viernes, 22 de agosto de 2014

Catorce


Imaginate que hace exactamente catorce años tenés un embarazo de ocho meses y días y salís a la calle a la noche y te das cuenta de que se te rompió la bolsa.
Imaginate que es tu tercer embarazo y que nunca antes en los otros dos te pasó eso, pero tenés ya tres cursos preparto y sabés que si el líquido que te sale tiene olor a lavandina, y sale un montón y no lo podés parar es la bolsa rota.
Entonces te ponés una toalla, dejás en algún lado a tus dos hijas más grandes, te subís al auto y te vas a internar.
Y sabés que siendo el tercer parto va a nacer rápido, capaz que ni te tienen que poner goteo ni nada.
Ni pasás por preparto, te cambiás, te meten rápido en la sala de partos, son las diez menos veinte de la noche. Te dejan sola, no hay enfermeras, van a hacer tiempo para que te toquen las que entran a las diez, no las que se están yendo.
Nunca te dolieron demasiado las contracciones, pero esas en esa sala de parto, en la que te dejaron sola te duelen mucho, te hacen temblar todo el cuerpo, desde abajo hacia arriba y te dan frío, mucho frío.
Por fin, llega el médico, te revisa, escuchás que alguien dice esperemos al anestesista y que el médico dice ningun anestesista el chico está acá y otra vez ese temblor frío, el dolor, el llanto, el cordón que se corta, el bebé contra tu cuerpo.
Y te das cuenta de que pariste asi, de golpe, pariste sin el líquido helado de la peridural corriendo entre tus vértebras.
Y te hicieron un tajo y te lo cosieron y todo sin anestesia.
Casi que te convencés de que ese es el dolor máximo que vas a sentir por un hijo.
En la pared, el reloj, esos relojes metálicos de las salas de parto.
Todavía no son las diez, si esperaban a la próxima guardia de enfermeras no llegabas.
No quiero que este sea mi último hijo pensás.
Hace catorce años tenían las cosas bastante controladas.

Después, ibas a aprender que todo es tan rápido.
Que el tiempo, en realidad, se mide con cuchillos.
Que hay algo invisible que nos vuelve los hijos estrellas fulminantes, lavandina, vidrio o furia, que duele, que lastima, que nos hace blanca la sangre, morada la paz, rojas las cicatrices.

Y pasados catorce años mirás otra vez a tu alrededor: podés sentir las músicas de hojas, las piedras de espuma y las almas mariposa en tantos ojos desatadas.
Pero, te acordás de la frase de la presentación de La hora violeta en la Feria del libro, la de que todos los hijos que se nos mueren son hijos únicos y por una milésima de segundo te querés volver a sentir tan sola como en esa sala de parto hace catorce años, encerrada en nadie y en nada.
Poder escribir por un instante brevísimo, que todo es una mierda.

Para después, como siempre, armada, acorazada, almenada, gigante de cristal, volver al mundo.




miércoles, 20 de agosto de 2014

Las camas


Fin de semana de sol, de club, de cortar ramas, de limpiar la pileta, de lindos encuentros, los primos, camila, ceci, julio, la máquina de hacer pochoclos.
Y el pobre Fernando de Herrera, abandonado, arrumbado, sin remordimientos, antes estaba más convencida de que era buen poeta, ahora no tanto, me aburre un poco.
Mucha teoría, limpieza del lenguaje, claridad, retórica, un poco no, me aburre bastante.

El jueves pasado, antes de la clase, fui a cambiarle unas calzas a Ro, que le había regalado su padrino, le quedaban chicas y logré convencerla durante tres días para que no se las pusiera pero más tiempo ya no pude.
Lidia me dijo que quedaba cerca de Puan, así que aproveché el viaje, pasé dónde se las habían comprado y se las cambié por un talle más grande. Para llegar tuve que hacer otro recorrido y fui por una calle llena de fábricas de muebles, para livings, para jóvenes, para niños, para bebés.
Me quedé mirando los negocios hasta que la bocina de un auto que estaba atrás me hizo dar cuenta de que el semáforo se había puesto verde.

