Dos fines de semana antes
de las vacaciones de invierno fuimos con las cuatro nenas del medio
al cine. Acababa de jugar Argentina y en la tarde del sábado solo
volaban las hojas entre algún bocinazo de festejo; las calles, el
cine, las escaleras mecánicas, vacías.
Fuimos a ver una película
extraña, me había pedido Consu, una mezcla de Harry Potter, mini
espías y no sé qué otra cosa. Nos gustó bastante, pudieron
compartir pochoclos y reconocer dos lugares: la facultad de derecho,
donde hace justo un año Xime protagonizaba una escena de la Familia
Ingalls en medio del congreso de la AIH y el parque de la costa que
me sigue partiendo el alma.
Parte de la acción
transcurría en una ciudad fantasma y oscura, se llamaba Zilv o Zilf
o algo así, había casas diminutas cerradas, castillos abandonados y
un cerebro mágico gigante en una especie de palacio árabe. Cuando
salimos del cine les prometí, ahora en las vacaciones de invierno
con papi los vamos a llevar a todos a Zilv.
A los dos días cuando
busco a los chicos en el jardín Marisol, la maestra de Ro me
pregunta ¿dónde es que van a ir de vacaciones de invierno? A ningún
lado le contesto, hace rato ya que apenas podemos movilizarnos en
febrero para ir a Quequén, ah porque Ro me dice un lugar que no le
entiendo y de atrás Ro grita a Zilv, mami, a Zilv.
Me río, estamos criando
niños chiflados le explico a Marisol.
La primera semana se
desenvolvió bastante tranquila, teatro gratis dos veces, títeres
para los más pequeños, la historia de los piratas, en la que se
coló Valen que ya la había visto cuando era chiquita, idas y
venidas a casas de amigos y amigas. Hasta el jueves, día en que
habíamos planeado emprender el paseo a Zilv o Zilf, o no sé cómo
se llama, que por supuesto no es otra cosa que la ciudad de los
niños.
Y allí fuimos. Hacía
tiempo que no teníamos asistencia completa, Valen que estaba
aburrida, Pili que la primera semana se la tomó de vacaciones, los
doce disponibles para salir a pasear. Los dos autos, casi cuarenta
sandwichs, dos botellas grandes de coca, dos leches larga vida,
galletitas, pañales, un tarrito de nesquick para la tarde, la lona.
De Maite para abajo no
tenían mucha idea de dónde estaban, no entendían qué era, hordas
de gente, todo embarrado, un parque de diversiones no del todo seguro
y extrañísimas construciones a los costados.
Todos felices, corrían
de acá para allá, arrastrando el cochecito de los mellizos
recorrimos ese lugar sin lógica, unos castillos en miniatura, una
plaza diminuta, un museo de muñecas un tanto espantoso que olía a
naftalina, hay olor a la casa de la abuela dijo Sonsi. Cuando estamos
saliendo del museo, que inmediatamente reconocieron como la casa del
cerebro mágico veo a Consu en el libro de visitas con una cursiva
medio temblorosa poniendo me gustaron mucho las marionetas, consu.
Después, en el supuesto
parque de diversiones, fueron a unas hamacas voladoras que no se
podían levantar demasiado del piso, a una calesita de camiones que
no les andaba la bocina, a un tren fantasma que duraba medio segundo
y del que salieron como si vinieran de The Haunted Mansion.
Y mientras,no
casualmente, el padre les relataba a las más grandes el mito urbano de
que Walt Disney se inspiró en este ámbito para crear Disney.
Iban los seis del medio
hablando entre ellos, parecían salidos de Cuenta conmigo. Hoy espero
no tener pesadillas decía Ro, nosotras gritamos decían las
hermanas, Octi y Estani seguían contándoles sobre las bocinas que
no andaban.
Pensé, haciéndome eco
de las reflexiones de Soledad, con que poco se conforman estos niños.
Insisto con mi idea, criaturas estalinistas, o tal vez peronistas no
por convicción sino a la fuerza.
Llegamos a casa de noche
después de cruzar la ciudad llena de gente por todos lados.
Las luces de la nafta
titilando en los dos autos, los chicos dormidos.
Las vacaciones siguen
aunque de a poco se van acabando: club, museos, equivocaciones de
horarios, teatros gratis, una metavacacional versión de El Mago de
Oz.
Sonsi que espera su
cumple con un broncoespasmo brutal que no la deja respirar
Los pocos momentos
tranquilos los paso entre Garcilaso y Herrera, encontré las llaves
del auto, las sacó Consu de su mochila del cole donde seguramente las había puesto su hermanita Loli.
Así, estuvo llevando y
trayendo las llaves a la escuela durante casi quince días todas las
tardes.
Al día siguiente de la
excursión, cargando nafta bajó una pareja de chicos de una moto,
super prolijos, preciosos, la moto impecable, azul, brillante. Los ví
tan enamorados entre ellos y de su moto que me acordé que sigo
queriendo el Nissan march, azul eléctrico, cromado, con llantas y
cámara de marcha atrás, para pasear con Luis, para ir a Zilv, a
Zilf o como se llame.
Pronto los lunes, el
abismo. Pero, por suerte, ya casi termino de aprender la segunda
copla de las sevillanas.
Y descubrí esta joya.