Tenemos que arreglar el
jardín.
Hacer donde está la
tierra seca o el barro, depende del tiempo, un camino de baldosas
para que jueguen ahí a la pelota, anden con las bicis o armen el
auto de género de todos colores.
Hoy estuvimos con Luis y
con Erica viendo lo que tenemos que cambiar y la cantidad de árboles
que tenemos que podar, así queda bien el jardín para la comunión
de las chicas que ya llega.
En ese recorrido me dí
cuenta de que el mandarino se llenó de azahares, vamos a tener un
otoño con mandarinas.
También me dí cuenta de
que falta poco para la primavera. Y para que se acabe el año
escolar; hecho que también reforzó la llegada vía mail del boletín
de Pili, con todos los altibajos que el segundo trimestre supone en
los y las adolescentes.
Pero ahora Pili está en
Tilcara, contenta, viendo amanecer y atardecer en el cerro de Siete
Colores, comiendo llama y locro; así que todavía no se enteró de
sus notas.
Septiembre, los azahares,
Tilcara, los boletines, el locro, me hicieron volver atrás en el
tiempo.
Y en el espacio, al
Norte. Un miércoles como hoy pero hace exactamente seis años,
tomando cerveza en la plaza de Salta adonde habíamos llegado con
Xime luego de dos días de auto cruzando el país para ir a un
congreso.
El domingo se había
muerto mi papá, el lunes terminé de despedirlo y el martes me subí
al auto, la pasé a buscar a Xime y salimos para Salta. No tenía
mucha experiencia de manejar en ruta y solo manejaba yo. Una locura a
la que Xime asintió entusiastamente.
Atravesamos lugares
ignotos de nombres que nunca habíamos escuchado antes. San Martín
de las Escobas, Garza, Ferreira.
Paramos a dormir como a
las once de la noche en una estación de servicio con los camioneros
que un rato antes nos tocaban bocinazos en medio de una ruta
oscurísima para que los dejáramos pasar. El segundo día de viaje
compramos un mapa. El miércoles después del mediodía llegamos a
Salta. La excusa del congreso me sirvió para tardes y noches de cervezas con amigas para pasar una de las semanas más tristes.
Otro miércoles como hoy,
hace mucho más tiempo, veintinueve años.
Tenía hockey en el
campo, el día estaba soleado pero de a poco se fue llenando de nubes
y de viento.
A la tardecita había
una marcha de antorchas, arreglamos para ir con Vero y con Paula,
era un época que marchábamos mucho, para marchar y para ver chicos.
Yo estaba enamorada del
pajarito de la Fede, que venía a mi club, que supuestamente jugaba en Boca, o que
supuestamente era de la Fede porque nunca lo veíamos en ninguna
marcha. Solo una vez en la Ferifiesta, en el Parque Sarmiento. De
todas formas yo nunca perdía las esperanzas de encontrarlo. Después de esto me acordé el nombre: Diego.
Después de entrenar
volví a casa a bañarme. Cuando llegué, ya estaba helada, me dolía
un poco la garganta y, no me acuerdo si me habían dado algún
pelotazo, casi seguro que sí.
Me bañé y ya decidí no
salir más hasta el día siguiente. Les avisé a las chicas que me
quedaba en casa. Comí temprano y me fui a dormir.
A las diez sonó el
teléfono, alguien atendió; no sé si mi papá o mi hermano. Subió
rápido y vino a mi cuarto: “Era Paula”- lo escuché medio
dormida- “ me dijo que te avise que en la marcha de la Noche de los
Lápices estaba Diego”.
Todavía hoy con Xime nos
acordamos del viaje a Salta como una gran aventura.
Todavía hoy con Vero nos
acordamos de ese aniversario de la noche de los lápices de cuando
estábamos en cuarto año.
Tenemos que arreglar el
jardín, antes de que el perfume de los azahares nos avise que ya
empezó la primavera.
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