La capacidad hotelera de la casa ya está saturada, Loli y Tótal cada vez duermen peor y sus padres cada vez duermen menos. Así que el sábado a la mañana nos levantamos relativamente temprano y nos fuimos con Luis a la calle de las cunas.
Primer negocio que entramos, camas buenísimas, más que camas eran dormitorios portátiles, traían todo incorporado.
Aprendí que no existe más el concepto cama marinera o cucheta, son superpuestas, rinconera, desplazada. Necesitamos dos módulos de tres camas le decimos al vendedor, nos muestra el dibujo de una para mandar a hacer especialmente con cajonera, ropero, escalera y no sé qué más. Melamina.
Nos dice el precio, hago un cálculo mental. Las dos camas o las seis mejor dicho salen casi lo mismo que la diferencia que tendría que poner si vendo mi auto para mi Nissan march azul eléctrico.
Agradecemos, salimos rumbo a otro negocio.

Entramos en uno más sencillo, había que subir tres escalones y ni bien entrábamos bajarlos, es decir quedaba como una tarima en la entrada, nos atiende un señor grande, nos empieza a mostrar las camas, más convencionales, menos modernas.
Yo tenía a upa a Tótal y Luis a Loli, en la tarima había quedado parada una señora mayor, la esposa del hombre. 
Nos mira a los cuatro un par de veces y me dice: “Se le juntaron bastante”, “No, son mellizos”, claro Tótal es cinco veces más grande que la hermana. “Ah qué trabajo que deben dar, pero no los mande a guarderías, tienen a los chicos sin cambiar toda la tarde, todos pillados” “No, los mando al jardín desde la sala de dos, antes no van a ningún lado”, me gusta conversar con la señora, parece amable, se me hace más simpática aún cuando me dice “ Y no los mande a colegio particular, a mi nieto lo hacían rezar” “ Van a una escuela pública” contesto, seguimos hablando, me pregunta ¿y necesitan una cama para ellos?
No, para los hermanos, le contesté, breve y oscura, como diría Herrera, para no avanzar mucho por ese lado.

Pero la mujer claramente quería seguir hablando,y llegó la pregunta temida. Diez le contesté. Siguió por caminos impensados. Casi retándome, parada en la tarima, se lanzó con el “espero que se haya ligado las trompas” “bueno, no” le dije dándome vuelta para ir a interiorizarme del tema camas que éstas sí se notaban de madera maciza. Y “entonces cómo se cuida” siguió la conversación, “no, bueno”, musité “no tome pastillas, no tome pastillas que hacen mal”, “no, no” ahí ya perdí toda claridad y retórica herreriana y no sabía que vocablo elegir, “que se cuide él, que se cuide él, que mi abuela tuvo un hijo a los cuarenta y ocho años y en esas épocas que no había nada, ni ecografías, ni nada, vino de Italia muy joven,hace más de cien años, que se cuide él”. “ No sí, ya sé”, mucho más para decir no tenía.
Volvió Luis, el hombre ya le había explicado todo. Madera maciza y precios mucho mejores.
No me comentó si ellos también habían conversado sobre métodos anticonceptivos
Le doy un beso a la señora a quien dejo hablando sola.

Tercer negocio. Entramos, buscamos camas para tres chicos. Otra mujer, dieron con el lugar perfecto, soy experta en camas para tres.
Llegamos al punto de la conversación donde relatamos que somos doce.
Nos cuenta la historia de una familia que conocía, parecían los Ingalls,eran un montón, pero no eran de la colectividad, ah nosotros tampoco le decimos, ni muy católicos, nosotros tampoco le decimos, No -sigue nuestra nueva interlocutora con su razonamiento- estos Ingalls no eran ni de la colectividad, ni ortodoxos ni católicos, eran de otra religión, de una que no se cuidan.
Pienso que no conozco esa religión, que podría ser la nuestra pero no se lo digo a ver si ésta también me reta.
Igual las camas eran las mejores, madera maciza y buenos precios.

