haga caso.
Que la derecha pierda fuerza y lo festejemos en La Fuerza.
Que nadie ni nada nos duela más que agujerearnos las orejas.


viernes, 18 de octubre de 2019

Filomena



Cada octubre se muere mi abuela,
se muere Corina,
se muere Néstor en la tele.

Cada octubre se cae la última mandarina del árbol
mientras van saliendo los azahares
para el próximo otoño.

Cada octubre como alcauciles y en algún lado
siempre se me mezcla su olor con el de la pintura fresca:
la del sanatorio donde se murió mi abuela,
la de los pintores en casa en 1987,
la del instituto esta semana.

Cada octubre nacen mis gemelos y llueve afuera
mientras espero
poder levantarme de la cama
para ir a verlos a neo donde están conectados a
aparatos
pero para vivir,
no como Felipe
que también estaba internado entre cables cuando
lo íbamos a ver después de lavarnos las manos
con desinfectante,
igual que antes de alzar a Octi y a Estani
pero no.

Este octubre como alcauciles,
explico en clase cómo el primer verso de Filomena
“Dulcísima de amor, ave engañada”
se parece tanto a cualquier verso de Góngora;
gano un concurso de relatos en twitter que organizan las Abuelas
y me acuerdo de la primera
vez que gané un concurso de poesía; era en el Cole,
también en octubre,
y me enteré que había ganado el mismo día que se moría Corina.

Este octubre no se muere nadie,
solo espero
que se revienten mis ampollas,
que llegue el día de la madre,
que los chicos cumplan nueve años,
que Sonsi y Maitu se hagan aritos en la nariz,
que cambie el gobierno,
y que se lleven un árbol tirado en la vereda al que la lluvia desgarró una de estas noches.

Mientras, se acaban los alcauciles y
Filomena,
el cuerpo en soledades consumido,
se transforma en ruiseñor.




viernes, 13 de septiembre de 2019

Diez



¿Sabés?
Subí a un avión. Me animé.
Fui a Sevilla, estuve con Mauri.
La pileta de su casa es de venecita brillante, parece mica.
Te pondría tan contento verlos aunque el sol da muy fuerte sobre los techos de las casas, sobre todo a las seis de la tarde.
Pienso que cuando la pileta se llene la venecita no va a brillar tanto, solamente va a reflejar el agua.
Nos acordamos de cuando éramos chicos y recorrimos en auto un montón de países de Europa por primera vez. 
Entre los dos nos completamos recuerdos.

Después alquilé un auto y fui a San Cristóbal.
En la entrada del pueblo había plantados unos manzanos que daban unas manzanas diminutas.
Siempre estuve en abril, nunca para el fin del verano.
Me pareció que el campo estaba mucho más verde.
Después todo igual, las paredes de piedra, el olor de las vacas, las calles angostas y la mayoría de las puertas cerradas.
Dí una vuelta, otra y otra hasta que encontré la casa.
Me imaginé una mujer pariendo entre mantas en el frío de diciembre.
El parto y el frío duelen como vidrios, pero a la casa le habían cambiado las ventanas y tenía unas persianas de madera.
Creo que antes ni siquiera tenían vidrios, eran de mica que brilla pero no deja pasar la luz.
A la madrugada volví a la ruta intentando no dormirme; cuando amaneció ya había llegado a destino.

En estos diez años pasaron demasiadas cosas
Nacieron niñas y niños.
Me tatué el brazo.
Me compré guantes fluo para atajar: unos naranjas que ya se me gastaron.
Atajo.
Algunos sábados pienso que venís a verme, son los días que me hacen menos goles.
Desde San Cristóbal se divisaba abajo, en un valle, una cancha de fútbol.
¿Sabés pa?
Algún día vamos a jugar ese partido, estoy segura.