Pienso y no puedo acordarme del cumple
de Vero de hace treinta años, el del ´84.
Me acuerdo el de primer
año, que fue un poquito antes de la vacaciones de invierno, que yo
tenía unos zapatos espantosos de los que Mariu se pasó toda la
noche riéndose, del del ´85 que fue una fiesta de disfraces que me
puse el traje de zamorana, el ´86 de la fondue de queso y
damajuanas de vino disponibles para treinta criaturas de dieciseis
años con todo lo que eso implicó, fisuras como dirían mis hijas
mayores, el del '87, que nos agarró en Bariloche festejando con
kilos de chocolate en la habitación de ese hotel deprimente.
Pero no me puedo acordar
del de segundo, el del '84.
Y calculo que si yo no me
acuerdo, Vero menos, porque con Ceci somos nosotras la memoria del
trío.
Es que son muchos
cumpleaños juntas desde, vuelvo una vez más, esa historia
fundacional y emblemática de nuestra amistad, la del nido de hornero
en Laguna Seca, que obviamente todavía está ahí, en el techo
resistiendo vientos y calores.
Treinta años y un poco
más, si me salen las cuentas.
Cole, recitales, fiestas,
películas, marchas, la heladera de Hermócrates llena de sidra o las
noches delirantes durante años en la casa de su abuela armando la
huella y el río hasta las siete de la mañana, único disparatado
plan del trío que llegó a destino.
Más acá, la noche esa
que hicimos muertas de risa perder a todos en los suburbios de Paris,
el cumple de Pili de un año, que estuvimos toda la tarde cocinando,
la genial historia de su vecina armenia de San Francisco que tenía
un armiño como mascota y muchísimo más acá las idas juntas al
conicet, las marchas reloaded o los brunchs en Malvón con Ceci sin
la que no funcionamos completas.
Y las cosas que nos
quedan por hacer, el viaje a Machu Pichu, el secreto del mueble de su
cocina que ya se debe haber secado, seguir viendo crecer en conjunto
a nuestras criaturas, compartiendo la risa que nos vuelve treinta
años atrás y nos devuelve la transparencia.
Ayer, cuando Luis me
llamó por teléfono para contarme que había aparecido el nieto de
Estela y después de ir a avisarle a Lucas que un poco se le llenaron
los ojos de lágrimas pero que otro poco, frente a mi llanto, debe
haber pensado esta loca además de no gustarle Messi llora por
cualquier cosa, pensé en Vero y medio grasa en qué lindo regalo de
cumpleaños que era esta noticia para ella.
Hoy estoy hasta las manos
preparando unas clases de Garcilaso y teniendo que entregar un
informe cuya (o cuyo no sé cuál es el género que corresponde acá)
dead line fue antes de ayer.
Pero a la noche vamos a
brindar hasta morir por los cumpleaños que nos acordamos y por los
que no nos acordamos, por la amistad que siempre hace más fácil lo
difícil, por la solidaridad adolescente y por la vida.
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