Después de varios días
comiendo sobras variadas como polenta recalentada, fideos de la
semana pasada o contentando a diez personas con dos churrascos y una
costillita de cerdo, después de varios días sin encontrar el
momento logramos la mañana del miércoles hacernos un rato para ir
al supermercado.
Claro que los miércoles
en Jumbo hay descuento para jubilados y justo ese miércoles se
vencían unos jumbocheks de algún fin de semana y justo a la una
jugaba Argentina con lo cual ese miércoles a la mañana en Jumbo
estaba media ciudad de Buenos Aires haciendo sus compras o para todo
el mes o para las megachoriceadas del mediodía patriota y messista
de las fábricas de Villa Ortúzar y La Paternal.
Y obviamente solo dos
cajas abiertas.
Previendo un poco esto
decidimos ir temprano, temprano para nosotros son las 10 de la
mañana, luego de preparar mamaderas para los cuatro miembros de la
familia que aún la toman, vestir a la gente que no se sabe vestir
por su cuenta, hacer las camas, la nuestra y las cunas y recién ahí
poder salir.
Pero Loli y Tótal
seguían durmiendo, con lo cual optamos por no despertarlos, como
duermen en nuestro cuarto ni siquiera levantamos la persiana, ni
hicimos la cama, ni nada.
Dejamos a Maite, que era
la más grande que estaba despierta, con instrucciones precisas: si
se levantan los bebés les dan las mamaderas que ya están
preparadas, le cambian los pañales y los visten.
Maite asintió
entendiendo todo y con cara de hermana mayor.
Y así pudimos empezar
las compras antes de las 10 y media. No tardamos tanto, a las once
hacíamos la cola en las cajas, otra vez flanqueadas por los PRIME
Ahí me acordé, lo miré
a Luis, él me miró también y me preguntó “¿vos tiraste a la
basura el coso usado de anoche de arriba de mi mesita de luz?”
Y no, le contesté,
siempre lo tira él pero yo siempre me fijo. Hoy, con el apuro y la
oscuridad, el coso quedó ahí.
Me imaginé miles de
escenarios posibles, como juguete de Tótal o de Loli, o de Octi, o
de Estani, Sonsi llevándoselo a las hermanas mayores preguntando qué
era, Consu pegándolo en su álbum del mundial con sus figuritas,
todo podía ocurrir.
Ni van a entrar al cuarto
tranquilicé a Luis, ni van a subir la persiana, ni van a ir a ver a
los bebés. Vamos a llegar y va a estar todo como lo dejamos, nos
convencimos, pagamos, cargamos el auto y volvimos a casa.
Llegamos, guardamos el
auto en el garage. Iban apareciendo todos, uno a uno.
Todos despiertos, los
bebés vestidos, los pañales cambiados.
Valen y Pili en la
cocina. Empezaron a vaciar las bolsas y a guardar las cosas.
Valen estaba con fiebre,
37.5. En estos días solo quedó Pili sin enfermarse y tenemos tres
tomando distintos antibióticos.
Valen pobre se sentía
mal, había tenido un parcial el día anterior y a la tarde tenía
otro.
Nos explica que va a
averiguar para dar la semana que viene en fecha de recuperatorio, la
reto, tenés que ser más responsable le digo, siempre al final del
cuatrimestre se te van a superponer los parciales, tenés que saber
manejar mejor tu tiempo de estudio, no sé cómo vas a conseguir un
certificado y termino con la muletilla de siempre que la entiendo
como triunfal: igual hacé lo que quieras, ya tenés veinte años
casi.
Valen seguía guardando,
no llegué a leer todo se me enoja, porque me siento mal pero porque
tuve que cambiar a los bebés, vestirlos, darles la mamadera y añade,
rara, lo único que no hice fue la cama de ustedes.
De costado ví a Pili,
que estaba tratando de no reirse. Y entonces me empecé a reir yo, no
podía parar, estallada de risa hasta las lágrimas.
Valen siguió con su
razonamiento, cuando se enoja habla muy rápido, no me parece nada
gracioso, dejar las cosas en la mesita de luz, lo podría haber
agarrado cualquiera, y después la irresponsable soy yo que tengo 38
grados de fiebre y no puedo moverme para ir a dar un parcial y no
ustedes que no se fijan lo que dejan ahí arriba, al alcance de
cualquiera.
Luis estaba poniendo a
hervir unas papas, no se le alteró la cara, una piedra. Yo que no
podía más de risa y Pili que estaba entre la sonrisa y la
vergüenza.
Esto va al blog les avisé
a los tres, no, me dijeron, no nos parece.
Un poco dudé, pero
después, a la noche, la ví a Julia que me prestó La hora
violeta, la de El Jabalí y la empecé a leer y es mucho más
terrible de lo que yo creía y mucho mejor escrita de lo que parecía
en esas lecturas de la Feria.
Entonces decidí contar esta historia.