Los cuatro poderosos
elementos
contra la flaca nave
conjurados
Aire.
El que ya empieza a venir
lleno de polen y de porquerías primaverales. Que todavía no hizo
estragos en Luis pero sí en Sonsi. Así el atardecer de septiembre
se coló entre las verticales, las medialunas y las escondidas del
domingo en el borde de la pileta donde estábamos festejando el
cumple de Enru. Y el aire del crepúsculo devino en un precioso
broncoespasmo que la dejó a Sonsi con sus características ojeras y
su batería de puffs y gotitas anunciando la cercanía de la estación
de las alergias.
Fuego.
El que en el medio de
Cabildo empezó a salir del capot del auto de Luis, a la mejor hora
de la tarde, cuando salen todos los colectivos y todas las criaturas
de los colegios y todos los taxis y, por supuesto, todos los autos.
La mejor hora de la tarde que en Belgrano siempre implica una calle
cortada con su correspondiente desvío colapsado. Que nos dejó
frente al posible incendio y frente a la seductora posibilidad de
quedar con el auto lleno de niños y niñas prendiéndose fuego y
complicando aun más, si eso fuera posible, el tránsito.
Agua
La que, una vez
estacionado el auto de Luis en un costado gracias a que los
colectiveros lo dejaron pasar al ver como el humo salía cada vez más
alto del auto, compró en un supermercado Día. Dos botellas de litro
y medio de agua mineral que del mismo modo que entraron al recipiente
en el cual deben ir para que el auto no se caliente, salieron para
formar un arroyo que corrió hacia el cordón de la vereda. La
causa: una manguera que convenientemente se había roto en medio de
un Belgrano atestado de autos, de un auto atestado de niños cuando
faltaban tan solo diez minutos para tener que hacer nuevamente el
mismo camino para buscar al resto de las criaturas que todavía no
habían salido de la escuela.
Tierra
La del jardín de casa a
la que logramos finalmente llegar luego de que Luis consiguiera una
cinta adhesiva para envolver la manguera rota, comprara otra botella
de agua y se la cargara al auto. Así, en esas condiciones precarias
me dejó en casa con los cuatro más pequeños, se llevó el auto al
mecánico y después se tomó el colectivo para volver a cruzar
Belgrano en busca de las cuatro niñas del medio. Y los cuatro más
pequeños, encandilados aun por la aventura de que casi se prende
fuego el auto de papi, decidieron recrear su propio incendio pero con
tierra en su auto de juguete. Toda la tierra del jardín, en donde el
pasto ya no crece más, entró así al autito de juguete como si
fuera el humo del fuego. Entró también a la casa, pero ya en forma
de barro, cuando decidieron lavarse las manos y la ropa en la cocina,
el baño y el lavadero.
Aceite
Hace dos días una
amenazante mancha de aceite en el garage. “Es tu auto” me dijo
Luis, “No, es el tuyo” le contesté. Ayer caí rendida a la
evidencia cuando detrás del auto en la vereda y en la calle iba
quedando un clarísimo surco de aceite. Entre las poquísimas
nociones que tengo de mecánica sé que si usás un auto que pierde
aceite se puede fundir el motor. Y sé también que con mi auto
fundido desaparece cualquier tipo de posibilidad y color de mi futuro
Nissan Note o Nissan March. Hoy a la mañana el auto al taller.
Aceite: el quinto
elemento o las delicias de tener los dos autos en el mecánico.
Entre tanto elemento Agua y Rosas
Eso te pasa por tener dos autos
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