miércoles, 6 de agosto de 2014

Vero


Pienso y no puedo acordarme del cumple de Vero de hace treinta años, el del ´84.
Me acuerdo el de primer año, que fue un poquito antes de la vacaciones de invierno, que yo tenía unos zapatos espantosos de los que Mariu se pasó toda la noche riéndose, del del ´85 que fue una fiesta de disfraces que me puse el traje de zamorana, el ´86 de la fondue de queso y damajuanas de vino disponibles para treinta criaturas de dieciseis años con todo lo que eso implicó, fisuras como dirían mis hijas mayores, el del '87, que nos agarró en Bariloche festejando con kilos de chocolate en la habitación de ese hotel deprimente.
Pero no me puedo acordar del de segundo, el del '84.
Y calculo que si yo no me acuerdo, Vero menos, porque con Ceci somos nosotras la memoria del trío.
Es que son muchos cumpleaños juntas desde, vuelvo una vez más, esa historia fundacional y emblemática de nuestra amistad, la del nido de hornero en Laguna Seca, que obviamente todavía está ahí, en el techo resistiendo vientos y calores.
Treinta años y un poco más, si me salen las cuentas.
Cole, recitales, fiestas, películas, marchas, la heladera de Hermócrates llena de sidra o las noches delirantes durante años en la casa de su abuela armando la huella y el río hasta las siete de la mañana, único disparatado plan del trío que llegó a destino.
Más acá, la noche esa que hicimos muertas de risa perder a todos en los suburbios de Paris, el cumple de Pili de un año, que estuvimos toda la tarde cocinando, la genial historia de su vecina armenia de San Francisco que tenía un armiño como mascota y muchísimo más acá las idas juntas al conicet, las marchas reloaded o los brunchs en Malvón con Ceci sin la que no funcionamos completas.
Y las cosas que nos quedan por hacer, el viaje a Machu Pichu, el secreto del mueble de su cocina que ya se debe haber secado, seguir viendo crecer en conjunto a nuestras criaturas, compartiendo la risa que nos vuelve treinta años atrás y nos devuelve la transparencia.

Ayer, cuando Luis me llamó por teléfono para contarme que había aparecido el nieto de Estela y después de ir a avisarle a Lucas que un poco se le llenaron los ojos de lágrimas pero que otro poco, frente a mi llanto, debe haber pensado esta loca además de no gustarle Messi llora por cualquier cosa, pensé en Vero y medio grasa en qué lindo regalo de cumpleaños que era esta noticia para ella.

Hoy estoy hasta las manos preparando unas clases de Garcilaso y teniendo que entregar un informe cuya (o cuyo no sé cuál es el género que corresponde acá) dead line fue antes de ayer.
Pero a la noche vamos a brindar hasta morir por los cumpleaños que nos acordamos y por los que no nos acordamos, por la amistad que siempre hace más fácil lo difícil, por la solidaridad adolescente y por la vida.



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