jueves, 17 de septiembre de 2015

Dos historias




Tenemos que arreglar el jardín.
Hacer donde está la tierra seca o el barro, depende del tiempo, un camino de baldosas para que jueguen ahí a la pelota, anden con las bicis o armen el auto de género de todos colores.
Hoy estuvimos con Luis y con Erica viendo lo que tenemos que cambiar y la cantidad de árboles que tenemos que podar, así queda bien el jardín para la comunión de las chicas que ya llega.
En ese recorrido me dí cuenta de que el mandarino se llenó de azahares, vamos a tener un otoño con mandarinas.
También me dí cuenta de que falta poco para la primavera. Y para que se acabe el año escolar; hecho que también reforzó la llegada vía mail del boletín de Pili, con todos los altibajos que el segundo trimestre supone en los y las adolescentes.
Pero ahora Pili está en Tilcara, contenta, viendo amanecer y atardecer en el cerro de Siete Colores, comiendo llama y locro; así que todavía no se enteró de sus notas.
Septiembre, los azahares, Tilcara, los boletines, el locro, me hicieron volver atrás en el tiempo.

Y en el espacio, al Norte. Un miércoles como hoy pero hace exactamente seis años, tomando cerveza en la plaza de Salta adonde habíamos llegado con Xime luego de dos días de auto cruzando el país para ir a un congreso.
El domingo se había muerto mi papá, el lunes terminé de despedirlo y el martes me subí al auto, la pasé a buscar a Xime y salimos para Salta. No tenía mucha experiencia de manejar en ruta y solo manejaba yo. Una locura a la que Xime asintió entusiastamente.
Atravesamos lugares ignotos de nombres que nunca habíamos escuchado antes. San Martín de las Escobas, Garza, Ferreira.
Paramos a dormir como a las once de la noche en una estación de servicio con los camioneros que un rato antes nos tocaban bocinazos en medio de una ruta oscurísima para que los dejáramos pasar. El segundo día de viaje compramos un mapa. El miércoles después del mediodía llegamos a Salta. La excusa del congreso me sirvió para tardes y noches de cervezas con amigas para pasar una de las semanas más tristes.

Otro miércoles como hoy, hace mucho más tiempo, veintinueve años.
Tenía hockey en el campo, el día estaba soleado pero de a poco se fue llenando de nubes y de viento.
A la tardecita había una marcha de antorchas, arreglamos para ir con Vero y con Paula, era un época que marchábamos mucho, para marchar y para ver chicos.
Yo estaba enamorada del pajarito de la Fede, que venía a mi club, que supuestamente jugaba en Boca, o que supuestamente era de la Fede porque nunca lo veíamos en ninguna marcha. Solo una vez en la Ferifiesta, en el Parque Sarmiento. De todas formas yo nunca perdía las esperanzas de encontrarlo. Después de esto me acordé el nombre: Diego.
Después de entrenar volví a casa a bañarme. Cuando llegué, ya estaba helada, me dolía un poco la garganta y, no me acuerdo si me habían dado algún pelotazo, casi seguro que sí.
Me bañé y ya decidí no salir más hasta el día siguiente. Les avisé a las chicas que me quedaba en casa. Comí temprano y me fui a dormir.
A las diez sonó el teléfono, alguien atendió; no sé si mi papá o mi hermano. Subió rápido y vino a mi cuarto: “Era Paula”- lo escuché medio dormida- “ me dijo que te avise que en la marcha de la Noche de los Lápices estaba Diego”.

Todavía hoy con Xime nos acordamos del viaje a Salta como una gran aventura.
Todavía hoy con Vero nos acordamos de ese aniversario de la noche de los lápices de cuando estábamos en cuarto año.

Tenemos que arreglar el jardín, antes de que el perfume de los azahares nos avise que ya empezó la primavera.




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