domingo, 12 de octubre de 2014

Comando

Hoy nos fuimos al cumple de Eze, en San Justo. A principios de semana me escribe Sole a ver si podíamos llevar a Viole, le dijimos que sí, obvio.
Santino también tenía que ir y no lo podían llevar, la mamá de Brenda había averiguado que en colectivo eran tres horas y por supuesto no podía faltar Sol en ese grupo.
Así, hoy salimos en la camioneta de Luis con once criaturas.
Los primeros pasos del comando La Matanza.

Yo debería haberme quedado a corregir parciales, los que no pude corregir en esta semana super complicada que empecé peleando y terminé peleando sin mucho horizonte.
Que tuvo en el medio dos episodios bizarros en el mismo día, uno que me encontró en la bóveda de un banco, haciendo una cola entre un ex convicto y un muchachito militante, que terminaron a los abrazos luego de reflexionar ambos sobre los peligros de entrar y salir de un banco en estas épocas. Otro en el cual una asistente social nos preguntaba sobre cuáles eran nuestras necesidades básicas insatisfechas y yo que me representaba mentalmente las paredes escritas de casa, o los niños sin las camas que nunca nos llegó el momento siquiera de encargar, debía contestar que la vivienda no era de chapa, no tenía piso de tierra y tenía cloacas y gas, por lo tanto que no teníamos necesidades básicas insatisfechas.

Y tuvo también un día fantástico en La Plata. Con amigos, asado y regreso a la madrugada con Meneca por una autopista viendo a lo lejos unos rayos gigantes.

Pero hoy debería haberme quedado a corregir parciales, si los hubiera encontrado, claro. Los tenía sobre mi escritorio junto con la aerocámara para que Sonsi se haga el puff, unas boletas de patentes de un auto que vendimos hace cuatro años, una remera de Octi que ahora se pone Tótal, la caja de unos servilleteros de plata que nos regalaron cuando nos casamos y que Loli consideró que eran un lindo juguete y una ficha que resume lo peculiar del concepto seicentista para Gracián.
El otro día habíamos hecho orden de placares, sacamos casi seis bolsas de ropa chica, grande, disparatada, que nadie usó ni usará.
Las puse debajo de mi escritorio esperando que alguien tocara el timbre para dárselas.
Cuando me dí cuenta de que nadie pasaba Vale me avisa que la madre de KP lleva la ropa a un lugar cerca de su casa, cargué el auto y le deposité a la pobre mujer las seis bolsas en el living de la casa.
De repente miro y veo que en una estaba el mantel que usamos para los cumpleaños, le pedí perdón, lo saqué y me lo llevé.
Pero ahora me parece que se me deslizaron allí también los parciales, entre la ropa donada. Por eso hoy no me pude quedar a corregirlos. Y los dos días que quedan del fin de semana seguir buscando, o ir el martes a recuperar las donaciones de ropa.

Volvieron los mismos chicos que llevamos, no nos olvidamos a ninguno, porque los contamos, si no casi queda Ruli. Salió todo bien, nos faltó ir a visitar a Néstor, claro que con once chicos se complicaba.
Cuando llegaron y cuando se fueron se abrazaron todos con Eze, que fue su compañero en el jardín y al que ahora solo ven dos o tres veces por año. 
Y siguen todos amigos.
Cuando salíamos los de arriba del auto saludaban a Eze que los despedía de la vereda hacia la tarde.

Después, en casa hablando con Soledad volvimos a coincidir que de contenidos la escuela, nada.
Cualquier chico aprieta un botón y tiene en dos minutos los conocimientos que la escuela tarda siete años en darle.
Ahora, la escuela es sobre todo los amigos que se van hasta San Justo a festejar un cumpleaños.
Temible. 
Comando La Matanza.
Con ellos la pelea no parece difícil. Ni siquiera contra esta gente.


A seguir peleando entonces.

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