martes, 3 de marzo de 2015

Fin de Ciclo


Entrar a sala de dos y verificar que la mayoría de los padres tienen como mínimo diez años menos que uno.
Que hay abuelos viendo a sus nietos comenzar la escolarización, con edades que podrían ser las nuestras.
Sentirse un ser monstruoso porque en franca oposición con el ambiente reinante, el impulso es dejar a los niños e irse y que la adaptación quede a cargo de las maestras y por qué no de todos esos grupos familiares que acompañan alegremente a sus criaturas que bien podrían hacerse cargo en su alegría de criaturas ajenas.

Sacar la cuenta de que hace exactamente catorce años que estamos entrando, de manera ininterrumpida, a alguna de las salas del jardín los primeros días de clase.

Ya no tener vergüenza de que Loli, recién ingresada a la escolaridad se rasca la cabeza a cuatro manos entre juego y juego con niños que seguramente de recuerdo de su primer día de vida escolar se lleven unos lindos piojos.
Ni preocuparse porque Tótal queda en un rincón agarrado a alguna parte del cuerpo de sus progenitores añosos.
Ni porque no tenemos nada, ni siquiera un celular oxidado, para registrar algunos de los gestos, muecas, sentidos de ambos entrando a la escuela.

Tirar del auto a las tres de la primaria que no empiezan primer grado, casi con una sensación de alivio porque pasarán por lo menos cuatro horas del día en un lugar que no es el hogar.
Ver después en fb todas las fotos de todo lo que nos perdimos por acompañar a los últimos dos que empiezan el jardín.

Mandar a Ro sola con el padre a empezar primer grado porque no hay nadie en casa para cuidar a los más chicos a los que el breve instante que estuvieron en el jardín los excitó en demasía y lo único que quieren hacer es tirarse vestidos y sin salvavidas a una pileta que para no hacer mudanza en la costumbre pronto se pondrá verde.
Ahora porque se rompió el barrefondo.

Tener la certeza de que siempre hay un super padrino o madrina para acompañar y confirmar que Roberto se fumó con el padre todo el acto de iniciación de primer grado de la chica.
Y volver a recibir fotos y videos. Por suerte.
Por eso es tan difícil encontrar el último padrino.
Por eso y por la madrina.

La sensación de que entiendo ya mucho mejor a los adolescentes.

A Pili que brillaba en su remera y nos hizo acordar de la historia de Medusa y los chicos que nos querían levantar a Vero y a mí, ahí, en la fuente del congreso, cuando teníamos dieciseis años, entendieron Merluza y huyeron despavoridos a buscar chicas menos stalinistas.
A Clari, a la que le trato de explicar con un abrazo tantas cosas.
A Male, a la que le trato de explicar latín con el royo.
A Maite, cuando empieza a crecer, como el mar como la tarde que nos quedamos hablando casi dos horas en la playa.

Hasta entiendo mucho mejor a Vale que desde Uruguay me jura que está gastando poca plata porque para almorzar compran atún y fiambre en el supermercado y me avisa riéndose que ayer se cruzaron con Tabaré, y me manda, uno más, un video con el hombre ahí al lado saludándolos.

Y así todo el primer día de clases termina´con Pili diciéndome, no sé bajo efectos de qué sustancia, que quiere tener otro hermanito.
Ni lo intenten.

Acá, fin de ciclo, verdadero.

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