Puedo sacar una diferencia para mi auto azul eléctrico. 

miércoles, 13 de agosto de 2014

El globo rojo






Este post era para subir el domingo. Día del niño.
Pero, estoy acorralada por Garcilaso, sus Églogas y la canción V, ahí, amarrada a la concha de Venus y a la interesante problemática de la oda en el siglo XVI, si es horaciana, pindárica o anacreóntica.
En el camino quedaron mis clases de sevillanas y de castañuelas.

El sábado festejamos los cumpleaños de Sonsi y de Ro. Desde el año pasado que adoptamos la modalidad del festejo conjunto. Sobre todo porque cumplen con quince días de diferencia, porque el de Ro toca siempre para festejar el sábado del fin de semana largo de agosto y porque como vienen muchos grupos de hermanos, muchos amigos de hermanas y muchos amigos de siempre, las tres cuartas partes de los invitados son los mismos y es un abuso convocar a la misma gente dos veces en un mes para festejos similares.
Así, el sábado la casa se abrió para recibir alrededor de cuarenta y cinco chicos de entre uno y trece años, que se pasaron cuatro horas en un inflable puesto en el jardín, una especie de sala de juegos en el garage y una paciente maquilladora que les hizo mariposas, hombres arañas y caballitos de mar a todos los que quisieran.
Xime y Vero, como madrinas de la fiesta, prometieron pintarse pero después se olvidaron.
En la reja, como siempre, los globos y en la puerta dos carteles de años anteriores a los que convenientemente les cambiamos los años y los nombres para actualizarlos.
En determinados momentos todo devenía un caos, por ejemplo cuando sonó el timbre, Rosario abrió la puerta y entra un hombre con una pila de cajas de pizza que nadie había pedido y que, frente a la afirmación de que estaba equivocado, me respondió muy seguro: “No, mirá que puede ser para el próximo evento”. Así, entre los gritos de los niños, tuve que convencer al hombre de que nuestra casa no era un salón de fiestas, que no había evento próximo y de que el confundido era él y no yo, pese a lo que todo lo exterior parecía indicar.

O por ejemplo cuando veo a dos niños desconocidos deambulando por la casa con un regalo en la mano sin saber a quién dárselo, le pregunto al mayor si ese regalo era para Sonsi y me contesta qué Sonsi, le digo entonces es para Rosario, ah no sé, faltaba que me dijera yo vine para el próximo evento. Bajaron de un taxi me explica Xime y entraron, insisto ¿a qué colegio van? Al normal 10, me tranquilizo, había prácticamente un niño de cada sala y de cada grado, a alguien iban a conocer.

