viernes, 19 de septiembre de 2014

El torneo

Hace dos meses Sonsi anunció que iban a tener un torneo de educación física.
Lo anunció e inmediatamente se puso a practicar verticales y mediaslunas en el club, en el jardín, en el colchón que tiran en el piso del cuarto,en cualquier lado.
En esas prácticas Ro consideró que podía acompañar y terminó con frutillitas en las dos rodillas, que se sumaron a unas de los codos hechas una tarde que se cayó de un muro en el que estaba haciendo equilibrio con sus hermanos más chicos y que completó como una constelación las marcas de cicatrices en su pierna.

Después de semanas de prácticas, de posibles peinados, de buscar remeras blancas en las profundidades de placares en las que lo menos que acechaban eran basiliscos, finalmente, llegó el día del torneo. Encuentro de educación física de escuelas normales, el lugar me quedaba de paso para el Instituto, el horario era conveniente, hace dos años habíamos ido con Ceci a ver a Maite a un encuentro similar en el que ya se sentía el espíritu olímpico de Londres 2012, no tenía ninguna excusa para no estar presente. Así, a las 2 de la tarde me tomé el subte, me bajé en Pasteur, al igual que hace dos años caminé tres cuadras para el lado contrario, recordé mi equivocación anterior y la solucioné más rápido y llegué al lugar.

Delante de mí una madre dialogaba con el seguridad de la puerta: Apellido de su hija, colegio, grado, pase que adentro la guían. Repitió el mismo diálogo conmigo, le dije el nombre tres veces, no aparecía en la lista, sonsoles es el nombre y luján el apellido aclaré, por si buscaba al revés, ah sí, pase que adentro la guían. En el ascensor estaba la madre de adelante, era del normal 1. Comencé un trabajo de hormiga que entendí iba a tener éxito, así de la nada, las dos en un ascensor blindado la empecé a arengar a vos te parece, que el gobierno de la ciudad no tiene un lugar en algún colegio para hacer este torneo, que tenemos que venir a este lugar, que andá a saber lo que gasta en alquilarlo, que lo pagamos nosotros con nuestros impuestos. La pobre mujer me miraba sin entender demasiado a qué se debía semejante monserga, a mí me queda cerca me dijo y preferible que gaste los impuestos en nuestros hijos y no en otras cosas, impecable, me anuló toda dialéctica y todo envalentonamiento de masas que pensaba lograr. Bajamos del ascensor y entramos a un balcón que rodeaba un gimnasio con un piso de madera brillante alrededor del cual estaban dispuestos todos los niños de la mayoría de los normales de la ciudad.
La mujer quedó al lado mío observando las demostraciones de las criaturas. Llegué justísimo para ver a Sonsi, y para que Sonsi me viera, claro. La saludé y empezaron las mediaslunas, no hubo vertical sino conejito y otras destrezas. Cuando terminaron los chicos se abrazaban, saltaban, abrazaban a las profesoras, se volvían a abrazar, volvían a saltar, estaban contentísimos. Mi amiga del normal 1 saludaba a su hija que competía en otro rubro: gimnasia rítmica. Pasaban esquemas con sogas, con pañuelos, con cintas, con pelotas.
Hasta que llegaron unos que combinaban pelotas y cintas. No se puede hacer eso me explicó la del normal 1, los chicos pierden la atención en una cosa por la otra, se arma o con cintas o con pelotas, no con las dos cosas. Ah, comenté.
Yo sé, siguió mi amiga, porque fui a una escuela privada y en las escuelas privadas estas cosas son muy importantes, sí, sí- acompañaba yo su razonamiento. Nosotros estábamos por lo menos medio año ensayando, hacíamos hasta el cajón de cinco piques, para la fiesta de fin de curso, actuábamos todos: los que querían y los que no. Ahí no había fobia, ni ataque de pánico, ni discriminación, ni Inadi reflexionaba la mujer - cuya practicidad política ya me había sido adelantada en el ascensor- todos tenían que hacerlo. Y al acto venían de todas partes para vernos, saltábamos un aro al que le encendían un fuego con kerosen, ah como en el circo acoté mientras pensaba en el piso de madera brillante. Claro, hasta que – y se le perdieron los ojos en el relato- en un acto se quemó un chico, ahí se suspendió todo, no le pasó nada, se quemó el pantalón, pero podría haber sido un desastre. Qué horror le contesté, mientras pensaba que si no tuviera que pasar los días rellenando informes, leyendo artículos críticos sobre obras maestras escritas hace cuatro o cinco siglos e intentando que crezcan lúcidas y limpias diez personas que todavia dependen de nosotros, esa historia era un material imperdible para  un cuento, tal vez una novela. Será en otra vida, con más tiempo.
Abajo el normal 9 revoleaba unas boleadoras y unas sogas, esa duplicidad de objetos que a mi amiga no le parecía para nada pedagógica. Me tengo que ir, me saludó, un gusto haberte conocido, igualmente le contesté, casi que habíamos pasado una hora conversando.
Después, trajeron las copas, los trofeos y me quedé un rato viendo cómo abajo todos los chicos siguieron festejando, abrazándose y saltando hasta que subieron a sus colectivos rumbo a sus respectivos normales.
Ahí los dejé y me volví a tomar el subte, ahora hasta Florida.

Este post se iba a tratar de otra cosa, iba a describir una conversación que tuve el domingo a la noche con Pili, con Kp y con Valen en la que todos por separado, con argumentos más que convincentes y distintos cada uno de ellos, me decidieron a no hacer lo que pensaba llevar adelante de manera arrebatada el lunes a la mañana confiada en que era lo mejor.
Se iba a tratar también del recuerdo de una marcha de antorchas de hace casi 30 años y de un llamado de teléfono para recordarla con sus protagonistas.
Y de la infinita y proverbial capacidad quimérica de organización de los adolescentes.

No parece tener mucho que ver con el torneo de Sonsi.
O tal vez sí, los chicos todos juntos abrazándose, festejando, saltando y consolándose.
Los padres mirándolos desde arriba sin muchas posibilidades de intervención, aunque a veces los veamos hacer la vertical con las piernas flexionadas, cruzar con antorchas el aro de fuego, cortar el agua con cuchillos.

Sin muchas posibilidades de intervención aunque creamos la mayoría de las veces tener la solución para todo, para casi todo.

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