El otro día, el lunes, el mar
destilaba aceite antes de la tormenta.
Antes, más temprano, había aparecido
el quinto barco en el horizonte.
El otro día, el lunes, atronaba una
voz desde el abismo, el tercero dio plano y estamos esperando al incucai, como si dijeran el desayuno se sirve de 8 a 11.
Pero el verano nos regaló
el mejor día de todas nuestras vacaciones y vi cómo las piedras que
escolleran la barranca se empezaban a llenar de musgo.
No podía dejar de
escuchar a Luis diciendo por el timbre los papás de Felipe y pensar
no lo decimos más.
El otro día, el lunes,
recordé cómo la arena deja brillantes los anillos, cómo a Pili y a
Sonsi los ojos se les ponen verde transparente de tanta sal.
No podía dejar de volver
a ver la imagen de Ceci bajando de un taxi con un piloto que supuse
comprado en Londres.
El sabor del pan de queso
que me trajo con Vero y lo comimos las tres, despacio, esperando la
nada.
El otro día, el lunes,
rompiendo el aire, mis príncipes de las algas, mis capitanas de la
espuma; las ganas de compartir el viento con tantos, Luis que
encontró las palabras que no me salieron en todo el día.
La certeza de que
seguimos diciendo y siendo los papás de Felipe y de diez más.
El quinto barco que entró
a la noche al puerto sin que lo viéramos.
Y el aceite del mar que
destiló un diamante.
El otro día, el lunes.
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