El domingo. Día del niño.
Luis y yo agotados, el día horrible, no fuimos al club al festejo del día del niño y nos quedamos en casa en la que además de las diez nuestras quedaban los ecos de las casi cincuenta criaturas que la tarde anterior habían estado por todos lados corriendo y gritando.
Compramos seis regalos casi de compromiso, luego de recorrer por lo menos tres jugueterías inundadas por tíos, abuelas o padrinos que compraban sus primeros regalos del día del niño para los que requerían asesoramiento super exclusivo de los vendedores.
En eso nosotros también tenemos la ventaja de que todos, absolutamente todos los juguetes existentes en las góndolas pasaron en estos veinte años por los canastos del play room. Y ya sabemos qué se rompe rápido y qué no.
De todas formas en algún momento me voy a decidir a hacer algo que quiero hacer hace bastante, comprar un solo regalo para todos: un juego de crocket.
Igual tendrá que ser un poco más adelante, cuando ya todos crezcan lo suficiente para entender que los palos sirven para el juego y no para dárselos por la cabeza a los hermanos.
Quedaron fuera del reparto los dos chiquitos que no entienden nada y las dos grandes que se gestionan sus propios obsequios. En realidad Tótal no, se dio cuenta de que a los hermanos les tocaban unos autitos nuevos así que le envolvimos un autito viejo de Octi y lo desenvolvió lo más contento. Loli nunca se enteró.
En los cumpleaños de antes, de hace treinta o cuarenta años, pasaban películas en súper 8, los tres chiflados, travesuras de una bruja, el globo rojo.
A El globo rojo además la ví en el cine. Película triste, tristísima.
Hace un tiempo la recuperé para Maite una mañana helada de sábado mientras esperábamos que Valen trajera sus notas de los segundos parciales del curso de ingreso a primer año.
Me siguió pareciendo triste, tristísima.
Hace mucho menos tiempo la recuperé para Rosario, Octi y Estani, les encantó, se terminaba y me pedían que se las pusiera otra vez.
Fue ahí que me avivé que el protagonista es el hijo del director.
Me la imaginé mucho más simple de lo que la había pensado, seguro el chico volvió de un cumpleaños, seguro que se le pinchó un globo, seguro que lloró tanto por el globo que el padre, en lugar de prometerle que le compraba otro filmó la película.
Un lindo regalo para el chiquitín, mejor que un globo nuevo, mejor que los de los días del niño.
La infancia, locus amoenus.
Y entonces la película ya no me parece tan triste.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Vero


Pienso y no puedo acordarme del cumple de Vero de hace treinta años, el del ´84.
Me acuerdo el de primer año, que fue un poquito antes de la vacaciones de invierno, que yo tenía unos zapatos espantosos de los que Mariu se pasó toda la noche riéndose, del del ´85 que fue una fiesta de disfraces que me puse el traje de zamorana, el ´86 de la fondue de queso y damajuanas de vino disponibles para treinta criaturas de dieciseis años con todo lo que eso implicó, fisuras como dirían mis hijas mayores, el del '87, que nos agarró en Bariloche festejando con kilos de chocolate en la habitación de ese hotel deprimente.
Pero no me puedo acordar del de segundo, el del '84.
Y calculo que si yo no me acuerdo, Vero menos, porque con Ceci somos nosotras la memoria del trío.
Es que son muchos cumpleaños juntas desde, vuelvo una vez más, esa historia fundacional y emblemática de nuestra amistad, la del nido de hornero en Laguna Seca, que obviamente todavía está ahí, en el techo resistiendo vientos y calores.
Treinta años y un poco más, si me salen las cuentas.
Cole, recitales, fiestas, películas, marchas, la heladera de Hermócrates llena de sidra o las noches delirantes durante años en la casa de su abuela armando la huella y el río hasta las siete de la mañana, único disparatado plan del trío que llegó a destino.
Más acá, la noche esa que hicimos muertas de risa perder a todos en los suburbios de Paris, el cumple de Pili de un año, que estuvimos toda la tarde cocinando, la genial historia de su vecina armenia de San Francisco que tenía un armiño como mascota y muchísimo más acá las idas juntas al conicet, las marchas reloaded o los brunchs en Malvón con Ceci sin la que no funcionamos completas.
Y las cosas que nos quedan por hacer, el viaje a Machu Pichu, el secreto del mueble de su cocina que ya se debe haber secado, seguir viendo crecer en conjunto a nuestras criaturas, compartiendo la risa que nos vuelve treinta años atrás y nos devuelve la transparencia.

Ayer, cuando Luis me llamó por teléfono para contarme que había aparecido el nieto de Estela y después de ir a avisarle a Lucas que un poco se le llenaron los ojos de lágrimas pero que otro poco, frente a mi llanto, debe haber pensado esta loca además de no gustarle Messi llora por cualquier cosa, pensé en Vero y medio grasa en qué lindo regalo de cumpleaños que era esta noticia para ella.

