Terminé el prólogo de
Santa Teresa, la convertí en un erizo, una tortuga, una mujer de
espinas y caparazones, crustácea.
Terminé de completar
formularios. Pidiendo dinero, pasajes, sillas, mesas a una gran
cantidad de instituciones y con distintos fines.
Me fui dos días a La
Plata, a un congreso.
Cuando volví se portaron
todos pésimo durante un tiempo largo. Me pelée con Valen porque no
me dejó lavar los platos.
El domingo festejamos los
92 años del Zamorano, con la ropa de mi abuela. Como no llegué a
coser una cinta de la pollera la arranqué para no andar
arrastrándola.
Este año la ropa no olía
tanto a humedad como en los años anteriores. Como Luis estaba con
fiebre me tuve que llevar a los siete más chicos a la comida.
La peor parte la tuvo
Enru. Los tuvo que cuidar a todos ella.
Y le tuvo que cambiar la
caca a Loli que con el pis todo bien pero para la caca le falta un
poco.
Entre aniversarios y
congresos abandoné a mi familia.
Así, en casa, la mugre
avanza lentamente en todos lados, telarañas, manijas que se caen,
puertas que no cierran. La única solución sería reconstruirla.
Tenemos un presupuesto
para pintarla antes de la primavera, la pintamos y me despido
definitivamente de mi Nissan March azul eléctrico o el color nuevo
azul petróleo.
El desorden también
avanza, no tan lentamente.
Experimenta un retroceso
aparente cuando decidimos ordenar, pero en seguida los cuatro más
chicos vuelven todo a su momento de origen.
Miro, por ejemplo, alrededor de mi
escritorio, cifra de la desidia y del caos.
Un termo nuevo que nos
ganamos el domingo en el Zamorano, en el medio de la fiesta. Para
alegría de Xime y del próximo viaje en nuestro auto a Jujuy. Claro
que no tengo modo de decírselo, no me andan los mensajes del celular
y ella no tiene ni wa ni puede ver facebook.
El mate con yerba de cuatro días que
está ahí arriba desde antes de ayer.
Poesía reunida de
Arnaldo Calveyra con la tapa llena de otoño y con el poeta sentado
en un banquito en medio de las hojas caídas. Con versos que dicen
orillas, una lluvia de malvas.
Mis castañuelas. En su
estuche casi fucsia con puntos blancos brillando entre el negro de
los cordeles.
Todavía no las sé hacer
sonar como quisiera pero son lindas a la vista. Cada uno que pasa las
saca del estuche y las empieza a tocar con distinta suerte.
Otro libro, las
Soledades, el discurso contra las navegaciones. Con versos que dicen
sombra del sol y tósigo del viento.
La foto de siempre, la del zoológico.
Con el lago atrás, verde como la
pileta de casa.
Los dos tan llenos de rulos. Riéndonos.
Tan iguales, en un tiempo inmóvil, agua estancada.
Entonces, reformulo.
No hay caos, no hay desorden
Acá, ahora, sobre mi escritorio, libros, mate, foto, castañuelas, el
paraíso.
No parece un desorden, es más la imagen de una casa viva y que se vive. Entre todos y cada uno como puede o como quiere. Es una familia grande, enorme y la casa los alberga a todos, tal cual son. Y los cobija. Con espacios para lo de ahora y lo de antes: castañuelas y zoológico. Nuestra casa espeja lo que fuimos, somos y deseamos ser. Hay momentos para reformas y cambios, que en general acompañan los propios. Se van a ir mostrando, al mismo tiempo que nos damos cuenta de que nosotros también lo hacemos... Remirá tu casa, amala y ¡tenele paciencia!
ResponderEliminarPaciencia, creo que ese es el secreto.
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