Las nenas del medio van las cuatro a una escuela de música, hacemos malabares – más Luis que
yo- todas las tardes, menos los miércoles, después que salen del
cole para llevarlas.
Hay días que tienen clase hasta a las 8 y media de la noche, cada una toca su instrumento,
Maite además está en la orquesta, otras van a coro, Ro está con los más
chiquitos.
Hace ya diez años, antes
era Pili que tocaba la guitarra, también iba Felipe.
Hoy, mientras las llevaba
escuchando por la radio el partido de Brasil me acordé de 2006 en el
que también iba escuchando un partido por la radio y también los
llevaba y jugaba Italia, y ya hacía un año que iban.
Así que hace diez años
o tres mundiales.
Igual no conozco a nadie,
ni profesores, ni padres, ni madres, ni nadie.
La espera a la salida
siempre es divertida, madres y padres que ya decidieron que sus niños
de cinco años van a ir al Esnaola en la secundaria, madres y padres
dando consejos a otras madres y padres sobre el ingreso al Buenos
Aires o sobre la situación del Buenos Aires o contando sobre sus
hijos grandes en el Buenos Aires.
Lo que sí hago mientras
espero afuera es mirar las carteleras de la escuela que funciona en
doble turno, en el mismo edificio. Estoy convencida de que no mando a
mis hijos al colegio para que aprendan contenidos, con todo lo que
tienen al alcance del dedo con solo apretar un botón reponen un año
o dos de contenidos, al cole se va para otras cosas por lo cual no me
interesa demasiado comparar ofertas educativas.
Sin embargo, en ese
colegio, siempre me llamaron la atención las carteleras, por lo bien
hechas que están, lo ingeniosas, lo coloridas y por los nombres de los chicos. Dylans,
Priscillas, Richards y Jennifers se entrecruzan con Osvaldos, Josés
o Rosas. Una vez, leyendo un poco más, me enteré que la mayoría
baja del tren temprano, muy temprano, que viven lejos, que vienen de
lejos, que nacieron lejos, que algunos están con sus abuelos o con sus tíos, que los de sexto una vez se fueron de campamento, que para más de la mitad fue lo mejor que les pasó en sus vidas, que se hicieron todos mucho más amigos, que conocieron lugares, que se van a extrañar cuando terminen.
El otro día la espera
fue distinta, unas personas pasaban con una carta para firmar.
Y explicaban, que muy
pronto, no se sabía exactamente cuándo pero era inminente iban a
comenzar a funcionar ahí unas actividades para que los alumnos de esa escuela de doble jornada tuvieran luego un apoyo escolar
en extensión horaria y el sentido común predominaba, no hay lugar,
no hay aulas, no sabemos quién va a entrar y salir, quién va a
vigilar a los que van a entrar y salir, con quiénes se van a juntar
nuestros hijos, se le pedía en la nota muy bien redactada a los
supervisores y las personas encargadas de solucionar esto que frente
a esta invasión tomaran medidas en el asunto.
Como una asamblea pero
organizada, acción directa, civilización, escribamos en muros de
funcionarios decían unos, así logramos el portero que nos mandaron
hace unos meses.
Firmo de inmediato, es
lógica pura. En el cole de los chicos, cuando iban Vale y Pili,
cuando compartíamos grados de hijos con Magdalena hacíamos notas a
cada rato, para que abran la sala de 3, para que se vaya la seguridad
privada de adentro de la escuela, para que la policía no esté en la
puerta, para tantas cosas, ¿cómo no voy a firmar esto? Después de
firmar me ofrezco para seguir pasando la nota en otros horarios,
aviso que también va a firmar Luis, total son cuatro las que
vienen acá, podemos firmar cuatro veces. Nos podemos mantener informados
por la página de padres autoconvocados, por el fb de padres
autoconvocados, por el twitter de padres autoconvocados, por el wa de
padres autoconvocados, no pasarán.
Llegué a casa y le
expliqué a Luis la situación, lo mandé a firmar, a hacer circular
la hoja.
Entonces, llegó Pilar,
bajó de su cuarto, en el que parece que está encerrada con su
escafandra y su celular, bajó corriendo. Se paró ahí y nos dijo me
parece pésimo que estén firmando algo para que los pobres chicos
que vienen de José León Suárez no puedan tener el apoyo escolar en
su colegio para que los que pueden cambiarse de lugar, estudiar en
otro lado, hasta pagar para aprender los instrumentos sigan cómodos
con sus cosas. Silencio, hay veces, casi todas, que con Pili es mejor no discutir.
Ayer la nota seguía
circulando, rebosante de firmas.
Nada parecía indicar que
el comienzo del apoyo escolar fuera inminente, forzado, invasivo.
Salieron los chicos,
entregados a nosotros, padres políticamente correctos, por el
portero sordomudo, que mandó algún funcionario desde su muro. Más
de la mitad de esas criaturas con uniformes de colegios caros,
carísimos de Belgrano observados desde la cartelera por los dibujitos de las Brisas y los Johnatans.
Le mandé wa a Luis “esto
es ponerse viejo: firmar una nota para que nuestros niños de clase
media alta no vean amenazadas sus clases de violín, cello y saxo por
una horda de criaturas semianalfabetas que solamente quiere quedarse
un rato extra en su colegio para aprender un poco más”
Me acordé de Pili y de
su reflexión.
Y me enojó un poco, ¿por qué si sigue pensando, tiene seis materias abajo? Casi que lo podría haber consultado en la rueda de padres con hijos grandes en el Buenos Aires.
Y un regalo actualizado
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