Hoy estoy hasta las manos preparando unas clases de Garcilaso y teniendo que entregar un informe cuya (o cuyo no sé cuál es el género que corresponde acá) dead line fue antes de ayer.
Pero a la noche vamos a brindar hasta morir por los cumpleaños que nos acordamos y por los que no nos acordamos, por la amistad que siempre hace más fácil lo difícil, por la solidaridad adolescente y por la vida.



lunes, 4 de agosto de 2014

Vacaciones. Final


Y se acabaron las vacaciones de invierno.
Ayer razonábamos con Luis y con Camila que ese atardecer de domingo es tal vez el peor momento del año. El domingo previo al comienzo de clases, en marzo, trae consigo la novedad, los niños en nuevos grados, nuevos maestros, nuevos compañeros, nuevos horarios.
La segunda mitad del año, por el contrario, no trae novedades, tiene cargado el cansancio de la primera, el gusto de escasos quince días de vagancia y la percepción ya comprobada empíricamente en otros años que en estos meses que quedan todo cuesta más.
Anoche, alguien debe haber pensado lo mismo que nosotros y se decidió a actuar, se adelantó a uno de mis deseos primarios que nunca fui capaz de llevar adelante, le prendió fuego al container de basura de la calle; ardía con un olor a plástico quemado, se vislumbraba una llama naranja debajo de la tapa gris hasta que algún vecino solidario consideró que debía apagarlo con una manguera antes de que explotaran los autos que estaban estacionados por ahí.

Así, se acaban las vacaciones.
Muchas funciones de teatro gratis en lugares diversos, salidas al aire libre, idas y venidas a casas de amigos, de amigos a casas, visitas y encuentros con madrinas y padrinos, comidas, picnics, paseos, veredas de bicis, de patonas, de skates y para completar todas las temporadas de la pantera rosa que les bajó Luis para los momentos en los que quedábamos sin salir a pasear.
Y a la noche unas películas malísimas de tornados, de tiburones de dos cabezas, de cocodrilos asesinos.
Loli que aprovechó a sus hermanas y hermanos que estuvieron todos los días en casa y que sumó bastante vocabulario inteligible a su inteligible lenguaje.
Tótal que sigue siendo un bebé.
Muchas noches poner la mesa en la que había que hacer entrar y alimentar a más de quince personas.
La noche del cumple de Sonsi llegar a un restaurant medio lleno y ocupar nosotros solos casi toda la planta alta bajo la mirada compasiva de los otros comensales que no entendían si éramos una familia o un nuevo plan del gobierno.
Se acabaron las vacaciones. Y también se acabó el jamón.
Y llegan el mejor Garcilaso, Herrera y otra vez Góngora, el que en campos de zafiro pace estrellas.

Pero, si fuera posible: dejar todo compromiso laboral, académico, administrativo, solo escribir este blog, encerrarme con Luis y con mis hijos, preparar tranquila la fiesta de cumple de Sonsi y de Ro, no tener que faltar todo agosto a mis clases de flamenco, poder comprarme mi auto azul eléctrico, disfrutar todos los fines de semana de mis amigos, retomar tranquila Homeland en septiembre con Carrie pero también con Brody, traerme el pendrive lleno de películas que me graba Patricio, seguir viendo las películas malísimas de los tiburones en la nieve y durmiéndonos a cualquier hora enredados en las plumas que larga el acolchado, llenar la mesa de adolescentes divertidas los viernes a la noche, pasar todos los días un rato por el Zamorano, diseñar unas camas ultramodernas para que duerman cinco en un cuarto, ganarme otro jamón, encontrar el capitulo ese de la pantera rosa del arca de Noé, el único en el que la pantera hablaba que todavía no pudimos ver, el que daban siempre cuando yo era chica a la hora que mi papá volvía del consultorio.

En fin, floridos y sombríos, vivir de vacaciones de invierno.