Entrar a sala de dos y
verificar que la mayoría de los padres tienen como mínimo diez años
menos que uno.
Que hay abuelos viendo a
sus nietos comenzar la escolarización, con edades que podrían ser
las nuestras.
Sentirse un ser
monstruoso porque en franca oposición con el ambiente reinante, el
impulso es dejar a los niños e irse y que la adaptación quede a
cargo de las maestras y por qué no de todos esos grupos familiares
que acompañan alegremente a sus criaturas que bien podrían hacerse
cargo en su alegría de criaturas ajenas.
Sacar la cuenta de que
hace exactamente catorce años que estamos entrando, de manera
ininterrumpida, a alguna de las salas del jardín los primeros días
de clase.
Ya no tener vergüenza de
que Loli, recién ingresada a la escolaridad se rasca la cabeza a
cuatro manos entre juego y juego con niños que seguramente de
recuerdo de su primer día de vida escolar se lleven unos lindos
piojos.
Ni preocuparse porque
Tótal queda en un rincón agarrado a alguna parte del cuerpo de sus
progenitores añosos.
Ni porque no tenemos
nada, ni siquiera un celular oxidado, para registrar algunos de los
gestos, muecas, sentidos de ambos entrando a la escuela.
Tirar del auto a las tres
de la primaria que no empiezan primer grado, casi con una sensación de alivio porque pasarán por
lo menos cuatro horas del día en un lugar que no es el hogar.
Ver después en fb todas
las fotos de todo lo que nos perdimos por acompañar a los últimos
dos que empiezan el jardín.
Mandar a Ro sola con el
padre a empezar primer grado porque no hay nadie en casa para cuidar
a los más chicos a los que el breve instante que estuvieron en el
jardín los excitó en demasía y lo único que quieren hacer es
tirarse vestidos y sin salvavidas a una pileta que para no hacer
mudanza en la costumbre pronto se pondrá verde.
Ahora porque se rompió
el barrefondo.
Tener la certeza de que
siempre hay un super padrino o madrina para acompañar y confirmar
que Roberto se fumó con el padre todo el acto de iniciación de
primer grado de la chica.
Y volver a recibir fotos
y videos. Por suerte.
Por eso es tan difícil
encontrar el último padrino.
Por eso y por la madrina.
La sensación de que
entiendo ya mucho mejor a los adolescentes.
A Pili que brillaba en su
remera y nos hizo acordar de la historia de Medusa y los chicos que
nos querían levantar a Vero y a mí, ahí, en la fuente del congreso, cuando teníamos dieciseis
años, entendieron Merluza y huyeron despavoridos a buscar chicas
menos stalinistas.
A Clari, a la que le
trato de explicar con un abrazo tantas cosas.
A Male, a la que le trato
de explicar latín con el royo.
A Maite, cuando empieza a
crecer, como el mar como la tarde que nos quedamos hablando casi dos
horas en la playa.
Hasta entiendo mucho
mejor a Vale que desde Uruguay me jura que está gastando poca plata
porque para almorzar compran atún y fiambre en el supermercado y me
avisa riéndose que ayer se cruzaron con Tabaré, y me manda, uno
más, un video con el hombre ahí al lado saludándolos.
Y así todo el primer día de clases
termina´con Pili diciéndome, no sé bajo efectos de qué sustancia,
que quiere tener otro hermanito.
Ni lo intenten.
Acá, fin de ciclo, verdadero.
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